Como
soy hijo del cuerpo del Real Gremio de Maestros Sastres de
Sevilla, me indigna la generalizada discriminación que el noble
oficio sartorial sufre en las bodas. Cuando hay una boda, sea de
campanillas o de Campanario, en la iglesia del barrio o en Los
Jerónimos, todo el mundo sabe quién le ha hecho el traje a la
novia: si Caprile, si las Molinero, o si la modista de toda la
vida de la madre de la novia. En cambio nadie se acuerda, vaya por
Dios, del sastre que le ha hecho al novio el chaqué, el traje o
ese levitón como de cochero de "El Conde de Montecristo"
que se gastan ahora algunos modernos.
Y no hablo a humo de pajas. Estoy
pensando en la anunciada boda de mis queridos amigos Curro Romero
y Carmen Tello, que celebrarán Dios mediante en el casoplón que
se han hecho en el Aljarafe y que vieron retratado con todo su
esplendor y gloria navideña en el pasado número de
"¡HOLA!". En ese próximo bodón del año, todo el
mundo sabe que a Carmen Tello le va a hacer el vestido de novia mi
paisano y tocayo Tony Benítez. Pero nadie sabe quién le va a
hacer el traje a Curro Romero. Y de trapillo seguro que no va a
ir, conociendo la elegancia de quien vistió de luces con una
majestuosidad pocas veces igualada. No ya los medios informativos:
ni sus más cercanos amigos, entre los que tengo el honor de
contarme, sabemos quién va a vestir para ese día feliz al
Faraón de Camas. Nadie he leído en ningún lado ni ha oído por
transistor o televisor alguno que Curro vaya a llevar un traje del
maestro José Cañete, el cuñado de la recordada Juanita Reina,
que es el sastre sevillano que le cose al Señor del Gran Poder,
el que le corta las túnicas. Ni he oído que, en caso de que
Romero vaya de chaqué, se lo vaya a coser Fernando Rodríguez
Ávila, el que mejor corta las prendas de talle en Andalucía, y
lo digo con orgullo de hijo de quien fue su maestro, el verdadero
Maestro Burgos, que era el sastre.
Sin habérselo preguntado al
Faraón, no me cabe la menor duda de que Curro Romero no irá
vestido de corto (vamos, de flamenco), como antaño se casaban los
toreros y como en nuestros días aún hemos visto a algunos
matadores acercarse hasta el altar. El traje corto, de
chaquetilla, camisa de chorreras, calzón, botos y sombrero de ala
ancha, era el antañón uniforme civil de los toreros, para
quienes el traje de luces era el traje de faena. Así se casó
Rafael el Gallo con Pastora Imperio. Era la España de los
uniformes, y cada cual se casaba vestido con el del cuerpo al que
pertenecía. Lo de la tópica "sociedad civil" ha
llegado al atiendo de los novios. Excepto maestrantes y militares
(que se ahorran un dinero muy curioso en chaqué), todo el mundo
se casa, digamos, de paisano. Los toreros no se casan de corto
porque ya nadie se casa de uniforme, no por otra causa. Lo vi
claro cuando en la basílica de la Macarena el valiente y
pundonoroso Eduardo Dávila Miura, un encanto de hombre y de
torero, se casaba con su novia de toda la vida, con Carmen
Escudero Barrau. En la boda se me acercó el doctor Ramón Vila,
el cirujano taurino, y señalándome el chaqué gris como de
Príncipe Carlos de Inglaterra que le había hecho a Eduardo el
sastre gaditano Pepe Berenguer, me dijo:
-- ¡Qué pena, Antonio, que los
toreros ya no se casen vestidos de corto!
-- Ramón, es que ya nadie se
casa de uniforme. ¿Tú has visto acaso que los médicos se casen
de bata blanca? Deja al chiquillo con su chaqué gris, que está
elegantísimo. Si, total, a los toreros, por los andares y por la
planta, se les nota que son toreros aunque vayan vestidos de
buzos...
-- Tienes razón. Antes los
ingenieros se casaban con el uniforme de ingenieros, y los peritos
iban de peritos, y los padrinos tiraban del uniforme de alférez
provisional si hacía falta para no desentonar.
Venturosamente estamos en una
sociedad desmilitarizada y no uniformada, al menos en la
indumentaria. Ahora los uniformes nos los ponen por dentro, con la
dictadura de lo políticamente correcto. Pero gracias a Dios,
estamos en la España donde los toreros como Eduardo Dávila Miura
se casan de chaqué. Que es el uniforme de las democracias, como
cuando el Conde de Rodezno desafiaba a la España de las camisas
azules y los uniformes con su chaqué, y Franco le dijo un día:
-- Hay que ver, Rodezno: usted
siempre con el uniforme de las democracias...

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