Chalés a 25 minutos del despacho

La cuestión es vivir lo más lejos posible del lugar
de trabajo y demostrar que está cerquísima

Como González descubrió el Azor, Aznar ha descubierto el Coto de Doñana... Botella. Doñana es la parcelita del Estado en esta nación de chalés con parcelita. El chalé es el símbolo del supremo triunfo. Por el chalé se compite en las elecciones y por mangar chalés pierden las elecciones los que se lo hicieron de aquella manera. El símbolo del Gobierno es un chalé: La Moncloa. Le llaman Palacio de la Moncloa, porque aquí, con lo que nos gusta un chalé, nos parece poco el chalé para simbolizar el poder. La Zarzuela mismo es un chalé. El primer chalé en la España de los chalés, pero chalé guindas al pavo al fin y al cabo. Teniendo el Palacio Real, don Juan Carlos vive en un chalé con pretensiones. Comparada con Palacio, La Zarzuela de palacio sólo tiene el nombre. Aunque con ciervos y los montes del Pardo alrededor, no deja de pertenecer a la estética de la parcelita por la que trabaja, muere y sueña el español. El Rey tiene como primera residencia la que era todo lo más segunda residencia o picadero real de sus antepasados. Un Día de Cervantes, cuando Su Majestad recibe en Palacio a los escritores (que le dejamos aquello hecho unos zorros, tirando por el suelo los palillos de dientes de los canapés), se iba ya don Juan Carlos cuando me vio entre un grupo. Con toda la guasa del borboneo, me dijo:

-Adiós, Burgos, que me voy para el chalé...

Nos encanta la estética del chalé. Cada español, cuando ahorra unas perritas, se compra una zarzuela en pequeñito, con un perro como los golden retrivers de S. M., y con una parcelita que si no es los Montes del Pardo sirve para el deporte vespertino-parcelístico nacional: la manguera. Tú dejas a un español en su parcelita, con el chándal puesto y con la manguera en la mano, y es capaz él solito de acabar con las reservas de los pantanos de toda la confederación hidrográfica, regando la parcelita. La sequía que padecimos últimamente se debió, en buena parte, a la falta de lluvias. Pero en parte no menor al agua que los españoles del chándal y la parcelita gastan con la manguera en la mano, regando las cuatro plantas y la mierda de césped que han sembrado.

El menosprecio de corte y alabanza de aldea es el desprecio de piso y locura por la parcelita. El ideal es irse a vivir al chalé de la parcelita, como esté a menos de cincuenta kilómetros de la capital. Madrid, de poblachón manchego con pretensiones de Kansas City que decía Cela, está pasando a ser el sitio donde por la mañana van a trabajar los que viven en chalés de parcelitas de cien kilómetros a la redonda. Igual ocurre en Barcelona, en Sevilla, en Málaga. La cuestión es vivir lo más lejos posible del lugar de trabajo y demostrar que está cerquísima. Que la familia deba tener tres coches para no morir en el intento; que sea una odisea llevar los niños al colegio; que sea una experiencia comparable a la de Stanley y Livingston ir a comprar una bobina en la mercería más cercana... Nada de eso importa.

Consiento que los amigos se vayan a vivir al chalé con dos condiciones: que no te obliguen a que los visites y que no te expliquen lo pronto y lo bien que llegan al trabajo. La visita al amigo que estrena segunda residencia como primera suele ser digna del Nacional Geographic. Lo peor de todo es que siempre te dicen que no tiene pérdida, que es en la carretera de los Chirlos Mirlos, kilómetro 122, en la primera desviación que hay a la derecha tras pasar la gasolinera que viene después del puticlub Los Conejitos. Coges la carretera de los Chirlos Mirlos, llegas al punto kilométrico 122, y cuando crees que has acertado con la gasolinera, no era ésa, lo que compruebas cuando la carretera te lleva directamente al cementerio de Chirlos Mirlos de Arriba y no a Villa Pepita. Cuyo inquilino, cuando, perdido, lo has llamado desde el móvil, tiene que bajar a buscarte con su coche. Y cuando te encuentra en la primera gasolinera te pega encima la bronca, por aquello de que no tenía pérdida. No hay nada que tenga más pérdida que lo que nos dicen que no tiene pérdida. Más espantoso aún es cuando te explican que ahora de verdad es cuando llegan pronto a la oficina y no antes, cuando vivían en el centro de la ciudad. Lo tengo visto y comprobado. Para llegar tranquilamente a trabajar en el Ministerio de Obras Públicas, pongo por caso, lo mejor es irse a vivir a un chalé que esté entre Pedro Bernardo y Arenas de San Pedro:

-Antes, cuando vivía en el barrio del Pilar, con los embotellamientos tardaba casi hora y media en llegar al Ministerio, y ahora de la puerta del chalé a la puerta del despacho no tardo entre 20 y 25 minutos.

He visto de todo. Conocen Sevilla, ¿no? Pues hasta aquí ha llegado la moda de vivir en el chalé. Un amigo que trabaja en una empresa de la Isla de la Cartuja, se ha ido a la Sierra de Cazalla, por lo menos a 80 kilómetros. Pero los dueños de parcelita dicen que la distancia es el olvido. Cuando me lo encuentro a este amigo y le pregunto cómo le va en su nueva casa, me lo cuenta:

-Mira, antes, cuando vivía cerca de la plaza de la Maestranza, tardaba lo menos una hora en llegar al despacho. Y, mira, esta mañana he salido a las 8, y antes de las 8 y media ya estaba allí. Ni media hora de la casa al despacho...

No hay forma de traerlos a la realidad. Casi me están convenciendo. Lo más cómodo para ir a trabajar todos los días a Valencia es vivir por lo menos en Jaén. Cuando vivían en la calle Colon tardaban dos horas en llegar al trabajo y ahora, desde Jaén, es que se plantan en un plis, plas... *


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