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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3080 - 21 de agosto del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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En el verano de las tendencias, de golpe el calor se ha hecho clásico. Los termómetros se han puesto como antiguos. Todo tiempo pasado no fue mejor, sino mucho más caluroso y más lluvioso. Cuando en el invierno se pone a llover si tiene que llover, suelo decir: "Llueve como antiguamente". Ahora ha hecho una calor como antiguamente. Como si de golpe hubieran desinventado el aire acondicionado. No es que ahora haga menos calor que antiguamente. Es que tenemos más medios para combatirlo. Las temperaturas no entienden de lo políticamente correcto, y se ponen como en aquel veraneo de San Sebastián, cuando Alfredo Alvarez Pickman fue requerido para unos urgentes negocios en su tierra. Cuando anunció a su mujer el inevitable viaje, le dijo:

-- ¿Y ahora te vas a ir a Sevilla, con el calor que hace? Si han dicho por la radio que hace 43 grados a la sombra...

Y aquel espejo de elegancia dijo con todo estoicismo, resignado al calor que iba a pasar:

-- ¿Y quién te ha dicho a ti que yo voy a tirar por la sombra?

Tan poco acostumbrados estamos a tirar por el sol con 43 grados a la sombra, que suben las temperaturas cumpliendo con su obligación estival y tenemos unas cifras de muertos a la americana. Propias de una ola de calor en Estados Unidos más que de España. De todas las pobres víctimas del calor ha habido una que, además, ha llevado a la más honda de las depresiones a muchos españoles. Por todos los medios informativos se ha repetido hasta la saciedad que por culpa del calor ha muerto en Andalucía una señora de 63 años. Esto hubiera sido digno de toda lástima. Pero han dado la noticia a los cuatro vientos de un modo que ha producido mucho más dolor. La noticia decía textualmente: "Una anciana de 63 años ha muerto a causa de un golpe de calor". El teletipo así lo anunciaba y tal cual lo han repetido los boletines de la radio, los periódicos, los telediarios: "Una anciana de 63 años". De nada vale que la calidad de vida, los cuidados de salud, no fumar, beber con moderación, ir al gimnasio todos los días y la observancia de una dieta alimentaria sanísima tengan a Cristina hecha una muchacha a sus 65 años. Cristina ha oído la noticia de la víctima del calor y me la ha comentado consternada:

-- Si esa señora con 63 años es una anciana, ¿yo qué soy, Dios mío de mi alma? Como tú sabes, porque no tengo secretos para ti, acabo de cumplir los 65 años. Conmigo, Antonio, no va a acabar el calor, sino esta manera de llamarnos ancianos a los sesentones y a mucha honra. Cuando he oído esa noticia en la radio me ha dado un sofoco que por poco la palmo yo también, como si hubiera sufrido un golpe de calor. ¡Pero de subírseme los colores a la cara de medir las edades con tan poca delicadeza!

El rejuvenecimiento de la profesión periodística tiene la culpa de estas ofensivas calificaciones de ancianidad . A una redactora recién licenciada en Ciencias de la Comunicación, una señora no digo ya de 60 años, sino de 50, le parece una anciana. Al cambio, su abuela. Me temo que las abuelas de las periodistas de sucesos no están tan bien conservadas ni tan guapas como Cristina. que a pesar de que es abuela tiene toda su belleza y su estilazo a los 65 años. La redactora de sucesos tendrá una abuela revieja, descuidada y abandonada, y se creerá que todo el mundo está hecho un anciana a los 55 años. Desde la juventud todas las restantes no solamente parecen Tercera Edad, sino Pleistoceno. De ahí que se caiga frecuentemente en algo que no se ha denunciado: es la "violencia de edad". ¿No hay violencia de género, cuando un marido maltrata a su mujer, con confesión de parte en programa televisivo o sin ella? Pues del mismo modo hay "violencia de edad" cuando en los medios informativos rebajan de esta manera tan deprimente como ofensiva el listón de la ancianidad. Como los periodistas jóvenes empiezan todos haciendo sucesos, yo he leído informaciones sobre atropellos mortales de ancianos de 45 años y fallecimientos de ancianos de 55 años en accidentes de autobús. Mucho hablar de la Ley del Menor, a la que culpan del aumento de delincuencia, pero nadie piensa en promulgar la Ley del Mayor, al menos a efectos informativos. Igual que ya nadie llama a nadie en los periódicos "negro", "homosexual" o "gitano", yo pido en nombre de tantas sesentonas guapísimas y de tantas setentonas de muy buen ver que la palabra "anciano" entre en el catálogo de lo políticamente incorrecto. Anciano se puede ser hasta con 23 años y no serlo con 75. Hay nietos mucho más ancianos que sus abuelos. La edad está en el espíritu, no en el DNI. Los mayores son, en el mejor de los casos, esa palabra tan linda que les llaman en Puerto Rico y que somos todos desde el mismo instante en que nacemos: "Envejecientes"

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