El micrófono-balón

"Verá usted cuando los diseñadores conquisten el Tour, la forma que van a tener los micrófonos"

No crean que el tiempo de las dictaduras ha pasado. Sólo que las de ahora se notan menos, porque no hacen desfiles con antorchas ni rompen los escaparates de las tiendas de los judíos. Porque campos de concentración sí que hay. Por ejemplo, en estos días, la dictadura de que todo el mundo se vaya de veraneo a los mismos sitios crea campos de concentración a los que, para despistar, se les pone de nombre Benidorm o Marbella. Pero nada como la dictadura del diseño. Llega su imperio mucho más allá que soñar nunca pudieran la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler. No hay lugar del mundo que se escape a la autoridad de un chufla que se erige en diseñador y vuelve a hacer, por ejemplo, el mobiliario urbano. Como saben, se llama mobiliario urbano a lo que toda la vida eran los bancos de la plaza, la fuente del paseo. No hay pueblo de España que se haya salvado de la ola. En la guerra civil hubo pueblos que se salvaron de los terribles efectos de la contienda, pero en la paz de la democracia ni uno se escapó a los estragos de los diseñadores. Hasta que llegó el moderno, los bancos de la plaza eran comodísimos. De hierro, con sus respaldares fundidos, donde hay generaciones enteras retratadas. Hasta que un día, ay, fueron sustituidos por los bancos de diseño, auténtico terror de las vértebras dorsales y espanto de las cervicales. Bancos como los asientos del aeropuerto de Milán, que son instrumentos de tortura a cuya perversidad no llegó nunca ni el más sanguinario de los inquisidores.

Y lo mejor de los bancos de diseño de la plaza del pueblo es que no parecen bancos. Pueden ser, según se mire, alambreras para los gallineros, mosquiteros, celosías del torno del convento de la monjas. Cualquier cosa, menos bancos. Es la clave del diseño: que nada parezca lo que es y que nada sea lo que parece. Las sillas deben parecer exprimelimones y los exprimelimones, sillas. Las farolas han de ser como supositorios. Y las cuberterías, ah, las cuberterías de diseño... Ahí es donde echan el resto. Tengo un hijo adicto a esta secta, lo que cada vez que trae algo a casa compruebo con tanto dolor como si me hubiera hecho del Hare Krisna o de los Testigos de Jehová. Trajo unos objetos metálicos y extraños, así alargados, acerados cual instrumental quirúrgico, aunque también podían ser herramientas para el coche, o incluso piezas de recambio para la lavadora. Le pregunté, ingenuo:

-- ¿Qué es esto, hijo?

-- Pero qué antiguo estás, Burgos --me dijo, con desprecio e indignación--. Esto es una cubertería diseñada por Alvar Aalto...

Me dio por reírme. Tomé una de aquellas piezas, pregunté:

-- ¿Pero esto es una cuchara?

Y já, já... Cada vez que veo las cucharas, me da por reírme. Para no llorar. Por eso los que no queremos someternos a la dictadura del diseño hemos dado un suspiro de alivio al ver que ha terminado la temporada de fútbol. Nos hemos librado del más espantoso de los objetos de diseño: el balón-micrófono de las salas de prensa. Sin que hayamos cometido ningún crimen, estamos condenados todos los domingos a tener que aguantar por televisión las explicaciones de entrenadores y jugadores del fútbol de las estrellas acerca del partido que acaba de terminar. Y no es lo malo las tonterías que dicen, con acento argentino o español chapurreado, sino por dónde lo dicen: por un horrible micrófono, goce de los dictadores del diseño, que tiene forma de balón. Es lo más hortera que han diseñado nunca estos dictadores de las formas y los volúmenes. Hasta ahora había micrófonos como el de Queipo de Llano, como el de Boby Deglané, como el de Julio Iglesias, antiguos y modernos, con cable y sin cable, inalámbricos o de solapa. Pero el micrófono tenía siempre, aproximadamente, forma de micrófono. Hasta que algún diseñador, con el concurso de otra fauna tan peligrosa como el publicitario común, firmó la exclusiva y desde entonces todos los micrófonos de las salas de prensa de los estadios tienen forma de balón, que parece que las criaturas están hablando delante de un cántaro sin asas, de una lámpara sin pantalla, de un globo terráqueo. Todo, menos delante un micrófono. Y nada digo de los fondos de esas salas de prensa, tan porcelanosas ellas, que parecen como un enorme crucigrama, damero maldito, jeroglífico o cualquier clase de pasatiempos, como un homenaje póstumo a Pedro Ocón de Oro. Por si fuera poca la publicidad estática de los campos o los sobreimpresionados en la pantalla que nos impiden ver siempre el fuera de juego, tras el partido hemos de seguir sufriendo a los "sponsors", con los que tenemos obligados esponsales.

Así que descansen, que hasta agosto no vuelven los micrófonos-balón. Si me gusta por algo la Vuelta a Francia es porque tras cada final de etapa, el del maillot amarillo no habla por un micrófono-bicicleta, sino teniendo al lado a la maciza que le ha entregado el ramo del flores. Todavía... Que verá usted cuando los diseñadores conquisten el Tour, la forma que van a tener los micrófonos.

---Y las bicicletas, Burgos, y las bicicletas...


Volver a Página Principal

 

Pinche para leer el Epoca de esta semana en InternetEpocaEl último número de la revista, en Internet