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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3027 - 15 de agosto del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Para bien o para mal, el rodríguez ya no existe en la literatura veraniega de periódicos, y hasta hay que explicar qué fue: el padre de familia que, en los largos veraneos que duraban de San Pedro a San Miguel, se quedaba trabajando en la ciudad mientras mujer e hijos se iban a la playa, donde los visitaba el fin de semana. El rodríguez tenía su leyenda negra de ligón urbano, que en la mayoría de las ocasiones no se comía una rosca.

Por culpa del rodríguez he pasado uno de los mayores apuros de mi vida. Era un verano trianero de la Velada de Santa Ana, a orillas del Guadalquivir. Fernando mi hijo apenas tenía seis años, y con él e Isabel mi mujer paseábamos por la Velada cuando nos encontramos con el director de mi periódico. También tomando el fresco en la Velada, venía el hombre con una chica joven. Yo sabía que era una compañera, colaboradora del periódico. Pero Fernando mi hijo, en la leyenda del picardeo de los rodríguez, sólo vio que la chica no era la legítima esposa de mi director, a la que conocía de sobra de los Bloques de la Prensa donde los periodistas vivíamos a modo de casa-cuartel. Y al puñetero niño, cuando mi director se paró a saludarnos, no se le ocurrió más que decirle, en plan Jaimito, al verlo con la chica guapetona:

-- ¿Qué, de rodríguez, no?

La madre del dichoso niño y el padre del dichoso niño, servidor de ustedes, no sabíamos si tirarnos al río de cabeza o si pedir que se hundiera bajo nosotros el frescor de su orilla, para que nos tragara la tierra trianera.

Hago el elogio y nostalgia del rodríguez porque aunque ya la familia veranea unida los muchos o pocos días para los que haya dinero, todos en agosto, quedan muchos restaurantes clásicos del rodríguez, ya sin el rodríguez. El pequeño restaurante de calidad sin lujo, con cubierto del día y blancos manteles. Donde el rodríguez iba a comer cada día, para no tener que hacerse solo la comida en casa y comprobar que era una calamidad hasta abriendo latas de fabada. Cada vez que entro en el verano en un restaurante de la cadena de José Luis (Ruiz Solaguren) echo en falta a los rodríguez. En los restaurantes de José Luis podríamos incluso establecer una Reserva de Rodríguez, al modo de un Doñana, donde preserváramos a los ejemplares como especie protegida en trance de extinción. Lo mejor de los restaurantes de los rodríguez era el culto al huevo frito. El castizo par de huevos fritos, en sus dos variantes, ora con chorizo frito, ora con jamón a la plancha, y sus patatas fritas de reglamento. Donde esté el huevo frito, que se quiten las tonterías con pimientos del piquillo. Lo que pasa es que nos olvidamos, ay, de nuestro plato más tradicional, seña avícola de identidad española. Solamente en las ventas de carretera, camino del apartamento de la playa, pedimos quizá huevos fritos. Lo consideramos plato "in itinere", no urbano. En las ciudades no nos atrevemos a pedirlo. Por lo que llevo observado, el español, entre la cocina casera de microondas y la pública de sofisticaciones del piquillo, a la sal o a la espalda, tiene un considerable "mono" del par de huevos fritos. Varias veces lo he observado, y siempre en el referido José Luis a la medida de los rodríguez. Tras ponernos los pinchos al centro, está el camarero apuntando la comanda de los segundos platos, y sin el menor rubor me atrevo a decir:

-- Pues a mí me va a poner usted un par de huevos fritos con chorizo...

Y no falla. Tras la exclamación unánime y aprobatoria, empieza inmediatamente el coro del tiempo de descuento entre los que ya habían pedido. El uno: "Ah, pues entonces a mí me quita la lubina a la espalda y me pone un par de huevos fritos". El otro: "Para mí también huevos fritos, y me quita el entrecot". Y otro: "Yo igual, en vez del revuelto de setas, me pone los huevos fritos con chorizo." Como diría Federico Trillo, manda lo que su mismo nombre indica el "mono" de huevos fritos que tenemos todos con tanta nueva cocina.

 

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