No
sé cómo no hay más chavales chocados, camino de
Traumatología con la cabeza abierta, y no sólo por la moda de
las motos que hace perder el sueño a las madres hasta que se
oye, por fin, la cerradura de la puerta del piso a las mismas
tantas de la madrugada, y piensa: "Ea, menos mal que el
niño ya está aquí". Que hasta entonces no cogen el
sueño. Las madrugadas del fin de semana son las largas noches
en vela de las madres de España, que aunque estén acostadas no
cogen de verdad el sueño hasta que oyen llegar al niño (que ya
no es tan niño) que se fue con la dichosa moto: "Yo no
quería, pero como se empeñó y convenció a su padre..."
No sólo por las motos del
viernes noche digo que no sé cómo no hay más chavales
chocados: es también por los mensajes cortos de los teléfonos
móviles. No sé cómo los chavales pueden tener esa habilidad
de ir andando por la calle con el teléfono móvil en una sola
mano, y sin dejar de moverse ir escribiendo mensajes con el dedo
pulgar en el portátil que llevan en la palma y al que miran
embelesados, sin pensar que se pueden desmochar contra una
farola, una señal de circulación, un buzón de Correos o esos
espantos peligrosísimos de las aceras a los que llaman
"mobiliario urbano". Seguro que yo me partiría la
cabeza contra uno de ellos o contra el aparato de cobro de la
zona azul si me dedicara a ir así por la calle, escribiendo
mensajes cortos en el teléfono o leyéndolos en su pequeña
pantalla, lo que además sería imposible sin ponerme gafas de
cerca; exactamente como usted, señora.
Los españoles nos dividimos
ahora mismo generacionalmente en dos grandes grupos: los que
saben poner mensajes por el teléfono móviles con una sola mano
(e incluso sueltos de mano, como en las bicicletas) y los que ni
con las dos manos y con todo el interés del mundo logramos
enviar ni un S.O.S. en caso de que estuviéramos en la
televisiva isla desierta donde los mosquitos se ensañaron con
mi paisano y antiguo compañero de colegio jesuítico Máximo
Valverde. Esos dos grandes grupos de habilidades manuales en la
mensajería corta se corresponden, obviamente, con la
generación de los padres y la generación de los hijos. Igual
que existen cursos de alfabetización para mayores, y sacan a
una abuela de setenta y pico de años que está la mujer la mar
de contenta porque por fin ha aprendido a leer y a escribir,
deberían establecer urgentemente programas de educación
permanente de adultos en materia de manejo de todos esos
aparatos que cada día son más indispensables, del teléfono
móvil al ordenador, pasando por el DVD en versión "cine
en casa" o el complicadísimo vídeo. En España hay una
generación entera de nuevos analfabetos, que somos los torpes
en estas esdrújulas materias informáticas, cibernéticas,
videográficas, a quienes nuestros hijos nos dan sopas con
honda. Nunca consigo, por ejemplo, acertar a la hora de
programar el vídeo, lo que mi hijo hace en un plis, plas. Cada
vez que tenemos una cenita simpática fuera e Isabel me dice que
le ponga a grabar "Tómbola", no sé cómo me las
avío que cuando llega la hora de la verdad del fin de semana
("ea, como no hay nada interesante en la tele, voy a ver el
"Tómbola" que me grabaste"), siempre resulta que
en vez del programa de Chimo Rovira no sé qué he puesto a
grabar, que allí lo que sale es porno duro, guarro y asqueroso
de la madrugada de una televisión local. Hasta cambiamos de
vídeo. Jubilamos el complicadísimo que teníamos, de cuando
Fernando aún no se había casado, vivía en casa y lo
programaba, y nos compramos uno elementalísimo, el más simple
y barato, casi de tienda de los veinte duros. Ni por ésas.
Cuando lo he puesto, resulta que he grabado un documental de La
2 sobre las tensiones en Oriente Medio, un concurso de la
autonómica o algo de la cinemateca de Vía Digital. Pero
"Tómbola", "Tómbola", lo que se dice
"Tómbola", no he conseguido grabarlo todavía con el
programador del vídeo ni una sola vez.
Desde esta ignorancia, me
parece digno de Nobel de Informática saber escribir mensajes en
el móvil, además andando por la calle, y encima con ese nuevo
latín que es el lenguaje de las abreviaturas de las palabras.
En las pasadas Pascuas de Navidad quedé fatal, porque todo el
mundo, como me imagino que a usted, me enviaba un mensaje corto
felicitándome y yo no sabia ni dónde estaba la tecla para
responder por lo menos: "Gracias". Así que
comprenderán que cuando veo por la calle a un chaval dale que
te pego a la escritura de los mensajes mientras va andando tan
campante me siento completamente analfabeto, aunque sepa latín.
No sé ni una palabra del nuevo latín de los mensajes a los
móviles. Ni dónde está la pizarra del "Rosa, rosae"
de esta nueva lengua del Imperio de las nuevas tecnologías.