Defensa del cura de Capileira

¿No viven tan ricamente en Doñana las especies en trance de
extinción? ¿Por qué no vamos a conservar en Capileira a estos
curas de toda la vida, nada modernos, en trance de desaparición?

Me imagino que el cura alpujarreño de Capileira no habrá tenido en toda la prensa española ni una sola línea a favor. Es más, aun poniéndolo verde todo el mundo, ni siquiera han mentado su nombre. Por lo que con mucho gusto le dedico este artículo entero y pleno. Porque el cura de Capileira ha andado en gacetas y no para bien, por haber sido el protagonista de un lance que parece antiguo, como arrancado de una novela de Pedro Antonio de Alarcón o del Padre Coloma. Murió en un hospital de Madrid un hombre casado por la Iglesia y separado por lo civil, amancebado con una hembra del lugar. La cual, tras la incineración del cadáver de su pareja de hecho, como ahora se estila mentar, llevó las cenizas al pueblo y encargó un funeral.

Fue entonces cuando el párroco de Capileira tuvo esos cinco minutos de fama que dijo no sé si Andy Warhol o Tom Wolfe, uno de los dos, que todo el mundo disfruta en Nueva York. En este caso, los cinco minutos de gloria del cura fueron los cinco minutos del infierno mentado en su oración fúnebre. Pues se acogió al plan antiguo, y se puso a largar del difunto. Todo aquello que cualquiera hubiese pensado, pero que nadie se atrevió a decir, sobre aquel hombre que vivía amancebado según los antiguos y aún no derogados preceptos de la Santa Madre Iglesia. Vino a decir:

-Mucho tendréis que rezar por la salvación del alma de nuestro hermano, porque
como vivía en pecado mortal, seguro que ha ido de patitas al infierno. Era un gran pe-
cador...

A la compañera sentimental del gran pecador le dio el patatús allí mismo, a pie de obra fúnebre, y se armó la de Dios es Cristo: más Dios castigador con las penas del infierno que Dios misericordioso. Y se fueron inmediatamente con las quejas al Arzobispado de Granada, por lo que no sé si a esta hora el cura sigue siendo párroco de Capileira, o si le han aplicado el Artículo Liaño del Código de Derecho Canónico, mediante el cual todo aquel que se atreve a decir lo políticamente incorrecto pasa inmediatamente de acusador y acusado, y a la puta calle con él...

En caso de que al cura de Capileira lo hayan cesado de su pastoral gobierno de la alpujarreña parroquia, quizá le sirvan estas líneas como defensa. Creo que la Iglesia debería conservar a esos curas por el plan antiguo, curas con todos sus avíos, como especie amenazada que son.

-Y tan amenazada, Burgos, como que al buen hombre lo han corrido a gorrazos...

¿No viven tan ricamente en Doñana las especies en trance de extinción? ¿Por qué no vamos a conservar en Capileira a estos curas de toda la vida, nada modernos, también en trance de desaparición, que proclaman la verdad evangélica y llaman al pan, pan y al vino, vino, especies eucarísticas por cierto? Capileira es una reserva de los principios que hasta la propia Iglesia olvida o por lo menos hace la vista gorda. Lo que ha dicho el cura es lo que la Iglesia mantuvo siempre y que ahora, por conveniencias, calla. Si la Iglesia está contra el divorcio, si no admite este uso social de las parejas de hecho, los compañeros sentimentales y otros eufemismos del público adulterio y del amancebamiento, ¿qué de malo ha hecho el cura aplicando a los hechos la doctrina? El cura de Capileira habló nada menos que por la boca de la verdad, que dice el Evangelio que os hará libres. La proclamación de la Verdad, y más si es la evangélica, cobra a veces dramáticos tintes de heroicidad civil. Una cosa son las encíclicas del Papa, los documentos de la Conferencia Episcopal y otra la manga ancha que a la fuerza han de tener los pobres curas, en una sociedad cada vez más alejada de los principios en los que creen.

Si el cura de Capileira hubiera dicho que el amancebamiento es aquello de San Agustín, que lo importante es el amor, y que Cristo hasta perdonó a María Magdalena, con el pedazo de pendón que estaba hecha, probablemente habría quedado como se exige ahora: a la altura de las circunstancias. Si hubiera recibido la habitual comunión con ruedas de molino, no habría tenido el menor problema con sus feligreses ni con la Curia arzobispal granadina. Pero, claro, allá en las Alpujarras, alejado de las modas, no sabe que los figurines de la Teología de la Liberación dicen que el infierno son los demás, y que estamos ya a medio minuto del luteranismo: que la fe por sí sola justifica la salvación. Y además, que las compañeras sentimentales deben merecer tanto respeto como las legítimas esposas o más, si no quieres que te peguen con la Constitución en toda la boca.

Lo que pasa es que el cura de Capileira lee demasiado el Evangelio y muy poco El País. Por eso no sabe que la Verdad, aparte de hacernos libres, también nos hace a veces pasar unos malos ratos espantosos. Que se lo pregunte a Gómez de Liaño. *


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