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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3030 - 5 de septiembre del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

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En estos días agosteños en que cada cual hace la competencia como puede al baúl de doña Concha Piquer, vuelvo a mi pueblo tras una decena suiza, y en el avión desde Ginebra traigo al lado a unos chavales italianos que a carcajada limpia se van enseñando unos a otros los movimientos de manos de la coreografía del "Aserejé", al tiempo que tratan de recitar su estribillo, con igual éxito que si Enrique Múgica o Martín Prieto (a quienes la erre se les hace más cuesta arriba que a los ciclistas del Tour el Aubisque) intentaran decir que el perro de San Roque no tiene rabo. Aunque el "Asejeré" encabeza las canciones de éxito en Italia y puede conquistar más mundo que la fórmula televisiva de "Operación Triunfo", tiene en su contra la fonética españolísima de la jota de "Aserejé". Los italianitos del avión de la Swiss se empeñaban, como media Europa, en pronunciar "Asereyé". Es como si Los Beatles, cuando cantaron en la plaza de Las Ventas, hubieran sustituido su "yeah, yeah" por el "jeah, jeah" de nuestra racial jota. Les hubiera salido el "jé, toro" de su contemporáneo Manuel Benítez "El Cordobés".

Algo bueno a favor de España, como que los italianos aprendan el "Aserejé" ha de tener el rito de la globalización. Prefiero sentir vergüenza ajena al ver a los candidatos presidenciales americanos cantar el "Macarena" de Los del Río como himno de campaña que padecer la habitual colonización de los mitos culturales, musicales y cinematográficos de los Estados Unidos. Las Ketchup nos han resarcido (relativamente) de los aniversarios a la americana que obligatoriamente acabamos de celebrar como si fuesen nuestros. Antes, en agosto, celebramos el aniversario de la muerte de Manolete, nuestro gran mito taurino de postguerra, con todos los ingredientes legendarios de la juventud, de un toro de Miura, de un amor imposible con Lupe Sino. Ahora, como estamos en la sociedad globalizada, lo que celebramos en agosto es el aniversario de la muerte de Marilyn Monroe. Pero no un aniversario redondo, los 50, los 100 años de su muerte, nada de eso. Se han cumplido los 60 años de la muerte de la pobre muñequita rubia, la pre-Gunila Von Bismark sin Marbella de "Con faldas y a lo loco" o "Los caballeros las prefieren rubias", y en la programación de las televisiones y en los recuerdos de los periódicos ha sido, al cambio, como si Marilyn hubiera nacido en Valencia y hubiera muerto en Málaga. De estos aniversarios me inquieta la unanimidad. ¿Cómo tantos pueden estar informados tan bien y con tanta antelación de semejantes efemérides, como para que les dé tiempo a programar pases de sus películas o páginas especiales con su biografía?

Es como lo de Elvis Presley. No salía de mi asombro con el general toque periodístico de ánimas en el cabo de año de Norman Jean, cuando, hala, otro duelo nacional: 25 años de la muerte de Elvis Presley. No de Mozart, no de Beethoven, y ni que decir tiene que no de Falla ni de Albéniz: de Presley. Por lo visto, Memphis debe de estar en la provincia de Toledo y el rock debe de ser seña de identidad nacional española, de otro modo no me explico tanto revuelo en la conmemoración fúnebre de un cantante bastante horterita, cursilón y relamido, no superior desde luego a figuras españolas contemporáneas en los corredores de la fama y la fortuna. ¿Qué tiene el tupé de Elvis Presley que no tenga el tupé de Manolo Escobar, pongo por caso? ¿Qué tiene el traje blanco de Elvis Presley que no tuvieran los trajes blancos de Miguel de Molina?

Todo esto de conmemorar como nuestros a Marilyn y a Elvis estaría muy bien si en los Estados Unidos hubieran celebrado, ¿qué digo yo?, el centenario de Velázquez, el de Zurbarán, o el de Picasso. Si mal no recuerdo, aquí no se conmemoran ni siquiera para uso interno los cabos de año de la muerte de Rafael de León o de Concha Piquer, por decir sólo dos grandes símbolos de nuestra cultura popular de las canciones. En cuanto al rock, pues ya me dirán la que habrían liando los americanos si Elvis Presley llega a componer, como Miguel Ríos, el universal "Himno a la alegría".

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