Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 23 de marzo de 1997


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Domingo de Ramos, metáfora de la vida

¿Sabéis por qué hay tanta vida en esta mañana del Domingo de Ramos? Sí, en parte porque Sevilla estrena la vida. Las plazoletas de los barrios estrenan las manos de albero que le han echado para que el Domingo de Ramos tenga la luz que estrenar colores. La ciudad estrena muchachas, las muchachas estrenan amores, los amores estrenan caricias, las caricias estrenan olores de almendras garrapiñadas por la Puerta de Triana, de torrijas antiguas por el mostrador burgués de Ochoa, junto al pasillito de la parcela de sillas de la calle Sierpes. La ciudad estrena el aire, estrena el olor del esparto de ese enorme cinturón de nazareno de túnica negra de cola que parece que han echado en el suelo de los palcos de la plaza de Dan Francisco, palcos que son como Sevilla toda, como la Semana Santa toda, dos mitades eternamente reconciliadas, dos contrarios en síntesis continua. En el suelo están los esterones de esparto nuevo, con las sillas de Quidiello, como una cofradía del centro. En los barandales están los rojos damascos, con los colores de la túnica de cola de una cofradía de barrio.

¿Pero a que no sabéis por qué, además de esos ademases, hay tanta vida en esta mañana del Domingo de Ramos? Porque empieza la larga metáfora de la vida del hombre en la ciudad que es la Semana Santa. Tanta vida hay, que hoy por la mañana es como si la ciudad embarazada saliera de cuentas, las cuentas del largo embarazo de la Cuaresma que han ido llevando los capillitas sobre los mostradores de los bares de las casas de hermandad. Si echáis las cuentas de nueve meses atrás, veréis que la ciudad debió de quedarse preñada una mañana de junio, con romero, cuando estaba Dios por la calle entre campanas. De tanto amor por nuestras cosas que había aquella mañana de Corpus habría de empezar a cobrar vida un ser, que era un sueño de varales viendo a Santas Justa y Rufina caminar por la Cerrajería al lado de la Giralda.

Hoy es el día en que la ciudad nace eternamente. Por eso aquí celebramos tan poco la Navidad. ¿Qué más Navidad que el Domingo de Ramos? ¿Qué nochebuena puede haber más buena que la Madrugada? Dios nace en el Belén de Sevilla entre pastorcillos vestidos con capirotitos blancos cuando baja por la rampla del Salvador montado en una borriquita. Los ángeles costaleros sí que van dando esta mañana gloria a Dios en las alturas de la Giralda, que ha vuelto de bronce la palma que el señor arzobispo le ha dejado después de la procesión capitular por Gradas Bajas.

Por eso hoy están todos los niños de todas las vidas, todos los niños que fuimos, jugando en la rampla del Salvador esperando pedir el primer caramelo al primer nazareno. Es que hoy empieza la vida. A partir de ese primer nazareno, todo será tan fugaz como una vida. Si la Semana Santa hoy está recién nacida, en la niñez, mañana Lunes ya será un muchacho que empieza a gallear y que esperará a una niña para ir a la Virgen del Museo por el andén. Ese muchacho, el Martes, será un hombre viendo la Buena Muerte de un hombre. Ya nos habremos casado con la ciudad en fiesta, no comprendemos cómo se podría vivir sin ella. Sin darnos cuenta habremos cumplido los treinta años que tiene Miércoles Santo, día que tiene esa edad en que ya no se recuerda al niño del Domingo de Ramos. El Jueves Santo se llega tan volando como los cuarenta, lo enlazas con el Viernes del tirón, con esa Madrugada en la que te crees que el cuerpo te va a seguir respondiendo como el Domingo de Ramos, y hasta te atreves a empalmarla con la tarde del Viernes, en que el cansancio de las piernas oyendo al muñidor de La Mortaja te dice la edad que verdaderamente tiene encima la vida que llevas vivida en una Semana, y viene anunciando lo que viene, que esto, ¿la vida o la Semana Santa?, se está empezando a acabar. ¿Qué día de toda la Semana pasa más pronto que la tarde del Viernes Santo? Cuando te das cuenta, no solamente ha salido la Soledad de Dan Buenaventura desde su secreto patio del convento, es que ha entrado ya, como ha entrado La Carretería. Y ni decirte quiero lo pronto, casi sin pensar, in ictu oculi, que cuando nos damos cuenta es ya el Sábado y estamos delante del paso de la Canina.


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