En
el verano de las tendencias, de golpe el calor se ha hecho
clásico. Los termómetros se han puesto como antiguos. Todo
tiempo pasado no fue mejor, sino mucho más caluroso y más
lluvioso. Cuando en el invierno se pone a llover si tiene que
llover, suelo decir: "Llueve como antiguamente". Ahora
ha hecho una calor como antiguamente. Como si de golpe hubieran
desinventado el aire acondicionado. No es que ahora haga menos
calor que antiguamente. Es que tenemos más medios para
combatirlo. Las temperaturas no entienden de lo políticamente
correcto, y se ponen como en aquel veraneo de San Sebastián,
cuando Alfredo Alvarez Pickman fue requerido para unos urgentes
negocios en su tierra. Cuando anunció a su mujer el inevitable
viaje, le dijo:
-- ¿Y ahora te vas a ir a
Sevilla, con el calor que hace? Si han dicho por la radio que
hace 43 grados a la sombra...
Y aquel espejo de elegancia
dijo con todo estoicismo, resignado al calor que iba a pasar:
-- ¿Y quién te ha dicho a ti
que yo voy a tirar por la sombra?
Tan poco acostumbrados estamos
a tirar por el sol con 43 grados a la sombra, que suben las
temperaturas cumpliendo con su obligación estival y tenemos
unas cifras de muertos a la americana. Propias de una ola de
calor en Estados Unidos más que de España. De todas las pobres
víctimas del calor ha habido una que, además, ha llevado a la
más honda de las depresiones a muchos españoles. Por todos los
medios informativos se ha repetido hasta la saciedad que por
culpa del calor ha muerto en Andalucía una señora de 63 años.
Esto hubiera sido digno de toda lástima. Pero han dado la
noticia a los cuatro vientos de un modo que ha producido mucho
más dolor. La noticia decía textualmente: "Una anciana de
63 años ha muerto a causa de un golpe de calor". El
teletipo así lo anunciaba y tal cual lo han repetido los
boletines de la radio, los periódicos, los telediarios:
"Una anciana de 63 años". De nada vale que la calidad
de vida, los cuidados de salud, no fumar, beber con moderación,
ir al gimnasio todos los días y la observancia de una dieta
alimentaria sanísima tengan a Cristina hecha una muchacha a sus
65 años. Cristina ha oído la noticia de la víctima del calor
y me la ha comentado consternada:
-- Si esa señora con 63 años
es una anciana, ¿yo qué soy, Dios mío de mi alma? Como tú
sabes, porque no tengo secretos para ti, acabo de cumplir los 65
años. Conmigo, Antonio, no va a acabar el calor, sino esta
manera de llamarnos ancianos a los sesentones y a mucha honra.
Cuando he oído esa noticia en la radio me ha dado un sofoco que
por poco la palmo yo también, como si hubiera sufrido un golpe
de calor. ¡Pero de subírseme los colores a la cara de medir
las edades con tan poca delicadeza!
El rejuvenecimiento de la
profesión periodística tiene la culpa de estas ofensivas
calificaciones de ancianidad . A una redactora recién
licenciada en Ciencias de la Comunicación, una señora no digo
ya de 60 años, sino de 50, le parece una anciana. Al cambio, su
abuela. Me temo que las abuelas de las periodistas de sucesos no
están tan bien conservadas ni tan guapas como Cristina. que a
pesar de que es abuela tiene toda su belleza y su estilazo a los
65 años. La redactora de sucesos tendrá una abuela revieja,
descuidada y abandonada, y se creerá que todo el mundo está
hecho un anciana a los 55 años. Desde la juventud todas las
restantes no solamente parecen Tercera Edad, sino Pleistoceno.
De ahí que se caiga frecuentemente en algo que no se ha
denunciado: es la "violencia de edad". ¿No hay
violencia de género, cuando un marido maltrata a su mujer, con
confesión de parte en programa televisivo o sin ella? Pues del
mismo modo hay "violencia de edad" cuando en los
medios informativos rebajan de esta manera tan deprimente como
ofensiva el listón de la ancianidad. Como los periodistas
jóvenes empiezan todos haciendo sucesos, yo he leído
informaciones sobre atropellos mortales de ancianos de 45 años
y fallecimientos de ancianos de 55 años en accidentes de
autobús. Mucho hablar de la Ley del Menor, a la que culpan del
aumento de delincuencia, pero nadie piensa en promulgar la Ley
del Mayor, al menos a efectos informativos. Igual que ya nadie
llama a nadie en los periódicos "negro",
"homosexual" o "gitano", yo pido en nombre
de tantas sesentonas guapísimas y de tantas setentonas de muy
buen ver que la palabra "anciano" entre en el
catálogo de lo políticamente incorrecto. Anciano se puede ser
hasta con 23 años y no serlo con 75. Hay nietos mucho más
ancianos que sus abuelos. La edad está en el espíritu, no en
el DNI. Los mayores son, en el mejor de los casos, esa palabra
tan linda que les llaman en Puerto Rico y que somos todos desde
el mismo instante en que nacemos: "Envejecientes"