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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3054 -20 de febrero 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

"JAZMINES EN EL OJAL", nuevo libro de Antonio Burgos

 

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Aunque esto de "Directiva de luces" suene a "Marinero de luces", les aclaro que no tiene nada que ver con Isabel Pantoja ni con las canciones que le escribió Manuel Alejandro, ese clásico de nuestro tiempo que es Quintero, León y Quiroga en una sola pieza. Me quiero referir a lo que sería una más que deseable directiva de la Unión Europea. Palabra bastante confusa por cierto esta de "directiva". De momento nos suena a junta de club de fútbol: la directiva del Madrid, la directiva del Recreativo, la directiva del Barcelona... Directivas las de los clubes de fútbol que ya no lo son: con la ley de sociedades anónimas deportivas pasaron todas a consejos de administración. Mi Betis de mi alma es ya como Iberdrola o el Banco de Santander: aparte de acciones y accionistas, tiene hasta consejo de administración. La vacante que las directivas de los clubes de fútbol dejaron en el lenguaje la ocupó la estructura política que nos hemos dado los europeos. Antes, cuando hablábamos de directivas sabíamos que nos referíamos a señores con nombre de estadio, a Santiago Bernabeu o Carlos Tartiere. Ahora nos referimos a leyes como de importación, a la trágala, que nos llegan de Bruselas, como las coles, y que queramos o no, vaya contra nuestros usos y costumbres o favor de ellos, tenemos que cumplir. Nuestras vidas no sólo están reguladas por las leyes nacionales que promulgan unos diputados que hemos elegido como representantes de nuestra parcelita de soberanía popular, sino que más bien se rigen por normas que nos imponen unos señores que están lejísimos, en Bruselas, que la mayoría de las veces son unos oscuros funcionarios que no han tenido el buen gusto ni el detalle de presentarse a las urnas para que los elijamos. Tales son las directivas, disposiciones de rango superior que han de cumplir todos los países miembros de la Unión Europea y a las que han de adecuar sus leyes, modificándolas si hubiere lugar.

Cuando usted entra en la cocina de casa, sin que lo sepa, penetra en un territorio regido por las directivas europeas. Las frigorías de la nevera, el etiquetado de los yogures que hay dentro, los elementos biodegradables del detergente del lavavajillas, la placa de vitrocerámica, hasta el grosor del conducto del extractor de humos debe cumplir una directiva de la Unión Europea. Piense en lo más peregrino, coches, teléfonos, edificaciones, cultivos, y para todo hay una directiva. Menos la que echo en falta cada vez que acudo al cuarto de baño (por favor, no digan la ordinariez del "servicio") de un restaurante o de un bar: una directiva que nos sacara del marasmo actual y que nos hiciera saber dónde exactamente está la dichosa llave de la luz. Si ya es penoso tener que preguntar dónde está el baño y que todo el mundo se entere de dónde vas para alivio de vejiga o urgencias de mayor cuantía, más humillante aún es que el camarero te vea a la puerta del cuartito, mirando para arriba y para abajo, dentro y fuera, buscando el interruptor, hasta que te dice, autoritario y displicente:

-- La llave de la luz está dentro, a la derecha...

¿Pero a la derecha a la altura de la mano o a la derecha a la altura de los ojos? Los que fumamos tenemos la ventaja de poder encender el mechero para hallar la llave, que suele estar tan perdida como la Matarile en el fondo del mar. ¿Pero qué hacen los no fumadores? ¿Cómo encuentran el interruptor en un retrete donde no se ve nada? Espero que este artículo sea leído por alguno de nuestros eurodiputados. Ojalá esta revista caiga en las manos de Loyola de Palacio en uno de sus viajes a o desde Bruselas. Los usuarios de los cuartos de baño de los bares y restaurantes quedaríamos agradecidos de por vida si de estas líneas saliera la iniciativa de ley de una directiva europea que unificara el sitio en que los baños de los lugares públicos han de tener la llave de la luz.

Porque así, además, nos evitaríamos los terribles interruptores automáticos, con temporizador. Son las peores. Cuando el referido camarero te ve buscando el interruptor y te dice:

-- No se preocupe, se enciende sola...

Sí debe preocuparse. Se enciende sola, pero sólo durante el tiempo programado. Que siempre es más corto y mezquino que el necesario. Esa directiva que espero de la Unión Europea evitaría ese molesto y frecuentísimo trance de que cuando estás en plena faena de desagüe, ¡pum!, se te apaga la luz...


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