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La epidemia de "los violentos"

C

on esto de las vacas locas y con esto de la legionella en las altas torres del 92 barcelonés, me he dado cuenta de que, en efecto, en España hay una peligrosa epidemia. No la que usted cree y pueda estar pensando. No se transmite por el agua o por los conductos del aire acondicionado. La epidemia a la que yo me refiero es una enfermedad que afecta a los hablantes de la lengua española. Nunca tantos hablaron tan mal e impropiamente y desde tribunas oídas por tantos.

Yo me creía que Arias Cañete, como andaluz consorte que es, como jerezano con ejercicio y servidumbre, tenía ese don del cielo que es el uso apropiado y sonoro del español, la riqueza meridional de la sintaxis, que fue precisamente la que traspasamos a América cuando embarcamos la lengua en los galeones de la Flota de Indias de la conquista. Pero estaba completamente equivocado. O no reconozco suficientemente los méritos de Arias Cañete, que en el laboratorio del uso inadecuado de la lengua ha sido capaz de transmitir a los animales lo que es propio de los hombres. Esto, desde los mejores tiempos de Walt Disney, no ocurría. El genio de los dibujos animados de Hollywood hacía hablar a los ratones como Mickey, les daba gestos humanos a los perros como Pluto, sentimientos a los patos como Donald. Mas toda la Factoría Disney a plena producción no ha llegado a las conquistas de humanización del reino animal como Arias Cañete en sus comparecencias públicas sobre la enfermedad de las vacas locas. Como la vaca lechera de la canción, las vacas de Arias Cañete no son unas vacas cualesquiera. Son unas vacas tan humanas que cuando un grupo importante de ellas, simultáneamente, se ponen enfermas en cierto lugar, no estamos ante una epizootia, que eran toda la vida de Dios las epidemias entre los animales: lo de las vacas locas es según el lingüista Arias Cañete una epidemia, epidemia con todos sus avíos, como una epidemia de gripe, pero entre terneras gallegas en lugar de entre la población escolar de Madrid o la tercera edad de Valencia.

Quizá epidemia sea más expresivo que epizootia, no sé. Porque estamos llegando a límites increíbles en la adulteración de las palabras. No sé a qué tantos controles sobre los alimentos y tan pocos sobre los nutrientes del alma, que son las palabras. Lo digo por otra epidemia, la del uso malvado de las palabras violencia y violentos. A efectos del valor legal de esas monedas de curso corriente que son las palabras, lo mismo son los maridos borrachos que le dan una soberana o veterana paliza a la mujer que los asesinos que dieron muerte a Ernest Lluch. Ambos son violentos. En esta satanización de las palabras, lo mismo es una señora con el ojo morado que el cuerpo de un conductor de la EMT herido mortalmente por un coche-bomba. Ambos son productos de la violencia. Hasta el punto que no sé si en ese Foro Mundial de Mujeres contra la Violencia que se ha celebrado se discutían las palizas dadas a las madres de familia por los padres de sus hijos, la ablación del clítoris en el Africa subsahariana, o la quema de cajeros del BBVA en el Casco Viejo de Bilbao y el lanzamiento de cócteles Molotov contra los autobuses urbanos del Bulevar de San Sebastián.

Los peores resultados de la violencia son el triunfo del lenguaje de quienes la ejercen, la utilización general y permisiva de edulcorantes léxicos, como desde los medios públicos de comunicación llamar violentos a los que son lisa y llanamente unos criminales asesinos. Hasta en los últimos Siete Puntos, Siete de Aznar se habla de violencia al citar a los criminales. Claro que no me extraña nada en este envilecimiento general del lenguaje, que hace que los ministros se conmiseren tanto de las vacas que hasta digan, a lo Walt Disney, que las pobres sufren una epidemia.


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