Teñirse como con crema del calzado

"¿Habrá algo que dé más el cante, y no por
rumbas precisamente, que el tinte de Peret?"

Rafael de León, que levantó toda una geografía sentimental de España, de Puente Genil a Lucena y de Loja a Benamejí, no le hizo ningún favor a Sanlúcar de Barrameda con el Romance de la Reina Mercedes. Como las que dicen las coplas son sentencias, en la memoria popular no hay más jardines de los Duques de Montpensier que los de Sevilla, donde era cuidada aquella dalia, hija de Don Antonio y Doña María Luisa, futura esposa de Alfonso XII. Mal favor le hace la copla a Sanlúcar de la Manzanilla y de los Langostinos. El desconocido Don Antonio de Orleans, duque de Montpensier, llenó sus palacios de bellos jardines. Si hermosos fueron los de San Telmo de la copla, luego legados a Sevilla por la Infanta Doña Luisa (de ahí el título de Parque de María Luisa, en su honor), no menos bellos son los del Botánico de Sanlúcar, paraíso de palmeras y araucarias, microclima único, flora de ida y vuelta desde América a España, donde Godoy puso un jardín de aclimatación para especies ultramarinas, jardines donde se demuestra que Montpensier fue un ecologista avant-la-letre.

Y en los jardines del Botánico estábamos en el bello atardecer sanluqueño de los días más largos de jacarandas y flores de Júpiter, desgustando las flores de lis del olor a fruta y a mar de la manzanilla de la Bodega de los Infantes, en el convite espléndido de la boda de Elena Farini, hija de la Princesa Beatriz de Orleans-Borbón, cuando se me acercó la Marquesa de Saltillo, mi consejera en informaciones de buena tinta de Asuntos de Sociedad. Consejera sin sueldo, se sobrentiende, que uno no es la Junta de Andalucía... Y me dijo Pepita Saltillo, toda asombrada:

-¿Oye, has visto a ese señor que tiene el pelo verde?

-Anda ya, Pepita, con tus bromas...

-Que no, que es verdad -me dijo-, que esto se cuenta y no se cree. Ven, que te lo voy a enseñar.

Y allá fuimos donde estaba el, por otra parte, viejo y querido viejo amigo, ante el estupor de la Marquesa de Saltillo. Me quedé tan estupefacto como ella. Este gran señor, que es un señor, no sé qué se habría hecho al querer platearse sus respetables y cuidadas canas, que o bien se le había ido la mano o bien le dieron en la perfumería el bote cambiado, pero la verdad era que tenía unos reflejos verdes espantosos. Ante cuya increíble visión, díjele a Pepita:

-Pero si es como los pelos de Alaska, pero en verde...

Y fue entonces cuando dejé sin respuesta a mi consejera de Asuntos Sociales:

-Pepita, tú que lo sabes todo: ¿por qué las señoras vais teñidas tan divinamente, que no se os nota el frasco de tinte por ningún lado y en cambio los señores, cuando se pegan el lambreazo de teñido, van todos hechos unos adefesios? ¿Por qué no aprenden los barberos a teñir igual de bien que las peluqueras? ¿Por qué esa afición a automedicarse con el Farmatint, y así pasa luego lo que pasa?

-Mira: eso mismo es lo que yo digo. Se ve cada número...

Y pasamos revista a la galería lamentable de los señores mal teñidos, que parece que se dan color en las canas con un bote de Kanfort de los zapatos. ¿Habrá algo que dé más el cante, y no por rumbas precisamente, que el tinte del pelo de Peret? ¿Por qué ese tinte negro, negro, negro, como el del cantante de Los Marismeños? Manolo Escobar, con la de discos de oro que ha vendido, podría ir a un barbero que lo tiñera en condiciones. Nada digo de mi admirado Curro Romero, que aunque tiene arte hasta para teñirse, hay veces en que a su peluquero se le va la mano con el frasco de las esencias y me lo pone de un caobita que ni Lauren Postigo. Y lo que es ya el récord es el tinte del dueño del Betis, de quien dije una vez que se teñía con crema de calzado color Borgoña, de la que se les pone a los Sebago que nos traen de Nueva York.

Sospecho que todo es por la automedicación del tinte. Los señores se comunican unos a otros las maravillas de sus descubrimientos. Un constante innovador es el querido caballero jerezano Fermín Bohórquez Escribano, a quien se le nota también tela el tinte. Estaba un día Fermín en el gimnasio de Madrid comentando con unos amigos el tinte nuevo que había descubierto cuando llegó a la reunión el recordado Vicente Zabala, interesándose con ahínco por el hallazgo. Y Fermín, rápido como sus caballos, decidió -nunca mejor dicho- tomar el pelo a Vicente:

-Mira, eso es un tinte que nada más que lo tiene el barbero de aquí del gimnasio, pero hasta mañana no trae más. Es una cajita que tú te la das y te queda el pelo completamente negro...

Y con el concurso guasón de los presentes, fuéronse al barbero cómplice de la broma y con él la prepararon. Rellenaron un tarro de perfumería con crema negra Tractor de los zapatos. Al día siguiente, cuando apareció Zabala, se la entregó con mucho misterio el barbero:

-Don Vicente, esto es de parte de Don Fermín, me ha dicho que es lo que usted esperaba.

Vicente, al siguiente día, le mentaba sus castas todas a Fermín, porque se había embadurnado el pelo... ¡con crema Tractor de los zapatos! Bueno, más o menos como todos esos señores horrorosamente teñidos que espantan a la marquesa de Saltillo, mi consejera de Asuntos Sociales. *


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