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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3048 - 7 de enero  2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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A los programas de televisión les hacen esas mediciones de audiencia que llaman con una palabra misteriosa que nadie sabe cómo traducir: "share". Dicen que tal programa ha tenido tal "share" y que lo han visto tantos millones de criaturas, y la gente lo cree a pies juntillas. Lo cual me hace mucha gracia, como signo de esta sociedad llamada civil y laica, donde cada vez es más heroico mantener alguna creencia relacionada más o menos remotamente con un sentimiento religioso. Es de buen tono social no creer en nada: en Dios, lo mínimo indispensable; y por descontado que en absoluto en ninguno de los dogmas de la religión. Lo que me sorprende es que los mismos que presumen de no creer que el Papa sea infalible o que Jesucristo naciera de María Virgen, admiten sin pestañear que exactamente 6.734.691 personas, ni una más ni una menos, vieron el partido Madrid-Barcelona.

Aunque me tengo por persona bien relacionada, viajada y leída, con muchísimos conocidos, no me he encontrado en mi vida con ninguno de estos tipos:

1.- Un señor que haya respondido alguna vez a una encuesta electoral.

2.- Un señor que tenga instalado en su casa uno de esos aparatitos con los que dicen que miden muy científicamente las audiencias de los programas de televisión.

Y como no conozco a nadie que haya dicho a un encuestador su intención de voto ni a nadie que tenga enchufado al televisor de su salita el audímetro, pues, ¿qué quieren que les diga? Me resulta mucho más fácil creer en el misterio de la Santísima Trinidad que en la veracidad de las encuestas electorales o de los datos de audiencias de la televisión.

Más que las audiencias de los programas, yo mediría la indignación que despiertan entre gente formada y con criterio, que sería mucho más interesante que saber cuántos millones de moscas no se han equivocado consumiendo mierda. Más que el audímetro, yo pondría en determinados hogares de personas de prestigio, honradas y responsables, el "indignómetro". Ya que se fabrican tantas maravillas tecnológicas, que si el teléfono móvil que manda la ecografía del primer hijo, que si el DVD que te permite contemplar la película que pudo haber sido y no fue, no creo que sea tan difícil inventar y fabricar en serie el "indignómetro". Aparato que mediría, obviamente, con datos científicos y fiables, la indignación que produce en la audiencia responsable y cualificada esta degeneración colectiva de la televisión del famoseo y de las exclusivas que hemos de padecer. Sería una maravilla. Se pondrían a cero los indignómetros con el control de la sensación que producen en los miembros de la familia los documentales de "National Geographic", no cuando a la hora del almuerzo una hiena se está comiendo el cadáver de un asno en descomposición, sino cuando sale la mamá osa alimentando a los oseznos o el colibrí macho cortejando a la colibresa hembra. Acto seguido, se aplicaría el indignómetro a cualquier programa de famoseo y exclusivas en el momento en que, previo pago de su importe, el chulo cubano de turno cuenta sus aventuras de cama con la actriz decrépita. Entonces, el técnico instalador pondría el indignómetro en valor 100. Y ya tendríamos la escala de valores en esta sociedad donde las escalas de valores, por cierto, importan un pimiento. Con esa gradación del 0 al 100 establecida, podríamos medir muy fiablemente el grado de indignación de que produce la que no tiene más oficio que el comercio de su cuerpo, por lo que es famosa y popularísima, o el chulángano que vive de sus braguetazos. Hasta podría establecerse la Ley Sardá, que dice que a mayor indice de audiencia de las grandes masas, mayor indignación en las personas de criterio, que no son tan pocas como creemos.

Mientras se crea el indignómetro, tengo en casa uno de artesanía, pero bastante fiable, que es escuchar los comentarios de Ignacita mi suegra cuando estamos contemplando uno de esos programas:

-- ¿Qué va a decir ésta, si es más tuna que María Martillo? Anda, lo que faltaba: ahora le contesta ésta, que es la que le ha quitado el marido, y que es como la gallina de Matilde, que aprendió a nadar para irse con los patos...

Nada, nada, frente al "share" del audímetro se impone el "share" del indignómetro para acabar con tanta basura.

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