Porque
no tengo posición ni puedo permitirme ese lujazo, pero si
tuviera en casa como empleados de hogar al habitual matrimonio
de algún país del Este ex comunista, él de mozo de comedor,
jardinero y mecánico y ella de cocinera y doncella, tomaría
mis precauciones. Haría que me pusieran en el teléfono un
dispositivo que automáticamente advirtiera que contesta un
empleado extranjero, antes de que hablasen a quien llama. Y si
no fuese técnicamente posible ese cacharro al modo de los
rombos antiguos de la tele, diría a mi mujer:
-- Isabel, vamos a poner a
todos nuestros amigos unas tarjetas advirtiéndoles que tenemos
en casa un matrimonio ruso, para que cuando llamen por teléfono
y no estés no piensen mal de ti.
Me tomaría esas precauciones
porque no me ha ocurrido ni una vez ni dos. Ni únicamente en
casas de amigas con matrimonio ruso con todos sus papeles
inmigratorios en regla. Me ha ocurrido también con amigas que
tienen una tata polaca. O, hace ya tiempo, cuando la moda del
servicio doméstico venía de Filipinas. Porque llamas a una de
estas casas con servicio de inmigrantes que apenas hablan
español y a la fuerza piensas mal de la dueña. Llamas,
descuelgan el teléfono, preguntas por la señora, y te caes de
espaldas cuando te dicen:
-- Señora no estar, señora
estar salida...
Tú, para salvar la situación
al enterarte de algo no sabemos nunca si tan lamentable o tan
comprensible como que la señora esté salida, tratas de mejorar
aquello. "¿A qué hora volverá?", le preguntas a
aquella especie de novia del gran jefe de la tribu de los
arapahoes o a la hija del hechicero de los comanches con la que
estás hablando. Y compruebas que lo has puesto peor, porque la
rusa, o la polaca, o la filipina, insiste:
-- No, no, yo no saber cuándo
volver señora cuando señora estar salida...
Ya digo: peor. A todas las
amigas con tata extranjera cortita de lengua española que no
sé si las dejan en tan mal lugar o hacen panegírico tan
encendido de su líbido se lo digo con sorna cuando, por fin, ya
no están salidas y las encuentro en su casa:
-- Carmen, haz el favor de
darle unos cursillos urgentes de español a esa señora rusa que
tienes en tu casa como tata. No es necesario que te metas en
grandes profundidades gramaticales, basta con que le expliques
los verbos principales: el verbo "ser", el verbo
"estar", el verbo "haber".
-- No te entiendo...
-- No, la que no entiende es tu
tata la lengua española, y no sabes a lo que te expones, como
se empiece a comentar por ahí lo que dice de ti cuando se te
llama y no estás en casa.
-- ¿Qué ha dicho de mí Irina,
se puede saber? Porque sabrás que la tata se llama Irina, es
magnífica, muy trabajadora, y estoy contentísima con ella...
-- Pues nada, una tontería, no
quiero que la vayas a despedir por mi culpa. Que te llamé el
otro día a tu casa, pregunté por ti, e Irina me dijo que no
estabas.
-- Es lo normal, ¿no?
-- Es lo normal en castellano,
Carmen, hija, pero no en esa lengua a base de infinitivos
verbales que hablan estos inmigrantes. ¿Quieres que te diga
textualmente lo que me dijo?
-- Sí...
-- Hasta vergüenza me da
repetirlo, Carmen, pero ya que te empeñas en saberlo, te lo
diré exactamente. Me dijo: "Señora no estar, señora
estar salida..."
En esta lengua como de las
tribus de los indios de las películas del Oeste americano que
es la que paradójicamente no sé por qué habla siempre el
servicio doméstico procedente de los países del Este ruso y
ex-soviético, me sorprende además la discriminación para la
mujer, para las señoras de la casa. Siempre es la señora la
que "está salida", nunca el señor. A una de estas
casas con señora fuera en infinitivo dudoso llamé una vez para
preguntar por él, por el señor, por Manolo, que ése sí que
sí... ¡Menudo donjuán está hecho Manolo, menudo satirón
acosador, siempre con la escopeta cargada, a ver qué puede
pasarse por la piedra! Y mira qué casualidad, la misma rusa que
días antes me había dicho que "señora estar
salida", cuando le pregunté por don Manuel, siendo Manolo
como es, me dio la tierna imagen hogareña del honrado padre de
familia trabajador:
-- No, señor no estar. Señor
estar trabajo, señor estar oficina...
Estuve por decirle:
-- No, hija, no... De
"señor estar trabajo" y de "señor estar
oficina", nada de nada. Señor sí que estar salido, no
señora, que es una santa, con lo que tiene que aguantarle al
mujeriego sinvergüenza de Manolo. Seguro que señor no estar
trabajo, ni señor estar oficina: señor estar picos pardos,
señor estar güisquería o puticlú con amiguetes, porque con
la de años que tiene encima señor, señor sí que estar
salido.
Pero con ese lenguaje como de
indio americano que usan estas respetabilísimas y abnegadas
tribus rusas inmigratorias que trabajan en las casas de nuestros
amigos con posición, sabía que Irina, la pobre doncella de los
infinitivos, no me iba a comprender.