PUES con permiso de la autoridad y sin ningún tipo de
impe- dimento metereológico, el pasado martes, se celebró en el Salón Real del Hotel
Alfonso XIII de Sevilla la Gran Presentación Nacional (fuera de abono) del libro «Curro
Romero, la esencia», de Antonio Burgos, en la que intervinieron los afamados espadas
Alvaro Domecq de Jerez, Arturo Pérez-Reverte de Cartagena, Curro Romero de Camas y el
propio Antonio Burgos del Arenal de Sevilla y olé, que hizo su presentación en esta
plaza, acompañados de sus correspondientes cuadrillas de amigos y partidarios.
Y ustedes se preguntarán qué coño tendrá que ver todo esto con el Carnaval. A lo que
uno, a modo de eslogan publicitario responde de inmediato: lea, piense y compare.
El festejo, aunque estaba anunciado a las siete de la tarde (hora torera), dio comienzo a
las ocho menos cuarto (hora carnavalati). Las puertas de los salones del hotel fueron
abiertas media hora antes del espectáculo, y aún quedando anulados los pases de favor,
no pudo evitarse, como en el Falla, la colaera por la cara al tener que colocarse el
cartel de «no hay billetes». No obstante, a pesar de que la plaza quedó abarrotaíta
hasta las banderas (hasta paraíso), hubo cabida para todo el mundo. Por otra parte nada
extraño; ya que como todos sabemos, precisamente el mundo, según Villalón y Burgos, se
divide en dos grandes partes: Sevilla y Cádiz. Y de Cádiz y Sevilla en la tarde-noche se
iba a dar tela y a lo grande. Entre el gentío, desde Monteseirín, alcalde de la ciudad,
hasta la ciudadana Manuela la de los mejillones. De los ministros Mayor Oreja y Alvarez
Cascos a los embajadores (del cante) Rancapino y Perejil. La Duquesa de Alba, la dama, y
el vagamundo Jesús Quintero. Representación de la Casa Real y del Real Betis (Alfonso).
Los del Río, Rafael y Antonio, y los de la Caleta, Pepe Manteca y Antonio Martín. Nadie
quiso perderse, como si de la Gran Final del Fallal se tratara, la Gran Presentación
Nacional.
A los compases del pasodoble Plaza de la Maestranza interpretado magistralmente por la
Banda del maestro Tejera -que igual podía haber sido El Vaporcito del maestro Paco Alba-,
los diestros iniciaron el paseillo entre el clamor del respetable. Un maestro excepcional
de ceremonia, José Manuel Lara, hijo de quien fuera andaluz de pro y gran defensor de
nuestra cultura, dio paso a un Alvaro Domecq que nos hizo recordar sus mejores tiempos.
Pérez-Reverte superó con creces la expectación que había levantado. Y de pronto,
silencio de Maestranza (silencio de Falla), Curro Romero, maestro de maestros, quien
además de donar todos los derechos de autor al pueblo gitano -bonito ejemplo- sólo con
su presencia demostró ser una vez más, como Camarón lo definiera, la esencia de los
toreros. A los compases del pasodoble Giralda, el mismo que se canta en la Misa Típica
Gaditana, Antonio Burgos, contagiado por tanto arte, arrimó su toro (su tango) hasta
donde estábamos los de Cádiz; y recreándose en frases magistrales hacia sus colegas de
cartel, remató su colosal faena dedicándole al Faraón de Camas (¡pedazo tipo de
comparsa!), entre Sevilla y Cádiz, Maestranza y Falla, Carnaval y Feria de Abril, el
romance-estribillo «Porteros automáticos-Niños del Arenal»: Y a ti, Curro... a ti no
te digo ná, a ti no te digo ná, a ti no te digo ná.
Ovaciones y vítores a raudales, vueltas al ruedo con la Plaza (el Teatro) blanca de
pañuelos y salida a hombros de los cuatro toreros-copleros (gran cuarteto Libi) por la
Puerta del Príncipe (Puerta de butacas). La prensa, radio y televisión, que tenían
reservados gratuitamente (sin necesidad de pagar canon) sus sitios de costumbre, se
volcaron en halagos con los triunfadores de la fiesta (primeros premios).
-¿Y tanto rollo pa esto? Total, en cuanto lo den por televisión como la final del Falla,
sin necesidad de haber estado, veremos lo mismo que tú has visto.
No, picha, no. Que como bien dice Curro Romero, entre tantas sabias frases como
encontrarás en este libro: «El aroma no se televisa».
¡Chondeo, quillo!