"Puerto Rico no se entrega"

"Cuando en la península hay territorios que quieren un referéndum
para decir que no son españoles, unos hispanos orgullosos
de su cultura le dicen "no" al mismísimo Tío Sam"

Cuando el referéndum de la autonomía andaluza todo el mundo creyó que eran ya insuperables las cotas de galimatías alcanzadas en la redacción de aquella preguntita cargada por el diablo, cuya autoría algunos atribuyeron a Martín Villa: "¿Da usted su conformidad para que la parte contratante de la primera parte del artículo 151 de la Constitución quede sin efecto por la segunda parte contratante del artículo 143?" Como nada hay imposible, aquella aparente marca Guinness ha sido ampliamente superada en Puerto Rico. No una, sino cuatro preguntas, a cuál más enrevesada, han sido propuestas a los dos millones largos de votantes convocados para que dijeran su opinión sobre el futuro del status político de la antigua colonia española y actual colonia de los Estados Unidos.

Imagínese cómo se le quedaría a usted el cuerpo si llegara a un colegio electoral, cogiera la papeleta de voto, y en la primera columna le pidieran su conformidad a esto: "La aplicación sobre Puerto Rico de la soberanía del Congreso, que por virtud de la Ley Federal 600 de 3 de julio de 1950, delega a la Isla la conducción de un gobierno limitado a asuntos de estricto orden local". "¿Pero qué es esto, Dios mío de mi alma?", diría usted. Y no habría salido del galimatías de la primera columna de la papeleta, cuando entraba en la incomprensible segunda, que le pedía su asentimiento a "un Tratado que reconozca la soberanía plena de Puerto Rico para desarrollar su relación con los Estados Unidos en asociación no colonial, no territorial". Y, así, una tercera, más enrevesada aún ("el derecho al voto presidencial y la representación igual en el Senado y proporcional en la Cámara de Representantes, sin menoscabo de la representación de los demás estados") y hasta una cuarta: "Los residentes de Puerto Rico deberán lealtad a, y tendrán la ciudadanía y nacionalidad de la república de Puerto Rico." Por eso los boricuas veían el cielo abierto cuando, habiéndose quedado a la cuarta pregunta con las que anteceden, llegaban a la quinta columna: "Ninguna de las anteriores". Y la votaban mayoritariamente.

En el plebiscito de Puerto Rico han ganado los votantes de esta quinta columna. Es como si Miguel Mihura hubiera ganado un referéndum: "Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario". Ni Estado de la Unión ni Estado Libre Asociado, sino todo lo contrario. ¿Y qué es lo contrario? El triste destino de la antigua colonia que España entregó a Estados Unidos hace ahora justamente cien años con el Tratado de París, en cuyo centenario el gobernador Pedro Roselló quería volver a entregarlo en los brazos de Tío Sam. Con ese apellido tan hispano, Roselló, líder del Partido Nuevo Progresista (PNP), está empeñado en ser americano, en arriar la vieja bandera boricua del Fuerte del Morro y en desterrar el uso de la lengua y la cultura españolas. Hace cinco años convocó otro plebiscito para que los puertorriqueños se hicieran el Estado 51 de la Unión. Lo perdió. Ahora pedía el voto como un torero sin suerte en una tarde pide el sobrero; para ver si esta vez colaba. Pero si quieres arroz, arroz de asopao de La Mallorquina... Los boricuas han vuelto a decir que no, se han afirmado en su cultura hispana, en su lengua, en su bomba y en su plena, en el himno de "Nuestra bandera", en el espíritu de Muñoz Marín y de la condición de ELA, Estado Libre Asociado, fórmula que funciona desde 1952 y que permite a la Isla del Encanto tener todo lo mejor de Estados Unidos (como el pasaporte a efectos laborales en el continente) y todo lo mejor de su propia cultura. Mi tocaya la señora Burgos, secretaria de Estado en La Fortaleza, hasta tenía sacados los boletos de avión para ir a Washington a suplicar al Congreso que lo hicieran Estado tras un plebiscito no vinculante para Estados Unidos. Se ha quedado con las ganas. Y, sin saberlo, el Partido Democrático Popular (PDP) se ha encontrado con una líder, con Sila Calderón, la alcaldesa de San Juan, que le ha puesto frase al sentimiento mayoritario de los boricuas: "Puerto Rico no se entrega".

Me apena que este proceso político en una tierra tan nuestra nos coja aquí sentimentalmente tan lejos, como todo lo perteneciente las últimas colonias que perdimos y abandonamos a su suerte hace un siglo. Por pura chiripa, Puerto Rico no ha vuelto a padecer otro Desastre del 98, un siglo justo más tarde de aquel Desastre del 98 en que España, madrastra de sus colonias, la entregó a Estados Unidos en el Tratado de París. En pocos lugares está tan viva y tan pujante la voluntad de pertenencia a la cultura hispana, a pesar de que todo un partido quiere que statehood ni siquiera sea traducido al español como estadidad, sino que del tirón sea el inglés la única lengua que se enseñe en las escuelas. Cuando aquí en la península hay territorios que quieren un referéndum para decir que no son españoles, es todo un ejemplo el que nos llega desde el Viejo San Juan, donde unos hispanos orgullosos de su cultura le dicen al mismísimo Tío San que Puerto Rico no se entrega. *

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