Si
en una charlita simpática pregunta usted quién es Amancio
Ortega, lo más probable es que le digan:
-- Ese es un jugador antiguo
del Real Madrid. A mí de chico me llevaba mi padre a verlo al
Bernabeu...
Frío, frío. Aunque tenga
nombre de aquel Real Madrid con sólo cinco copas de Europa,
Amancio Ortega no se ha puesto nunca la camiseta blanca. Aunque
doy pistas de camisetas. El verano pasado uniformó según moda a
casi todas las españolas con sus camisetas así como de camuflaje
de guerra de Silverter Stallone en "Rambo". A algunas no
les faltaban ni las cartucheras, y ya saben a qué cartucheras,
ay, me refiero...
Si descartadas las camisetas
blancas y las bufandas moradas sigue usted preguntando quién es
Amancio Ortega, puede que le digan:
-- Sí, hombre, es un
cantautor que puso música a los versos de Rosalía de Castro.
Frío, frío, como el agua
del río o del cuarto de baño cuando se rompe el termo. Ni
fútbol ni canción de autor. Amancio Ortega es el más rico de
España. Pensábamos que la persona más rica de España era la
Duquesa de Alba, o Carlos March, o Samuel Flores, y nada: el más
rico es este Amancio Ortega al que no conoce nadie. ¿Qué digo
rico? Rico es poco. Es riquérrimo. En la lista de Los 40
Principales de los más ricos del mundo, ocupa el número 25.
Tiene una fortuna de 10.200 millones de euros, que ni sé cuánto
es en pesetas, porque mi calculadora se me resiste a tantos ceros.
-- Bueno, que me tiene usted
sobre ascuas: ¿y se puede saber quién es este Amancio que no es
ni futbolista ni cantautor?
-- Pues es, señora, el
dueño de Zara...
-- ¡Así es tan rico! Como
que yo me dejo allí todos los meses medio sueldo. ¿No va a ser
rico, si con esos precios te enganchas de una forma que cuando
sales de la tienda la tarjeta de crédito está echando humo?
Pero no sólo aquí, sino
hasta en Milán. Le hago este panegírico al dueño de Zara por
dos razones. Una, por su habilidad para que no lo conozca nadie en
esta sociedad mediática donde cada día inventan cinco famosos
nuevos sin causa que lo justifique. Ya tiene mérito que siendo el
vigésimo quinto señor más rico podrido del mundo no lo conozca
nadie. Seguramente hará como el empresario don Javier Benjumea
Puigcevert, que cuando empezó a ganar dinero de modo que podía
despertar demasiadas envidias, contrató a un jefe de prensa para
impedir que su foto saliera en los periódicos. El dueño de Zara,
gracias a que no suena en ningún lado ni lo conoce nadie, se
libra así de ser el oscuro objeto del deseo de la envidia
nacional. A Amancio Ortega nadie le puede decir:
-- ¿Pero qué se ha creído
este tío?
No se ha creído nada.
Vamos, que entra en cualquier restaurante de moda y el metre no lo
saluda por su nombre. Puede que llegue a cenar a Casa Lucio con
unos amigos sin tener reserva y, en caso de que le dé mesa, lo
mande al infierno, que en aquella gloria de la Cava Baja no está
abajo, sino arriba, en el segundo piso, donde Blázquez sienta a
los desconocidos.
La segunda razón de mi
panegírico al dueño de Zara es porque ha abierto tienda en
Milán y ha acabado con el cuadro de tanto Versace, tanto Armani y
tanta moda italiana. Ea, se acabó: 5.000 compradores al día y 12
cajas marca que te marca al ladito mismo del Duomo. Como decía el
rótulo de la sombrerería de Padilla Crespo: "Artículo
español, jornal para los nuestros". Que un español arrase
vendiendo moda en Milán es tan digno de elogio como si Sánchez,
Romero y Carvajal llegan a Parma con sus jamones de Jabugo y
desbancan al "prosciutto". Y como en todas sus tiendas
de todo el mundo, Zara está en el mejor sitio de Milán. Si
estáis en una ciudad extranjera que no conocéis, desorientados,
y veis de pronto una tienda de Zara, no lo dudéis. Igual que
aquello de "si hoy es martes, esto es Holanda", ante los
blancos escaparates de Amancio Ortega no os quepa la menor duda:
"Si aquí está Zara, esto es el mismísimo centro".

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