La Bien Pagá

"Bien, bien, lo que se dice bien pagá, Convergencia i Unió.
Esa si que está bien pagá hace muchísimo tiempo"

Para tener éxito en España, está visto que no hay nada como morirse. Se arma el lío de Melilla, y la gente no compara a Malika Mohamed y a Susana Bermúdez con Salomé la de Chayanne, que le ha cogido el traspaso del éxito puertoriqueño a Ricky Martin. No. Las compara con La Bien Pagá, que es de tres señores que ya no están: de Miguel de Molina que la cantaba, y de Perelló y Mostazo que la escribieron.

-¿Ah, pero La bien Pagá no es de Rafael de León?

-No, es de Perelló y Mostazo...

-Pues yo juraría que era de Rafael de León.

Todas las coplas son ya de Rafael de León, las escribiera quien las escribiera. Es la gloria del que fue Marqués del Valle de la Reina y Conde de Gómara. Escribió canciones tan bellas y tan perfectas, catalogables muchas de ellas en un inventario de Bienes de Interés Cultural (vulgo, monumentos nacionales), que la gente cree que todas las coplas son suyas. Este éxito también lo ha conocido Rafael de León después de muerto. Tuve el honor de que me concediera su amistad y viví meses de tiras y aflojas cuando le preparamos en Sevilla un homenaje, en 1980. Reuní en un libro sus poemas y sus canciones, conseguimos que el alcalde andalucista Luis Uruñuela, un señor, le pusiera una glorieta con su nombre en el Parque de María Luisa. Pero el pobre de Rafael de León se murió con la pena de ver que ese partido socialista que ahora tanto se proclama coplero le negaba que su Sevilla lo hiciera hijo predilecto. Pásese usted una vida diciendo que en Sevilla hay una casa y en la casa una ventana, y sin que se le caiga de la boca la dalia que cuidaba Sevilla en el parque de los Montpensier, para que unos progres le digan:

-No podemos hacer hijo predilecto de Sevilla a Rafael de León porque es un facha que encima es marqués...

Y se quedó sin su título. Conoció todas las amarguras, todas las penas y muy pocas de las alegrías del reconocimiento. Los poetas oficiales de entonces, ahora olvidados, lo despreciaban. Hasta había un poeta homónimo del que hoy nadie se acuerda, que matizaba con desdén:

-Por Dios, que soy Rafael León, no Rafael de León...

Amargado, Rafael decía:

-Lo mío tienen que ser berzas, no versos.

Bueno, pues como Rafael de León ha muerto, no sólo son versos sus antaño menospreciadas berzas, sino suyas todas las canciones en la memoria de la gente. Todas las canciones son de Rafael de León como todas las esculturas griegas son de Fidias y todos los poemas latinos son de Virgilio, en lo clásico, y en lo contemporáneo todas las novelas de éxito son de Pérez Reverte, a quien admiro, todas las puertas grandes son de El Juli, a quien respeto, y todos los pimientos son del piquillo, a los que aborrezco.

Siete u ocho (mil) escalones más abajo, al que cantaba La Bien Pagá le ha pasado como al autor de Tatuaje o La Lirio. Ni a soñar que se hubiera echado esa especie de sección femenina de Angelillo que fue Miguel de Molina hubiera podido imaginar que coplas de Perelló y Mostazo por él cantadas iban a servir de compariciones políticas en la España de fin de siglo. Con sus chocantes tumbagas horrorosas, con sus repugnantes anillos de monedas colgando, con las cadenas de peor gusto que se han visto en el cine y con sus pastiches de trajes de flamenco en versión perenne de primera comunión, Miguel de Molina, cuando aún vivía, tenía que haberle hecho un monumento en Buenos Aires a Basilio Martín Patino, que fue quien realmente descubrió su Bien Pagá al ponerla de banda sonora dominante en Canciones para después de una guerra. Cómo será de buena La Bien Pagá que ni ese gran destructor almibarado de canciones que fue Miguel de Molina logró cargársela cuando la llevó a su película Esta es su vida, antología de las mejores escenas kitsh del cine en lengua española. No sé si es más hortera la tanguista que fuma mientras el rapsoda malagueño canta La Bien Pagá o las monjas entre Sigfrido Burmann y José Tamayo, pasadas por el Tenorio de Dalí, que aparecen cuando el eterno enemigo de Concha Piquer entona, destrozándolo, esa delicia de tanguillo gaditano que es La Hija de Don Juan Alba, la obra maestra de Paco Infantes Florido y Luis Rivas. Para peritar los daños que Miguel de Molina hacía en las canciones, basta comparar su Hija de Don Juan Alba con la delicada versión de María Dolores Pradera. Como que parece que el tal don Juan Alba hubiera tenido dos hijas que aunque las dos se metieran a monja, no tenían nada que ver la una con la otra: la hija del señor Alba que se fue con Molina y la hija del señor Alba que se fue con la Praderita hermosa y linda.

Con todo, está bien puesta la comparación de La Bien Pagá. No debe empero circunscribirse a Ceuta y Melilla. Bien, bien, lo que se dice bien pagá, Convergencia i Unió. Esa sí que está bien pagá. Hace muchísimo tiempo. Como Matías López: después del chocolate de Aznar y antes del chocolate de Aznar. *


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