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Revista "Epoca", número 783 

Semana del 21 al 28 de febrero del 2000

Esencia

Horas y horas han charlado, y de la voz de Curro ha sacado Antonio la mejor palabra para dejarla escrita.
Religión, claro

Esencia, amor y religión. El gran poeta popular Juan de Dios Pareja-Obregón le dedicó esta soleá después de verle torear en la Maestranza de Sevilla. "Sería sueño o desvarío/ que se llenó de romero/ hasta el agüita del río". Antonio Burgos ha escrito un libro sobre Curro Romero. Bueno, Antonio le ha puesto el traje medido de su extraordinaria pluma y Curro la palabra luminosa. Entonces Antonio se ha quitado importancia y le ha dejado a Curro contar su vida en primera persona. Esencia, amor y religión, que todo eso es Curro Romero, don Francisco para usted, que no lo conoce. (Me dirijo a Javier Arzallus). Vamos a ver, que ya lo dijo don Juan Belmonte: "Ver a Curro cuajar un toro es igual que si te toca el Gordo de la lotería. A lo mejor no toca nunca, pero si toca, te ha caído el Gordo de Navidad". Cuando Rafael El Gallo, currista, le dijo a Belmonte que Curro Romero tenía un poquito de ambos, don Juan le apostilló: "No tiene ni un poquito tuyo ni un poquito mío... Tiene mucho de él".

Mucho tiempo llevaba esperando este libro. Me lo anunciaron sus dos autores, Antonio y Curro, durante una comida en Oriza de mangoleta -de mangoleta para Antonio y para mí). Horas y horas han charlado, y de la voz de Curro ha sacado Antonio la mejor palabra para dejarla escrita. Religión, claro. Curro Romero no es un obispo cualquiera. El currismo es una religión, una forma de ser, una manera de interpretar la vida, y como todas las religiones tiene sus normas, sus deberes y sus preceptos. Antonio Burgos es un devoto currista, cardenal de su curia, y como toda alta dignidad de una creencia, un celoso guardián de su dogma. Curro Romero ha trascendido a su propia importancia de prodigio humano y se ha resuelto en milagro. Yo también pertenezco a esa fe, pero con humildad de gentío, de voz entre las voces, de beato por libre. Se lo debo, en gran parte, a Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Burgos, que supo abrirme el camino de la verdad.

No pretendo alcanzar jamás ni la media jerarquía en la religión currista, porque estoy convencido de que sólo los sevillanos -incluyo a toda la Baja Andalucía-, son capaces de interpretar, sentir y transmitir la fe en Curro con claridad y limpieza. De ahí la fundamental importancia de este libro del cardenal Antonio Burgos. Figúrense a Mahoma grabando sus conversaciones con Alá para dejarlas escritas, posteriormente, en un libro. Pues eso.

Amor, el que le ha dado, cuando mejor le venía, Carmen Tello. Sin amor no hay esencia, ni ilusión, ni fuerza, ni poesía. Todo se reúne en el arte de Curro porque sabe que allí arriba, en un tendido, o más lejos, en su casa, está la razón de todas las razones esperando su vuelta. La vida es así, y no hay quien la cambie, que tampoco se debe cambiar lo que está en su sitio. El amor tiene un sitio muy grande y muy difícil de encontrar, y en ocasiones sólo se accede a él después de un largo camino por una boca oscura e interminable, pero cuando se toma, cuando se da y cuando se recibe, ni pasado, ni debilidades, ni renuncias ni bobadas. Y a Curro le ha venido el amor de golpe dibujado en la silueta de una mujer bellísima, desde la piel y el ánimo, y le ha nacido la pasión del novillero, el arranque del héroe y todo lo que ustedes estimen. Esta mujer, Carmen Tello, ha sido extraordinaria para Curro, porque le ha llegado en la medida, en el momento preciso, en el justo antes y nada después, que es el premio de los elegidos.

La esencia. Ahí, Su Eminencia Reverendísima el cardenal Burgos, aporta la suya, que es mucha y buena en la palabra, y esencia sobre esencia suelen ofrecer un resultado magnífico. Su Eminencia Reverendísima -que se ha pasado la vida misionando en Sabi-Sabi, descendiendo bosques húmedos en Guadalupe e incluso acudiendo disfrazado de azerbaidjano a la tumba de primo Lenin-, ha puesto toda su fe, su magisterio, su emoción y su trabajo en esenciar la esencia, y permítanme que les adelante que el resultado ha constituido una cosa bastante cojonuda.

Escribo esto por varios motivos, no todos blancos e inocentes. Creo que Curro Romero es cumbre de arte y cima de ser humano. Creo que Antonio Burgos es un gran escritor, e intérprete privilegiado del currismo más puro. Creo que el libro de ambos enseña, interesa, sonríe y emociona. Y creo también que últimamente están llegando a Oriza unos langostinos con un trapío y una frescura que merecen una visita de tiempo amable, charla de amigos y abrazos comprometidos.

En espera de disfrutarla -quizá a primeros de mayo, cuando presente la última aventura de Sotoancho en el Alfonso XIII-, vuelvo a tomar el libro y a pasear junto a Curro por sus vivencias, sus amigos, sus gozos, sus sombras, sus ayeres y sus esperanzas. Y lo hago tan a gusto, que las horas se pasan como los percebes, que hay que ver lo que se pasan los percebes, y lo he vivido tan bien, he disfrutado tanto, que considero justo escribirlo para que Curro y su Eminencia Reverendísima el cardenal Burgos sepan que al menos, un amigo, un correligionario, un currista, ha leído su libro para su satisfacción, alegría y delicia.

Esencia pura. 

 

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