El guante de golf

Ni los numerarios del Opus Dei pegan tanta tabarra
para que se haga uno de Monseñor Escrivá
como los militantes del golf para
que practiquemos su deporte

Mucho antes de estos días de gloria de la Ryder Cup y de la consagración de mi tierra andaluza como paraíso mundial del golf, y de la millonada de dinero que han dejado, y de la proyección de la imagen de España por el mundo no precisamente en plan vídeo del Ministerio de Interior sobre los Hachebetas de la puñeta, he llegado a la conclusión de que ese deporte no tiene practicantes, sino militantes. Tengo amigos que son campeones de España de raids hípicos, como los hermanos Alvarez Domínguez, y nunca me han tratado de convencer de que me compre un caballo, aprenda doma inglesa y me vaya por ahí a recorrer España por trochas, veredas y caminos reales, que tiene que ser bellísimo, pero que es algo en lo que considero que no se me ha perdido nada. Entre mis amigos los hay con el gimnasio como una droga, están enganchados a la cinta de correr o a los aparatos como si fueran, que quizá lo sea, una droga dura. Pero ninguno de ellos me dio nunca el coñazo para convencerme que esté allí todas las mañanas a las siete para hacerme diez kilómetros de cinta antes de empezar a trabajar. En cuestiones de cinta, prefiero la cinta de lomo o las cintas con canciones de Rocío Jurado.

Tengo amigos nadadores, aficionados a la tabla de surf, pescadores, cazadores de pelo y de pluma, monteros, jugadores de petanca, hasta conocí con Miguel de la cuadra Salcedo a nuestro campeón olímpico de tiro con arco, el del mechero Bic en forma de flecha que encendió la llama olímpica de Barcelona. Pero ni este hombre trató de convencerme de que sentara plaza de Robin Hood, ni el otro para que me fuera a coger olas a Tarifa, ni el de más allá para que me hiciera montero de Espinosa, que es un montero que hay por la parte de Jerez que no conoce nadie y que es el verdadero montero de Espinosa, Espinosa Fernández se llama el hombre.

Pero tengo, ay, un cuñado golfista, y eso es una de las peores desgracias que puede ocurrir en una familia, que el hermano de tu mujer sea golfista. Hay a quien le sale el hermano de su mujer sablista, pero no campeón de esgrima, sino de los que te pegan sablazos para llegar a fin de mes. Hay quien tiene un cuñado bala perdida, que hace que le avalemos letras que luego siempre tenemos que pagar nosotros. Ninguna de esas desgracias es comparable a la institución española del cuñado en su dimensión golfística. Ven el mundo desde un campo de golf, con un palo en la mano. Y lo peor es que siempre tienen que convencerte:

-Tú tenías que jugar al golf, verías lo bien que te sentaba...

-Pero...

-¡Ni pero ni nada! ¿Tú sabes lo sano que es ir todas las semanas a andar por el campo, a ti que te gusta tanto andar?

-Es que no sé si...

-No te preocupes, eso te vienes una tarde conmigo y verás como te empicas...

Hasta ahora he resistido como un héroe los embates de la afición de mi cuñado golfista. Cuando ya no he podido resistir y no he tenido más remedio que subir hasta el club donde juega, a todo lo más que he llegado ha sido a almorzar o a tomarme una copa en el bar, con grave contrariedad de su ánimo, por cierto:

-Hombre, ya que estás aquí, ¿por qué no vienes y sales conmigo?

-Pero con estos zapatos... ¿No os ponéis unos zapatos de pinchos?

-No te preocupes, yo te lo presto todo, los palos, todo, verás cómo te gusta...

Temo ver a mi cuñado después de la Ryder Cup, adonde se ha ido, naturalmente, como un poseso, porque estos golfistas lo abandonan todo, familia, hijos, trabajo, evangélicamente, para coger su madera o su hierro y seguir a Seve Ballesteros. Si antes de la Ryder Cup ya me ponía la cabeza como un bombo con el banker, el green, el handicap, el birdie y todas las palabras de su jerga inglesa de iniciados, rituales como si fueran latín litúrgico, no sé cómo ahora, después de tantas horas de Ryder Cup por televisión, cómo voy a poder seguir resistiendo sus predicaciones. Ni los numerarios del Opus Dei pegan tanta tabarra para que se haga uno de Monseñor Escrivá como los militantes del golf para que practiquemos su deporte.

Si vas a Estados Unidos, te piden que les traigas un hierro que allí cuesta baratísimo, pero que te da el viaje de vuelta. Si a Marbella, te encargan bolas de segunda mano en el mercadillo de la plaza de toros. Lo bueno que tienen es que se acaba aprendiendo. Gracias a mi cuñado, no seré como aquellas empleadas que quisieron hacer un regalo a su jefe y decidieron comprarle unos guantes de golf. Fueron a la tienda más cara, les enseñaron los que tenían, y cuando se los estaban mostrando, dijeron:

-Pero nosotros queremos unos guantes buenos, que son para un regalo, y no éstos, que tienen que ser de rebajas, ¿usted no ve que están todos deshermanados, que nada más que los hay de una mano? Nosotros queremos unos guantes de golf, pero para las dos manos...

Aunque no le he regalado ninguno a mi cuñado, gracias a sus enseñanzas sé que en el golf solamente se usa un guante. Ahora que igual que no ha conseguido que juegue, tampoco ha logrado que sepa para qué mano es el puñetero guante, si para la derecha o para la izquierda... *


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