Una residencia que no saldrá en la tele

"Tras obtener toda clase de permisos de Servicios Sociales,
como si en vez de establecer una residencia de la Tercera
Edad fuera a cometer un delito, abrió su centro"

Este es un artículo sobre una residencia de ancianos que nunca saldrá en los informativos. Bueno, ancianos... Tercera Edad, como se dice oficialmente. O envejecientes, como les llaman en la hermosa lengua española de Puerto Rico y me gusta decir. Este es un artículo sobre una residencia de envejecientes cuya fachada y jardincillos nunca saldrán en Telemadrid ni en el reportaje de cierre del Telediario de las 9 de la noche. Porque en esta residencia, como en tantas otras de las que tampoco nunca se habla, no hay casos de ancianos maltratados, comidos de hormigas, atados a las camas, mal alimentados, hacinados en un edificio inadecuado donde funciona clandestinamente este almacén de personas mayores casi abandonadas. Esta residencia, como es normal, con alma, nunca saldrá en los informativos. Allí no hay más escándalo que el cariño de cada día a los asilados, fue fundada por Juani en La Cabrera (Madrid). Cuando Juani dice que es directora de una residencia de ancianos, tiene que poner cara de pedir presunción de inocencia, por la mala prensa que tiene el sector, abierto a toda picaresca inhumana.

Juani pensó un día, hace dos años, en su madre. Su madre tiene la suerte de vivir aún en su casa, con su marido. Pero la hija pensó: "Si un día tuviera yo que llevar a mi madre a una de esas residencias, ¿cómo se sentiría mejor? ¿En un monstruo público donde almacenan a cien ancianos a toque de corneta, tratados como en un cuartel? ¿O en una residencia pequeña, con alma?"

Pensó la directora de la residencia, como si fuera su madre, que la cercanía íntima del cariño era fundamental para la felicidad de los envejecientes. Así fue cómo, tras obtener toda clase de permisos de Servicios Sociales, como si en vez de establecer una residencia de la Tercera Edad fuera a cometer un delito, abrió su centro. Un centro que, como digo, nunca saldrá en los escándalos de los ancianos maltratados.

En la residencia de La Cabrera, cuatro personas, con la directora, cuidan a ocho señoras mayores. No son la de la habitación 122 o la de la 276. Se saben sus nombres, sus vidas, sus manías casi infantiles, de pasar tantas horas a su lado. Saben que Dominga, la decana, tiene 94 años y una demencia encantadora. A Dominga, como tiene todavía sueño a las 9 y media de la mañana, la dejan siempre dormir otro ratito, como una niña que no quiere ir al colegio... y lo consigue. Saben que a Oliva le gusta ver Tómbola hasta las mismas tantas, por lo que se divierte con la fingida o verdadera pelea entre Jesús Mariñas y Karmele Merchante. Saben que a Pilar se le olvida la oración que empieza Bendita sea tu Pureza, y siempre pregunta cómo sigue. Saben que es feliz cuando le recitan, y ya ella sigue, de carretilla:

Bendita sea tu Pureza y eternamente lo sea pues todo un Dios se recrea...

Saben que Victoriana, que lleva seis meses en cama, sin poder levantarse y a la que muchas veces se le olvida hasta hablar, recuerda la sonrisa y la alegría cuando le cantan lo de Antonio Molina:

Soy minero...

Cuando a la noche todas descansan, la directora de la residencia, como si cuidara de sus hijas, se da una vuelta por los cuartos. Las ve dormir, y es feliz. Y piensa en la mala prensa del gremio de residencia, por culpa de tanto sinvergonzón que hacen pensar que la excepción es la regla general en este sector de la asistencia a los ancianos. Entonces, para sí, la directora dice:

-Aquí también tendría que venir Telemadrid, para que la gente viera que no todos son malos tratos a los ancianos...

Tendrían que ir. Por eso ahora voy con la cámara de estas líneas hasta La Cabrera. Tendrían que ir, para ver ese beso de despedida que por las noches dan las cuidadoras a las asiladas, el eterno retorno a la infancia. Tendrían que ir, para que hablaran con Paquita, que no tiene familia alguna. No es que no vayan a verla nunca, sino que no tiene absolutamente a nadie en la vida. A pesar de lo cual, y de que la pensión no le llega para pagar la residencia, allí vive feliz, sin que sepa quién le paga la peluquería, sus medias, sus zapatos, su bote de colonia.

Como esta residencia que describo, sin más abuso que el cariño, ¿cuántas por toda España? ¿Con qué dinero está pagado esto? A veces, con la falsa moneda de poner a todo el mundo por el mismo rasero, igualando por abajo como aquí se estila y es la moda, y pensando que estas residencias son abiertas por desalmados que no tienen otro fin que quedarse con la pensión de los viejos y el dinero de sus hijos y nietos. Hijos y nietos que tienen muchas veces mucha culpa también. "Honrarás padre y madre", decía Pilar en el colegio, cuando aprendía de memoria el Catecismo de Ripalda. Los suyos, no. Pero muchos otros hijos piensan que honrar padre y madre es domiciliar en el banco el pago de una residencia que está tan lejos y que da tanta pereza ir... *


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