Los simpapeles

Demasiada desgracia tienen como para que encima les
hubieran llamado "inmigrantes extracomunitarios no
integrados en cupos de asignaciones poblacionales"

La Ley de Extranjería nos acaba de demostrar que todo tiene dos caras, como el dios Jano...

-O como Arzalluz, que ése sí que tiene dos caras, y que se las pisa las dos...

Bueno, eso, y también que no es cultura del bienestar y del postpelotazo precisamente todo lo que reluce en la civilización de lo sin y de lo light. No hemos arreglado el problema de la inmigración en nuestra condición de Frontera Sur del continente europeo, coladero obligado de África entera, subsahariana y magrebí. Pero por lo menos hemos encontrado un nombre a los inmigrantes ilegales, que es rotundo y clásico, machihembrado en los tuétanos de la lengua: los simpapeles.

LOS que entran en España ilegalmente, sin permiso de trabajo y a veces hasta sin documentación para no cantar la gallina de su procedencia, con menos papeles que una liebre, ¿qué han de ser? Pues los simpapeles. Está clarísimo. La palabra ha hecho fortuna sobre todas las otras denominaciones de origen. En Estados Unidos, los mexicanos que entran ilegalmente en el país, como atraviesan a nado el "Río Grande del Sur que me hiciste soñar" y llegan los pobrecitos míos al paraíso del consumismo americano empapochados y chorreandito, les llaman los espaldas mojadas. Igual llegan a las costas de Tarifa, a la playa de Los Lances, o al litoral de Lanzarote los africanos de las pateras. No sé en Canarias, donde tienen una enorme capacidad de creación de lenguaje. Pero en las costas gaditanas, donde sobra la gracia, hicieron la traducción del espaldas mojadas americano y acuñaron un término rebosante de ternura. A los que venían en las pateras no les decían balseros, como llaman en Miami los que en embarcaciones de fortuna escapan como pueden del paraíso comunista cubano del castrismo, o patereros, que hubiera sido lo suyo, como es lanchero el que rema en una lancha y chinchorrero el que pesca en un chinchorro. Por la parte de Tarifa, a los africanos les decían mojaítos, y había en la voz algo más que conmiserativo, como de cariño maternal, qué lástima de hijos jugándose la vida al cruzar el Estrecho.

MENOS mal que sobre las desgracias que tienen los emigrantes ilegales no han de cargar encima con los palabros al uso que usan los políticos, los telediarios, los tertulianos, los boletines oficiales y otros males del siglo en sus modos de llamar del modo más complicado posible a lo que en castellano tiene hermosos nombres. Toda esa retahíla tan espantosa de optatividad, emblemático, paradigmático, problemático, esfuerzo contributivo, balance muy positivo, cualitativo, cuantitativo, desdramatizar, optimizar, flecos de la negociación, punto de inflexión, extrapolable, cohesión, posicionamiento, acuerdos puntuales, congresual, lectura, enfatizar, mandatar, cúpula directiva, área de trabajo o imagen corporativa. Demasiada desgracia tienen con ser inmigrantes sin esperanzas y sin documentación, como para que encima les hubieran llamado algo así como "grupos de riesgo en los procesos migratorios clandestinos intercontinentales" o "inmigrantes extracomunitarios no integrados en cupos de asignaciones poblacionales de las directivas demográficas". Cosas peores estamos llegando a ver normales. Hasta a personas decentes y de buenas costumbres he oído pronunciar palabrotas tales como llamar "mobiliario urbano" a un banco de un parque, a una papelera pública o a la marquesina de una parada de autobús.

Hay que reivindicar esta bendita pujanza de la lengua que inventa neologismos tan normales como este triste nombre de los simpapeles. Tan español y clásico como el simpecado en que la proclamación barroca del Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María tradujo el teológico sine labe concepta, con aquellos versos que recordamos de la infancia:

Todo el mundo en general

a voces, Reina escogida,

diga que sois concebida

sin pecado original.

COMO la lengua castellana está llena de palabras creadas al mismo modo, hay que darle a la sinhueso para hacer ver los sinsabores de los simpapeles, que no tienen precisamente una sinecura en esta sinrazón de ser sinventuras en la sociedad donde tanto se llevan cuatro sinvergüenzas.

Es el contraste, la otra cara de la cultura del sin. En esta sociedad tan pagada de su prosperidad, tan orgullosa de su bienestar, donde para muchos el único grave problema es no engordar, no saltarse la dieta, no contaminar, se olvida que no todo es yogur sin calorías, cerveza sin alcohol, coca cola sin azúcar, café sin cafeína, casco sin devolución, desodorante sin aerosol, gasolina sin plomo. Los simpapeles nos recuerdan, como en una copla triste de campanilleros de las Pascuas de Navidad que se acercan, que "a la puerta de un rico avariento/ llegó Jesucristo/ y limosna pidió". Es la Europa triste de los simpapeles, de los sin techo, de los sin trabajo. Los otros sin en la prosperidad de lo light. *


Volver a Página Principal

 

Pinche para ver el Epoca de esta semana en InternetEpocaEl último número de la revista, en Internet