Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido en el libro "Sevilla en cien recuadros"

Antonio Burgos

Crónica latina de Ortega Espeleta

 

Por aquellos días fue que Pepe el Pelao tuvo que hablar a los macarenos de Híspalis, para pregonar lo que todos sabían, que tales eran los milagros que la primavera producía en aquellas tierras, que no los podían creer, por lo que se buscaban oradores que les dijeran lo que con la verdad del corazón tenían por cierto, de modo que así les fuera más fácil llegar a la conclusión de que era verdad tanta belleza. Por aquellos días fue que Pepe el Pelao, ciudadano de Híspalis, en la parte cercana a las murallas de César Optimo Máximo a la que llaman Macarena, tuvo que cumplir con este rito de hacer creer a sus conciudadanos que era cierto el sueño que soñaban. Y cumplió con el rito primaveral de la ciudad, y también fue seguida otra vieja costumbre, que es aquel pueblo ceremonioso como pocos del orbe, costumbre que establece que todos aquellos que son bien conocidos han de ser de nuevo presentados a sus paisanos cuando de revelar las sabidas verdades se trata.

Y si Pepe el Pelao fue escogido por los dioses macarenos que habitan en la Torre de la Tía Tomasa para hacer ver a todos que despiertos sueñan el sueño de ver reír una pena, fue José Ortega Espeleta, de egipciana nación, el señalado para que, a su vez, dijera a los hispalenses aquello otro que también sabían, que era conocer que un anual milagro de La que ríe su pena es conseguir que a tal capitán le quepa el corazón dentro de la coraza.

Y fue por aquellos días que se trocaron los tiempos, y que la historia se volvió atrás, y que aquellos hispalenses de la parte de la muralla cesárea que Macarena llaman, se tornaron dioses, que de dioses es el supremo prodigio de poder tornar la historia.

Que fue que José Ortega Espeleta, el de egipciana nación, primo de aquellos otros Ortegas que tan grande gloria lograron en las Galias de un natural o de una seguiriya, detuvo el tiempo, como hacer solía primo José con la muleta o primo Manuel cuando cantaba en casa del Pinto, y lo trajo hasta aquella parte de Híspalis, diciendo:

---Un día, en Jerusalén, Poncio Pilato tuvo el más grave asunto que nunca hubiese de resolver en su larga vida de servicios a Roma y a su Imperio. Habíanle presentado a un Hombre, que juzgar querían, por andar por los pueblos llamándose Rey de los Macarenos. Y fue que Poncio Pilato, conturbado el ánimo, no sabía qué determinación tomar. Y decidió salir al balcón del pretorio, para ver las caras de la gente y columbrar en ellas un designio de la voluntad de los dioses. Y Pilato salió al balcón, y entre el concurso vio a Pepe el Pelao. Y, en viéndolo, se le abrió el cielo a Pilato. Estaba allí, con su cabeza senatorial luego eternizada en los mármoles de Itálica. Y al verlo, Pilato se le dirigió, que ciudadano macareno era, señor de los derechos del Senado y del Pueblo Hispalense, y le dijo: "Pepe, hijo, ahí tienes la Centuria Romana. Haz con ella lo que quieras, que yo me lavo las manos"..

José Ortega Espeleta, de egipciana nación, estaba allí, y contarlo pudo en la calle Parras una tarde de la primavera. Gracias a ello podemos seguir leyendo esta crónica latina, que añade que una vez que Pilato se lavó las manos, Pepe el Pelao tomó la Centuria, y mandó llamar a los hombres de mayor corazón que en Sevilla hay, y encontró señores entre los puestos de naranjas amargas de la Encarnación, y halló senadores entre las entrañas del cazón en la Feria, y con todos ellos formó la mejor legión que nunca tuvo Roma, y la mandó formar, y la vistió de plumas, y de ricas corazas, y de nagüetas de terciopelo que dorados flecos traían, y le puso tambores, y el repeluco antiguo de la trompetería, y mandó que rindiera sus lanzas a La que ríe su pena. Y dicen las crónicas latinas que fue la mayor victoria que tuvo nunca, rindiendo sus armas, legión alguna de César, que en aquel mismo instante decidió venirse a Sevilla y cercar de murallas el cahíz de tierra que da tan grandes hombres.

 


 

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