Ayuntamientos nuevos ricos

"Para el patrimonio artístico un nuevo rico,
sobre todo si es un Ayuntamiento, es casi
tan peligroso como un Rafael Moneo"

Un amigo mío que es destacado y probado defensor de asuntos del patrimonio histórico-artístico en Sevilla, en Toledo y en muchos lugares donde tuvo estados su Casa de Medinaceli, el duque de Segorbe, dice que en asuntos de conservación de monumentos lo más peligroso del mundo es una monja con dinero. Más que Rafael Moneo. Muchísimo más. Más que un progre con la lección de comunista de Bolonia mal aprendida. Más que un moderno de los que sostienen la monserga de la mandanga que afirma que "la ciudad es el discurso de un devenir histórico que no se puede interrumpir para convertirla en un museo". Sostiene mi amigo Ignacio Medina, como Pereira, que es preferible que las monjas deban recurrir a la caridad de la comunidad cristiana para mantener su convento y llenar su despensa y las ollas de sus fogones, a que sean de estas religiosas regulares hormiguitas que hacen mermeladas, yemas de Santa Teresa o del santo que fuere, dulces antiguos, ingleses y refinados, que los venden y como está de moda la cocina de las monjas y la repostería conventual, pues se forran, y están ricas podridas a pesar del voto de pobreza.

Sostiene Segorbe, como Pereira, que la monja, cuando el convento gana dinero, se comporta exactamente igual que una maría que cuando coge un premiecito en los cupones o en el bingo de por las tardes decide reformar enteramente la cocina, ponerla de muebles espantosos y horribles hasta el techo, con su placa cerámica, su campana extractora y todos los males de mobiliario culinario de nuestra hora, que ponen esta pieza de la casa igual que las que aparecen en los seriales humorísticos americanos del Canal Plus, ésos donde un señor canoso con una camisa de franela a cuadros plantea divertidas acciones en la comedia de situación que inevitablemente transcurren entre la cocina y la salita, pasando por ese teléfono en el hueco de la escalera, precisamente en el hueco de la escalera, que sale en todos los telefilmes americanos.

Me he venido este fin de semana a apartarme del mundanal ruido en la playa, a un apartamento (de ahí quizá el nombre de los pisitos costeros) cabe el Coto de Doñana, con temporal de levante, con viento de fuerza 6, lo que quiere decir que milagrosamente sin un alma. Apenas ha sonado el teléfono móvil. Y si ha sonado, ha sido con una cierta complicidad, porque era Paloma Segrelles quien me llamaba y estaba en los Picos de Europa en parecidas circunstancias, sin ver a nadie y sin ser vista, sin tener que saludar a ningún conocido.

Y en este rincón de las cercanas garzas y flamencos en los humedales del Coto, he descubierto que hay algo peor que una monja con dinero. El amigo defensor del patrimonio que citaba al comienzo me ponía el ejemplo del convento sevillano de San Leandro, el de las famosas yemas de las que dijo Luis Cernuda que eran "como los labios de un ángel". Como las yemas están tan gustosas y como las monjas venden tantas cajas de tales delicias, están ricas perdidas y podridas. ¿Y qué hicieron con el dinero estas monjas nuevas ricas? Pues poner absolutamente porcelanoso el suelo espléndido y antiguo del compás, que era de hermosas y bellas losas de barro cocido, popular, secular. En la playa me he acordado de las monjas, y en cuanto regrese a la ciudad, llamaré a Segorbe, para decirle:

-Hay algo peor que una monja con dinero: unos catetos con dinero. Un Ayuntamiento nuevo rico, eso es lo más peligroso...

Lo digo por el Ayuntamiento de Almonte, al que pertenece el término de la playa donde escribo estos "Apuntes del natural" en el tiempo de las amapolas. El Ayuntamiento de Almonte es riquísimo. Casi un Ayuntamiento con stock options, porque le cupo en suerte tener en su jurisdicción tres fuentes de riqueza, cuales son el Coto de Doñana, la aldea del Rocío y la playa que los antiguos del lugar llamaban La Higuerita o La Colá de la Higuera y que ahora tiene nombre turístico al menos europeo como Torre de la Higuera, Matalascañas o Caño Guerrero.

Con los impuestos, las construcciones, las licencias de obras y la actividad económica del Rocío y de la Playa, y con el flujo del turismo ecológico hacia el Coto de Doñana, el Ayuntamiento de Almonte tiene dinero para dar y repartir. Pero actúa de un modo peor aún que unas monjas con torno económicamente floreciente: como catetos con dinero. Una urbanización playera proyectada y construida inicialmente en plan racionalismo e internacionalismo arquitectónico entre suizos y alemanes en los años del desarrollo de Fraga Iribarne me la están llenando de falsas puertas medievales y de cruceros serranos, e incluso de reproducciones en miniatura de la portada de la ermita del Rocío. En cada recodo de los caminos, o una puerta, o un crucero de fábrica, rematado por una Cruz de cerrajería, recuerdo quizá de que la famosa de este nombre en el barrio de Santa Cruz de Sevilla la forjaron herreros almonteños.

Las monjas con dinero borran las señas del pasado y los ayuntamientos catetos con dinero se inventan estas señas. De todo lo cual se infiere que para el patrimonio artístico un nuevo rico, sobre todo si es un Ayuntamiento, es casi tan peligroso como un Rafael Moneo. Que ya es decir. *


Volver a Página Principal

Pinche para leer el Epoca de esta semana en InternetEpocaEl último número de la revista, en Internet