Iberia, 70 años de España

"Tan España es Iberia, que ha sufrido todos los
baches, bamboleos, turbonadas, temporales
y huracanes de la Historia nacional"

Ahora de todo hace o cincuenta años o cien años. Entre otras muchas cosas, hace cincuenta años de la muerte de Manolete, de la visita de Eva Perón a España, de la explosión de Cádiz, y hace cien años de la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, de la Generación del 98. Por eso me alegra que de algo muy español no haga ahora ni cincuenta ni cien años, sino setenta. Hace ahora setenta años se fundó la compañía Iberia, con un capital inicial de un millón cien mil pesetas y con un vuelo que fue el precedente del puente aéreo, la ruta Madrid-Barcelona cubierta con un avión Rohrbach-Roland que Don Alfonso XIII inauguró en el aeródromo de Carabanchel.

Quien de verdad podía escribir bien este artículo en elogio de Iberia, algo así siete mil millones de veces mejor que yo, es la consejera de Economía de la Junta de Andalucía, Magdalena Alvarez. Nadie que no sea piloto militar de los F-18 o piloto civil de los Boeing 757 ha hecho en los últimos cuatro años tantas horas de vuelo en España como doña Magdalena, ¿y quién mejor que ella para hablar de Iberia? No creo que en toda su carrera profesional llegaran a contabilizar tantas horas de vuelo como ella Ana Marsans, María Encarnación Ruiz de Gámiz, María Josefa Ugarte, o Pilar Macías, las primeras azafatas de la compañía que iniciaron los vuelos a Buenos Aires en 1947, hombre, hace cincuenta años, mire usted qué casualidad...

Para mí Iberia es un símbolo de España casi como el escudo o la bandera de sus colores. Casi como la corona real que cuando Manuel Prado y Colón de Carvajal presidió la compañía mandó pintar en todos los aparatos. Tan España es Iberia, que ha sufrido todos los baches, bamboleos, turbonadas, temporales y huracanes de la Historia nacional. Yo no sabía, hasta que me lo han contado los amigos que llevan la compañía en Andalucía, que también la España del aire quedó dividida en dos cuando la guerra. Sí, lo de la Aviación Nacional y la Aviación Republicana lo conocíamos, lo de Hidalgo de Cisneros frente a García Morato. Lo que yo no sabía es que la aviación comercial también quedó dividida en dos. En aquella guerra civil que, no se olvide, comenzó con el vuelo del Dragon Rapide de Franco, en los cielos del Gobierno de Madrid seguían volando los Fokker y De Haviland de las LAPE, Lineas Aéreas Postales Españolas, donde la II República había fusionado a la primitiva Iberia. En los cielos del Gobierno de Burgos volaban los Junkers de Iberia, que en 1936 recuperó su nombre y que en 1937 inauguró una línea que era como el trayecto de las tropas del Convoy de la Victoria, pero por los aires y a la inversa: Vitoria-Burgos-Salamanca-Cáceres-Sevilla-Tetuan.

Leo los nombres de los aparatos que ha usado Iberia en estos años y se me viene a la memoria la nostalgia de varias generaciones. Recuerdo mi primer vuelo, de Sevilla a Madrid, en uno de aquellos DC-3 de asientos de lona y barras de hierro, como los de un Citroen Dos Caballos, que se quedaban con el morro más alto que la cola cuando estaban en tierra y que como no tenía cabina presurizada, debías tener cuidado con la estilográfica Parker comprada de contrabando en Tánger, porque se te descargaba al tomar altura y te ponía la chaqueta que no había tintorería para volvértela a su ser. El día que nos pusieron los Convair Metropolitan parecía que habíamos estrenado el futuro, con aquellos cuatro asientos enfrentados que tenían, como en un coche de caballos vis a vis, que parecían a la medida de la charlita de los sevillanos que ya cogían el avión de las 8 de la mañana como ahora toman el Ave. Cuando llegaron los Caravelles en 1962 nos dimos el gustazo de volar en un avión a reacción, era como el Plan de Desarrollo por los aires, aquello realmente era un Polo de Desarrollo volando, seguro que el piloto se apellidaba López.

Con mejores aviones, con más rutas, Iberia ha seguido siendo España. Con todo lo bueno y con todo lo malo. Con el despilfarro que España hizo en su momento y con las apreturas que España tiene que hacer ahora. La compañía es como un reflejo de la política española en los cielos, aunque muchos de los que la han dirigido en determinadas etapas merecieran el infierno, por manirrotos y malos administradores. Baches y temporales que han aguantado, como sufridores impasibles, los empleados de Iberia, rompeolas de todos los pasajeros, de todos los retrasos, ora en los aires, ora en tierra. Esa empleada del mostrador de Lost and Found no es la que nos perdió la maleta, qué culpa tiene, pero la bronca se la lleva como si ella sola, en una sola pieza, fuera compañía, consejo de administración, cúpula ejecutiva y personal de vuelo y de tierra en una sola pieza. Porque si Iberia es España, llego a la conclusión de que sus 22.500 empleados, desde el comandante del Jumbo de Nueva York a la señora de la limpieza del Binter de Lanzarote, sí que son la verdadera imagen de la compañía.

A todos nos ha ocurrido. Hemos estado una temporadita larga en el extranjero y hemos llegado al aeropuerto donde el avión de Iberia nos traía de vuelta a España. Pienso ahora en esa azafata que nos vio cara de cómo sentarnos en la salita, sintiéndonos en casa. Sin preguntarnos nada, nos ha traído el periódico de Madrid, una fecha atrasado, pero no importa, trae el resultado del partido del Betis o la reseña de la corrida de Ortega Cano en El Puerto de Santa María. Sin preguntarnos nada tampoco, nos ha servido luego una copa de jerez. Sin preguntarnos nada, sólo con una copa de jerez y un periódico, nos ha hecho sentirnos ya en España en aquel aeropuerto todavía. Con tanto frío o tantas palmeras, según los casos. *


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