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El jubileo de la Corona

P

uede que me equivoque de la C a la A de la palabra Corona, pero me da el pálpito de que a los veinticinco años de la Restauración de la Monarquía, ha terminado lo que se llamaba el juancarlismo. Me parece que al Rey le fastidia como al que más que digan eso tan frecuente de:

-- Yo no soy monárquico, pero soy juancarlista...

Y pueda que me siga equivocando, pero me da el pálpito de que quien tiene mayor interés por acabar con el juancarlismo se llama precisamente Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, en tanto hijo de Don Juan III y nieto de Don Alfonso XIII. Hasta ahora, en lo que por aquellos entonces de noviembre de 1975 se llamaba aun en terminología marxista "la ideología dominante" transmitía la idea de que la Monarquía Parlamentaria de España era un logro personal del Rey y de unas circunstancias aprovechadas con tino, con firmeza y con imaginación. Don Juan Carlos podía haber aprovechado éste que los ingleses hubieran llamado Jubileo de la Corona precisamente para eso, para un jubileo, para darse un homenaje, para que se contaran por miles los claveles que le echaron, como en el romance de su antepasada la Reina María de las Mercedes. No ha sido así. Por vez primera, aparece como una voluntad de continuidad, desde multitud de símbolos y signos que los partidarios de la Causa nos gozamos en adivinar como zahoríes de las fuentes ocultas de la Historia. El Rey, sí, trajo las gallinas de la democracia y de la Constitución, aplicando al aparato legislativo de la dictadura el supremo principio de la copla popular del Niño Marchena. Si "la mancha de la mora con otra verde se quita", las Leyes Fundamentales del Reino se quitaban con una Ley de la Reforma Política para que España fuese de verdad un Reino.

Consolidada la democracia, indiscutida la Monarquía como constitucional forma de Estado, desde el punto de vista humano me parece que el Rey, padrazo, abuelazo, empieza a pensar en el futuro del negocio, que no es otro que esa colocación al servicio de España que encontró un 22 de noviembre y que revalidó un 23 de febrero, cuando los españoles lo hicieron fijo de plantilla, porque antes estaba así un poco eventual. El Rey, con la suprema habilidad de sus gestos más que con sus palabras, no se ha puesto los moños de ser el artífice de esta democracia, el garante de esta Constitución, sino el continuador de una línea dinástica. Ese "Rey de todos los españoles" suena a puro Conde de Barcelona. Pero esa insistencia en la Familia Real, en el papel de la Reina, en los viajes y trabajo del Príncipe de Asturias y de las Infantas, el Rey añade algo consustancial en la Institución, como es el sentido de la continuidad dinástica. Se corría en un momento el riesgo de que la Institución estuviera encarnada más de la cuenta por los aciertos y prudencias de Don Juan Carlos. Me parece que ese riesgo cada día está más lejano. ¿Cómo ha logrado sutilmente el Rey transmitir esta idea? Pues quitándose todo mérito y atribuyéndolo a la Causa y a la nación soberana. Cuando vamos a un partido de fútbol, nos gusta a todos cantar gol, como si lo hubiéramos marcado nosotros y no Hierro o Alfonso. El Rey, tras marcar todos los goles que ha tenido por conveniente, ha tenido el temple de hacer creer al graderío que los tantos los habían marcado ellos. Otros se hubieran vuelto locos, se hubieran puesto a pegar saltos. Aquí, no. Aquí la que ha pegado saltos ha sido la grada. Primero, aquel día de febrero; después, estos días de noviembre, en los que se habría alejado para siempre la sombra de las luchas fratricidas de no ser por Arzalluz y su ralea .

Así que tras el Jubileo de la Corona que no ha sido tal podemos esperar con todo confianza que ahora de verdad es cuando la Institución va a durar más que un martillo metido en manteca.


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