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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3064 - 1 de mayo del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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En aquel pueblo de la sierra donde veraneábamos, todos conocíamos a los carteros: Santi el cartero, Castito el cartero. Conocíamos hasta a Eulalio, el administrador de Correos. El cartero era una parte agradable de nuestra vida. Nos traía las cartas de las novias imposibles que acabaron casándose con otro y poniéndose tan horriblemente gordas como las hemos visto la última vez que las encontramos en El Corte Inglés, menos mal que no nos casamos con ellas. El cartero nos traía las cartas de los compañeros del colegio. Todos escribíamos cartas y a todos nos ilusionaba recibir cartas. La correspondencia era incluso un género literario. Las mejores prosas de Bécquer están en las "Cartas desde mi celda" y los problemas recurrentes de nuestras difíciles relaciones con los vecinos del Sur están ya en las "Cartas marruecas" de Cadalso. Hasta había un periódico de gran circulación que se llamaba "La Correspondencia de España". La Niña de la Estación del cuplé decía que no olvidaran de traerle "La Ilustración", "La Ilustración Española e Iberoamericana" porque las muchachas de la restauración estaban hartas de leer "La Correspondencia de España", donde además no venían figurines de miriñaques y sombrillas de París.

Ha venido hoy a casa el cartero, un cartero que no conozco, que llega con una amarilla mochila con ruedas como las que los niños usan para traer y llevar todos los días sus auténticas carretadas de libros al colegio, ¿por qué no los podrán dejar allí los pobres y tienen que cargar diariamente con esa impedimenta? El cartero ha venido con su carga como escolar y me ha dejado un montón de correspondencia atada con una gomilla. Hay muchos sobres, pero ninguna carta. Todo es papelote de correspondencia comercial o bancaria, propaganda de libros que no me interesa comprar, invitaciones a actos a los que me da una pereza infinita asistir. Nadie nos escribe ya porque no somos destinatarios de cartas, sino nombres y direcciones de un "mailing". El correo se ha convertido en un medio publicitario como otro cualquiera, como la valla de la carretera o el anuncio de los taxis. Los que antes nos escribían, ahora nos ponen mensajes SMS por el teléfono móvil, nos transmiten un fax, nos dejan un aviso en el contestador o nos envían un correo electrónico. Pasa con las cartas como con los telegramas, que son una Interflora en papel azul. Los telegramas se han convertido en postales coronas fúnebres para dar pésames o en ramos de flores para enviar felicitaciones por un premio, un santo o un cumpleaños.

Y las gracias damos a Dios cuando el cartero sólo nos trae propaganda. Como canta Raphael con letra de Manuel Alejandro, "a veces llegan cartas con sabor amargo" que mejor sería no recibirlas. Entre la propaganda hay veces que vienen las "cartas con olor a espinas": el banco que nos dice que estamos en números rojos; el administrador de la comunidad de propietarios del apartamento de la playa que nos avisa que el mes que viene nos agreden con otra cuota extraordinaria por la pintura de la fachada; la agencia ejecutiva del Ayuntamiento que nos dice que nos echan poco menos que cadena perpetua y por supuesto nos embargan el piso si no pagamos en tres días aquella multa por estacionamiento prohibido. El doctor don Enrique Tello, el padre de Carmen Tello, la excelentísima señora de Romero López, me comentaba su alivio cuando a mediodía llega a su casa y el portero le dice:

-- Don Enrique, hoy no tiene usted ninguna carta...

-- Menos mal que no tengo carta-- responde el doctor Tello--, porque hoy en día nada más que te escriben para darte disgustos o para darte la tabarra con la publicidad.

Y nada digo de las cartas que llegan con el escudo de España en el membrete de un sobre con aspecto de correspondencia oficial. A mí el escudo de España, cuando lo recibo como membrete de una carta, me da pavor. Un susto de muerte. Y es una pena. Cuando contempláramos el escudo de España deberíamos sentir tanto orgullo como cuando vemos la gloriosa bandera nacional ondeando en la Plaza de Colón. Pero con esta reducción de la correspondencia y con su significado de heraldo de una mala noticia de la Administración, llegas a temer recibir un papel con el honroso escudo de tu patria. Si te llega una carta con el escudo de España, con sus leones, sus castillos y sus columnas de Hércules, de momento échate a temblar, y después ya veremos si la cornada es grave o solamente de pronóstico reservado. Porque ese sobre con el escudo de España o es de un Juzgado que te cita para un asunto cuanto menos desagradable, o es de Hacienda que te anuncia una inspección tributaria de cinco años a esta parte, o es de la Dirección General de Tráfico que te notifica una multa con retirada de carné.

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