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La moda de pedir perdón

"Llevo los últimos años pidiendo perdón por todo,
y, en cambio, a mí nadie me pide perdón por nada"

Yo me creía que el desagravio era algo propio de las beatas de los pueblos, de las que llevaban en su pecho de solteronas la medalla de la Virgen Milagrosa con una cinta celeste y blanca: Perdona a tu pueblo, Señor... En Sevilla incluso hacen en la Catedral aún, cada mes de febrero, un triduo de desagravio al Santísimo Sacramento, donde bailan los seises y todo, por las ofensas que hacen a Dios los hombres por Carnavales. Pero en tal creencia sobre el desagravio como algo tridentino e incluso pelín Palmar de Troya, acabo de comprobar que estaba completamente equivocado. No hay nada más progresista ni moderno que organizar un desagravio a toda orquesta y coros. Pedir perdón es lo más moderno que existe. No pedir perdón de los pecados en la confesión, sino pedir perdón colectivamente.

Raro es el día que alguien no nos obliga a pedir perdón por algo. Hasta Juan Pablo II ha seguido la moda del desagravio social. Por decirlo en palabras tópicas, vivimos instalados en la cultura expiatoria. El sentido personal de la culpa ha desaparecido. La idea del pecado no existe. Faltos todos de un código de valores, aquí nadie se siente culpable de nada ni ha cometido en su vida pecado alguno. Por pura rutina se recita el Padrenuestro en la misa, esa oración extraña que antes era como de Derecho Mercantil (perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores) y que ahora parece de Derecho Penal o de querella por injurias (perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden). Pero como todo se socializa, hemos colectivizado el sentido del pecado. Los pecados ya no los cometen los hombres, sino la sociedad. El perdón de nuestros pecados no lo pide ya un pecador particular, y mucho menos a Dios: lo pide la sociedad como tal. No a Dios, sino a la Historia.

Un amigo sesentón me ha dado la clave. Está, como todos, hasta el gorro de esta moda de la cultura expiatoria:

-Cada vez que se habla de pedir perdón, me echo a temblar...

-¿Por qué?

- Porque siempre me toca en el bando de los ofensores, jamás en el de los ofendidos. Llevo los últimos años pidiendo perdón por todo, y, en cambio, a mí nadie me pide perdón por nada. Como católico, y por voz del Papa, he tenido que pedir perdón a los judíos por haber dicho que fueron los que crucificaron a Jesús. A los mahometanos, por las Santas Cruzadas y quizá también por la Reconquista, como si yo hubiera estado pegando lanzazos a moro muerto en Covadonga... He tenido que pedir perdón a Galileo, que no se ha dignado darme las gracias, y a Miguel Servet. He pedido perdón por la Inquisición y por la guerra santa. Todo esto, nada más que como católico...

-¿Y hay más?

-¿Cómo que si hay más? Como español, y en el Quinto Centenario, he tenido que pedir perdón a los indios americanos por haber descubierto América, en lo que llevé, además, la penitencia de decir que lo de Colón fue el Encuentro de Dos Mundos, vamos, como si el genovés se hubiera encontrado América cual el taxista que halla una cartera y en un rasgo de honradez la deposita en la Oficina de Objetos Perdidos... Como niño de la guerra que vivió en el bando nacional, he tenido también que pedir perdón a los vencidos republicanos, sin que mis padres me pidieran a mí perdón por no advertirme oportunamente que aquello era un levantamiento militar fascista contra la legalidad republicana...

-Toda la vida pidiendo perdón...

-No, espera, que hay más. Como varón tengo que pedir perdón a las mujeres por haber sojuzgado de siglos a la condición femenina, sin reconocerle sus derechos civiles. Como habitante de Europa, perdón al Tercer Mundo por la esclavitud negrera, por la explotación de recursos. Un día de estos tendré que pedir perdón a los habitantes del Amazonas por el agujero de ozono.

Y, en cambio -concluía con desazón mi penitencial conversador-, a mí nadie me ha pedido nunca perdón por nada. He pagado religiosamente mis impuestos durante todos los años del felipato y nadie me ha pedido perdón porque despilfarraran mi dinero y Roldán saliera corriendo con él. Me he llevado diez años interno en un colegio religioso, donde me metían un miedo espantoso con el infierno (que íbamos a ir de patitas al infierno) y con los terribles secretos de Fátima (que el mundo se iba a acabar antes de Reyes, y nos quedaríamos sin juguetes), y el Papa no me ha pedido perdón a mí por eso que dicen ahora que el infierno no existe y porque el otrora apocalíptico mensaje de los Pastorcitos de Cova de Iría fuera una paparruchada. Salir con niñas era pecado, pero nadie me ha pedido perdón por mi absoluta incultura sexual. Lo pasé fatal en el cuartel y nadie me ha pedido perdón por no haber suprimido antes el servicio militar obligatorio. Y todo así. Sufrimos las consecuencias de la guerra, las cartillas de racionamiento, el oscurantismo religioso, la escasez, el hambre, la dictadura y ahora, encima, hemos de sufrir la cultura exculpatoria. Y a nosotros, ¿quién nos pide perdón?


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