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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3058 - 20 de marzo 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Toquen la madera que tengan más a mano. Porque he de contarles que una tarde, hará cosa de dos meses, me llamaron de cierto periódico, con esa vehemencia que hace que te acaben localizando en el teléfono móvil, y me dijeron:

-- Le llamamos para que nos dé usted una opinión urgente sobre Imperio Argentina. Como usted la conoce bien y ha escrito mucho de ella como intérprete de coplas...

-- Con mucho gusto, porque doña Magdalena Nile del Río se lo merece todo. ¿Qué premio le han dado?

-- No, premio no le han dado ninguno. Al revés. Verá usted: es que le ha dado un ataque, yo creo que del corazón, la han ingresado de urgencia en el hospital y queremos tener todo el material necrológico preparado por si se muere.

Tanto me indignó la propuesta, que les dije:

-- Pues en caso de que se muera, que no se va a morir, me llaman ustedes y con mucho gusto les daré esa opinión. Pero descuiden, que tenemos Imperio Argentina para rato. A pesar de que esto que están ustedes haciendo traiga muy mal bajío.

-- ¿Muy qué?

-- Muy mal fario, muy mala suerte...

Y me salí con la mía, y ahí está Imperio Argentina, gracias a Dios, leyendo estas líneas. Así que, querida Magdalena, quiero que este artículo sea como esa opinión que Dios quiera que tarde muchos años en dedicarle. Dé usted por repetidos los elogios que he hecho a su voz, a su figura, a las "Carceleras del Puerto", a sus canciones de "Carmen la de Triana", ¿qué planeta reinaría el día que nació usted para la grandeza de la historia del cine y de la copla en España?

He vuelto a ver a Imperio Argentina rodeada por el cariño de su Málaga y me he sentido como el médico que logra sacar a un enfermo grave de la UCI. Como creo en el fario, para mí que Imperio Argentina salió de aquella gracias a que me negué rotundamente a hacerle la necrológica cuando vivía. Terrible recurso ratonero del viejo oficio periodístico: redactar la necrológica cuando alguien vive aún. Por mi experiencia sé que da buena suerte. En Sevilla una vez se puso muy mal, a morir, el cardenal Bueno Monreal. En el periódico prepararon su biografía, el álbum gráfico de su vida. Material que se llevó más de diez años en las platinas. Cuando al cardenal le llegó su hora, la necrológica estaba absolutamente desfasada y había nuevas fotos como para hacer un álbum completamente distinto. Se decía por las viejas redacciones que este recurso de hacer las necrológicas como unos santos óleos de la extremaunción periodística, al igual que el sagrado viático sacramental, suele devolver muchas veces la salud y la vida a los moribundos.

En tan chocante recurso estamos llegando a lo que con todos los respetos entiendo como una perversión mediática: el programa televisivo "Epílogo". Te explican su concepto y te vas corriendo hasta la Selva Negra para que no te falte madera que tocar. Consiste en una entrevista biográfica que se le hace a un señor al que se le advierte que sus palabras y su imagen no habrán de ser emitidas hasta que se muera. Hasta que la palme, por si no queda claro. El pintor Antonio Saura o los novelistas Torrente Ballester y Gironella han sido algunos de los que en su día grabaron esta entrevista y han recibido los honores de la emisión no sé si "post mortem" o "corpore insepulto". Un estricto espanto, al que algunos se han negado, como Santiago Carrillo o Sabino Fernández Campos. Faltaría más.

Por "Epílogo", por aquella petición sobre Imperio Argentina y por los espacios de los diarios, observo que la necrológica es un género en alza. Los periódicos cada vez dedican más espacios a los muertos. Será por el pecado nacional de la envidia: hay triunfos que sólo se reconocen y méritos que sólo se admiten tras la muerte. Si se trata de un género de moda, propongo que seamos innovadores, y que inventemos el glamour de la necrológica en vida. El elogio porque sí. El elogio a un señor porque se lo merece de verdad, sin necesidad de que antes tenga que tomarse el cuidado de morirse. Ya es hora de que podamos decir de alguien que es el mejor de los nacidos sin necesidad de esperar a que sea el mejor de los muertos. Tendencia completamente fashion que aplico aquí y ahora a Imperio Argentina, como desagravio por lo que querían hacerle y a lo que me negué. Nada, nada, Imperio: los elogios y las necrológicas, en vida. Sobre todo cuando la vida, como ahora cuando escribo, es esta primavera que se me entra a borbotones por la ventana, con el romero florecido en la terraza y el azahar de los naranjos en el jardín.

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