Elogio de los cobradores del frac

A mí quien me da pena es el que tiene que
buscarse la vida como cobrador de frac.
El que debe el dinero está en la gloria...

Si no estuviera completamente tieso y no tuviera que ahorrar en la factura de teléfono, llamaría a Rodrigo Rato para que me aclarara uno de los mayores misterios dolorosos del triunfalismo de la economía patria:

-Si España va tan bien, y hemos hecho tan bien los deberes para hacerle la peseta a la peseta y abrazar la fe del euro, ¿por qué se ven por las calles tantos coches del Cobrador del Frac?

Me inquieta que raro es el día en que vamos por la calle y no veamos uno de esos uniformados coches del Cobrador de Etiqueta, que debe de ir vestido algo así como el padre de Paquirri con el ridículo esmoquin que se ha hecho para dar el golpe en la boda de la Duquesa de Montoro. La verdad es que muy pocos han visto al cobrador del frac en persona, ésos que van vestidos como si estuvieran eternamente asistiendo a una solemne recepción de un nuevo numerario en la Academia. No, del Cobrador del Frac se ve el coche, quizá los pongan estratégicamente aparcados por las ciudades para dar impresión de poderío, como los italianos dicen que ponen olivos de plástico, qué sinvergonzones, para cobrar las subvenciones de la Unión Europea o como Sadam Husseim ponía tanques de cartón piedra para dar el pego a los americanos en la guerra del Golfo.

Raro es el día que no vemos que aparece por las calles de cualquier ciudad un señor vestido de algo raro, intentando cobrar a los que no pagan ni quemados. Lo último que he visto ha sido durante la feria de Sevilla, por cuyas cercanías, y repartiendo pasquines en los que ofrecía sus servicios de cobro, iba un señor de raza negra vestido completamente de escocés, vamos, así como el Príncipe de Gales, pero en Morenito de Maracay, sobre quien, cuando debutó en Sevilla, hubo un guasón que dijo:

-Oye, si en Maracay los morenitos son así de oscuros, ¿cómo serán los negros?

He mirado en las páginas amarillas y me he encontrado con que, aparte del Cobrador del Frac, que es el clásico, el Beethoven o el Mozart de esta sinfonía de impagados, hay todo un florecimiento del ramo, y nunca mejor dicho lo del florecimiento que aplicado al ramo de cobrar las facturas que no pagan. Está El Cobrador de Blanco, que va como su mismo nombre indica. Está El Cobrador de Guantes Blancos, que va como igualmente su nombre indica, más guantes de la misma color. Está El Monasterio del Cobro, que van de frailes de la antigua observancia. No conozco la indumentaria, pero me la imagino, de una empresa que se llama La Cruz del Moroso, que más que de impagados tiene nombre de cerveza, aunque nombre bien puesto, qué cruz que le deban a uno dinero. A mí, por ejemplo, hay un productor de televisión (cuyo nombre les digo a vuelta de correo si me escriben) que me debe un dinero importante hace dos años. Pero desespero de cobrarle. Necesitaría a todos los monjes de Silos, a todos los gaiteros escoceses de la guardia de Buckingham Palace, a los fraques de todas las Reales Academias, necesitaría a todos los hombres de blanco de todos los laboratorios de España para que ese tiparraco que perpetra producciones televisivas me pagara...

Hoy se venden las deudas como se venden cortijos, coches de segunda mano o apartamentos en Benidorm. Hay quien, como inversión, compra a la baja carteras de impagados. Y ahí es donde me da tristeza realmente esta situación de una España que en los grandes números va muy bien, pero que tiene sus calles llenas de este Carnaval de cobradores coercitivos. Cuando veo al cobrador del frac o al de los guantes blancos detrás de un tío, para que le pague, a mí quien me da pena es el que tiene que buscarse la vida como cobrador de frac. ¿Habrá algo más triste? El que debe el dinero está en la gloria. Suele ser un virtuoso de los impagados, como decía aquella gran señora de mi pueblo cuando llegaban los cobradores:

-No, mire, hijo, es que en esta casa tenemos la costumbre de no pagar las facturas...

El que no tiene costumbre alguna es el pobrecito parado que, no encontrando donde meter cabeza, no tiene más remedio que colocarse de máscara a pie en el Carnaval de la economía española. Aquí, no sé si lo han observado, ya casi nadie quiere ponerse uniforme de trabajo. Los curas no van vestidos de curas por razones pastorales, los militares no van de militares por razones de seguridad antiterrorista, los consortes de las Infantas de España van de chándal o de figurines... Aquí el único que va con el uniforme del sufrido gremio al que el paro le ha hecho pertenecer es el Cobrador del Frac. Al caradura que no paga, le da lo mismo, ocho que ochenta, que el otro vaya pegado a sus talones todo el día, ora a pie, ora en uno de esos coches de que han llenado España. Igual que cuando te roban parece que quien recibe toda la protección de la ley es el ratero y no tú, aquí ocurre al contrario. Nadie se apiada del pobre parado que se ha tenido que colocar de Cobrador del Frac y que tiene que pasarse el día vestido de Groucho Marx.

Como que estoy por pensar que si las estadísticas del paro van tan bien como dice mi amigo Javier Arenas, es porque casi todos los parados se han colocado en el Cobrador del Frac, o en el Monasterio del Cobro, o en El Cobrador de Blanco. *

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