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      Biografía y libros de Antonio Burgos     
      
      Los recuadros     
      
      
      El premio Cavia 
      
      
      El  Romero Murube 
      
      Libro "Sevilla en cien recuadros"     
      
      Entrevistas con 
      A.B.
           
        
  
      Correo 
       
      
       
     
       
     
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      Entrevista: 
      «Los sevillanos me otorgaron el estatus de cofradía refugiada por obras»  
      «El palimpsesto de Burgos», 
      por Angel Pérez Guerra 
      
      
      "Restauración periodística sevillana", por Julio Domínguez Arjona 
      Antonio Burgos regresa a ABC    
      "El regreso 
      del cofrade", por Jaime Campmany 
       
      "El Recuadro" recupera su sitio de honor a partir del 
      5 de septiembre 
     
    El escritor Antonio Burgos regresa como articulista a ABC y también en el 
    nuevo diario que el Grupo Vocento lanzará próximamente en Cádiz. 
     
    SEVILLA.Refiriéndose a ABC, el escritor 
    y articulista Antonio Burgos proclamó hace apenas ocho meses: «Menos la 
    primera comunión, yo lo he hecho todo en esta Casa». Así, casi iniciaba 
    Burgos su literario e inolvidable discurso de agradecimiento durante la cena 
    en la que recibió el Premio Joaquín Romero Murube 2003 por su emocionante 
    artículo «Farol de cruz de guía». Es cierto lo que dijo entonces, sin duda, 
    pero en sus palabras no cabía toda la verdad, pues las certezas de los 
    hombres se refieren siempre, necesaria y exclusivamente, al pasado o al 
    presente, nunca a lo que queda por venir. Y lo que Burgos, aún sin saberlo, 
    tenía entonces (y tiene ahora por delante) es mucho: nada menos que su 
    vuelta al diario donde se forjó, primero, como rotundo periodista de raza y 
    mil registros, y luego, como brillante y lúcido articulista hasta alcanzar 
    lugar de privilegio entre los escritores y comentaristas más influyentes por 
    su estilo y uno de los más destacados de todo el panorama nacional. 
     
    Aquellas palabras pronunciadas con orgullo en la Casa de ABC de Sevilla la 
    feliz noche del galardón, en la cual dijo sentirse «como cuando Joselito el 
    Gallo toreaba en el patio de su casa, la plaza Monumental», no albergaron 
    para nadie la menor sombra de duda de que con ellas no se podía dar por 
    cerrado un ciclo que Burgos inició como redactor-confeccionador de ABC en el 
    lejano año de 1966 y que, tras un breve paréntesis para participar en la 
    fundación del diario «Informaciones de Andalucía», en 1977, se prolongó 
    hasta mayo de 1990, ya como subdirector de ABC de Sevilla, después de haber 
    ocupado el cargo de redactor-jefe. Premio Mariano de Cavia de 1988 por su 
    artículo «Habanera gaditana para un Príncipe» y numerario de la Real 
    Academia Sevillana de Buenas Letras desde 1985 (en la que ingresó con un 
    discurso sobre el Patrimonio Inmaterial de Sevilla al que contestó el 
    profesor Olivencia en nombre de la corporación) , Antonio Burgos pasó, como 
    articulista en ABC, de ser un firme defensor de ese patrimonio inmaterial y 
    material sevillano y andaluz bajo el seudónimo de Abel Infanzón en la 
    sección «Casco Antiguo», a convertirse en una voz de referencia durante la 
    transición que aportaba un enfoque netamente andaluz y trascendente, cargado 
    chispa, hondura y calidad literaria, a los problemas nacionales que vivimos 
    en aquellos confusos y difíciles tiempos los españoles. 
     
    Sus artículos de la cincuentenaria sección «Sevilla al día», cuyos 
    innumerables lectores terminaron renombrando como «El Recuadro» (así se 
    quedaría para los restos), fueron, casi desde el comienzo, punto obligado de 
    conexión con las realidades cotidianas y con los grandes asuntos de fondo. 
    Su brillantez de estilo y su fina capacidad de observación de esos detalles 
    que a veces no advertimos los demás mortales, pero que constituyen a menudo 
    la mejor clave para penetrar en el fondo de la cuestión, terminaron por 
    proyectarle como el excelente cronista ciudadano que hoy le reconocen hasta 
    sus más encendidos discrepantes. ¿Y qué sería de un articulista sin unos 
    buenos discrepantes...? Es cierto, sí, que lo ha hecho todo en ABC (tal vez, 
    «menos la primera comunión», como él mismo dijo aquella noche del Romero 
    Murube), y que toda una generación de jóvenes periodistas que lo tuvo como 
    redactor-jefe o subdirector lo considera su maestro, pero acaso le faltaba 
    al Maestro Burgos... volver a ABC. 
     
    Estilo personalísimo 
     
    A la infinidad de sus lectores, que le conocen bien, les resultará fácil 
    imaginar que, dada su inagotable capacidad de creación, su personalísimo 
    estilo literario, su originalidad y erudición, su modo cercano y directo de 
    abordar cualquier asunto (a veces lírico, otras irónico), sus argumentos 
    siempre limpios e ingeniosos, su aguda forma de mirar cuanto le rodea y nos 
    rodea, sus latigazos de incuestionable sentido común (que, ya se sabe, es el 
    menos común de los sentidos), así como su declarado y profundo respeto, 
    lealtad y admiración por los valores que representan la larga trayectoria de 
    un siglo de ABC y la Institución que siempre defendió, impulsan a Antonio 
    Burgos en esta nueva etapa con bríos nuevos e ilusiones renovadas por su 
    vuelta a la Casa donde se alumbró y se consagró como el insigne hidalgo del 
    articulismo español que es desde hace décadas. 
     
    Antonio Burgos recupera el sitio de honor que le corresponde en las páginas 
    de ABC, tanto en su edición nacional como en ABC de Sevilla y, 
    simultáneamente, en las del nuevo diario que, muy pronto, el Grupo Vocento 
    lanzará en fechas próximas en Cádiz. Aunque en ABC, es cierto, Burgos lo ha 
    hecho todo, no todo lo que ha hecho ha sido en ABC. Su fuente creativa 
    resulta tan descomunal que se diría inagotable, como así lo ha venido 
    demostrando todos estos años en sus numerosos libros y en los varios miles 
    de artículos que, tras su dimisión como subdirector de ABC y articulista en 
    1990, ha sumado en otros muchos medios de comunicación, como Diario 16, El 
    Mundo, Época o la revista Hola, en los cuales ha seguido proclamando su 
    enorme talento e impartiendo su magisterio como escritor y articulista. 
    Ingenioso por rebosamiento y prolífico por dedicación y amor a la 
    literatura, ha publicado más de treinta libros, entre novelas, poesía, 
    ensayos, biografías y colecciones de artículos, así como obras de tan 
    difícil catalogación como la última, «Gatos sin fronteras», reciente éxito 
    editorial que ha superado ya la cifra de más de sesenta mil ejemplares 
    vendidos sobre la singular mirada a nuestro mundo de un gato «real» (en 
    todas sus posibles acepciones) llamado Remo. 
     
    Uno de sus primeros libros, el ensayo «Andalucía, ¿Tercer Mundo?», 
    constituyó un aldabonazo para el resurgir del sentimiento autonómico 
    andaluz. Luego vendrían novelas como «El contrabandista de pájaros» (Premio 
    Ciudad de Marbella 1973), «Las cabañuelas de agosto» (Premio Ateneo de 
    Sevilla 1982) o «Las lágrimas de San Pedro», entre otras. 
     
    Evocación literaria 
     
    Autor de múltiples y originales ensayos sobre algunas de las principales 
    tradiciones de Andalucía (como su fundamental estudio sobre el léxico 
    cofradiero de Sevilla), su inmenso poder de evocación literaria y 
    sentimental le han conducido a publicar algunas biografías noveladas que son 
    tenidas por obras monumentales. Así, «Rafael de León, poemas y canciones» 
    (1980) y, más recientemente, «Curro Romero, la esencia» (2000) y «Juanito 
    Valderrama: Mi España querida» (2002). 
     
    Andaluz convencido de vocación universal, como muchos de los más grandes; 
    sevillano de nación y por grata asunción de ese destino, y gaditano de 
    elección y por nombramiento oficial como Hijo Adoptivo tras la petición de 
    las firmas de más de cinco mil ciudadanos de la Cuna de la Libertad, que ha 
    rotulado con su nombre el paseo de la Caleta que conduce al Castillo de 
    Santa Catalina, Antonio Burgos suma a todo ello una rara capacidad como 
    letrista inmenso, incluso del Carnaval gaditano del que fue pregonero en 
    1988, que nos ha regalado, entre muchas, esa obra cumbre de la poética 
    cantada que se titula «Habaneras de Cádiz». 
       
    
      
        
          
           
          Miércoles, 4 de agosto de 2004
          ANTONIO 
          BURGOS: MAESTRO  
       
      
      
     
    
    Pocas noticias puede 
    proporcionar éste periódico que alcancen la relevancia y expectación 
    obtenidas por la vuelta a su recuadro de Antonio Burgos. Lógico si se trata 
    del personaje más leído, admirado y temido de cuantos en las últimas décadas 
    han escrito en Sevilla. Sus opiniones y comentarios logran tal difusión y 
    fuerza que difícilmente se puede llegar a conocer persona en la ciudad con 
    tan alto predicamento y por lo tanto, tan significativo poder. Sin embargo 
    no me referiré especialmente a ésta faceta del personaje, importantísima e 
    incluso fundamental en la historiografía de alguien que ve publicado 
    diariamente su trabajo, sino a esa otra más oculta y desconocida para muchos 
    que se asienta y discurre por las redacciones. Conocéis que desde hace años, 
    el singular periodista no escribía en ABC. Sus recuadros, en la mente de 
    todos los lectores de tan entrañable periódico, no eran reflejados en éstas 
    páginas y por los pasillos, salas y despachos del diario no se oían 
    oficialmente sus indicaciones, emitidas antes desde el prominente escalafón 
    ejecutivo donde se encontraban. Eran tiempos, meses e incluso años, donde el 
    nombre de Antonio Burgos no se veía vinculado con el día a día de éste 
    periódico. Pues has de saber, querido lector, que durante todo ese dilatado 
    y excesivo tiempo los trabajadores de ésta casa lo reconocían siempre por 
    «el maestro». No decían su nombre ni hacía falta conocer sus apellidos, 
    bastaba decir «el maestro» para que lo identificaran con absoluta claridad y 
    certeza. No estamos en tiempos donde sobresalga el agradecimiento y difícil 
    parece en nuestra sociedad reconocer méritos ajenos, mucho más cuando ya no 
    se depende de ellos y sin embargo, repito, cuando el personaje no trabajaba 
    en la casa, todos le siguieron manteniendo su singular, descriptivo y 
    magnífico reconocimiento. Ser docente es un orgullo pues el ser humano vale 
    lo que siente pero sirve en cuanto hace y en cuanto logra hacer para que los 
    demás puedan seguir haciendo, llevando incluso a cuestas la impronta de sus 
    propios sentimientos. Reconocerse alumno es ser consciente del valor que en 
    uno mismo han adquirido los conocimientos, las bases, los sentidos, las 
    formas y los modos transmitidos. Quisiera recordar ahora, en éstos tiempos 
    de magnífico reencuentro, a mi entrañable amigo Antonio de la Torre, 
    sentimental tonto de capirote como yo, genial amigo con quien compartía la 
    dicha de vestir túnica -negro ruan y estrecho cinturón de esparto amarillo- 
    cada tarde de Jueves Santo. Apasionado admirador de Antonio Burgos siempre 
    decía de él que era el mejor maestro que se podía haber tenido. Gloria, su 
    mujer, nos queda de testigo. Y también, como no, a la Señora, aquélla que en 
    vida tuvo por nombre María, querida y entrañable Hermana de Pasión, madre 
    del Rey de todas las Españas, la más forofa, vehemente, apasionada e 
    incondicional fan que se pueda concebir. Antes, desde su muerte, estaba en 
    el cielo; desde ahora también está en la gloria. Enhorabuena, director, 
    conseguido está no ya lo bueno, lo magnífico. Enhorabuena, hombres y mujeres 
    de esta casa y enhorabuena, Antonio. Pero sobre todo y por encima de todo 
    enhorabuena queridos lectores de ABC. El recuadro ha vuelto. 
    
     
      
       
    
      
        
          
           
          Sábado, 
          4 de septiembre de 2004
          Antonio Burgos: «Los sevillanos me otorgaron el 
          estatus de cofradía refugiada por obras» 
          «En lo único que he cambiado es 
          que ahora escribo con ordenador»  
       
      
      
        
          Antonio Burgos, uno de los grandes 
          columnistas españoles, vuelve a ABC, cuyos lectores (a quienes conoce 
          «como si los hubiera parío») lo disfrutarán domingos  y
          miércoles en Madrid y todos los días en Sevilla 
       
     
    
    
      
    «Es como si Paco Otero desde su mesa de 
    subdirector en el otro mundo me estuviera diciendo de nuevo «Niño, hazte el 
    Sevilla al Día»». Burgos vuelve a ABC, y en capilla cuenta sus impresiones 
     
    -Despójese de los rubores y dígale al lector qué se siente al volver, 
    volver... 
     
    -Se siente el reecuentro, fundamentalmente. Y una especie de alquiler del 
    retrato de Dorian Grey en el cual no pasa el tiempo. Yo hace ya unos cuantos 
    años que no escribo en el ABC, pero para muchos lectores de ABC sigo 
    escribiendo en ABC. Es más, Álvaro Ybarra me comentó que en las encuestas 
    que hace el periódico sobre las preferencias de contenidos del lector se 
    incluyen a veces baterías de cuestiones acerca de por ejemplo qué 
    articulista le gusta a usted más. Y aún haciendo más de diez años que no 
    escribo yo en el ABC, los lectores de ABC siguen diciendo que el articulista 
    del ABC que más les gusta es servidor de ellos, lo cual significa una forma 
    de estar presente. Por tanto, es volver a encontrarse con unos viejos 
    amigos. Además, los viejos amigos de verdad, ésos que todos tenemos muy 
    pocos, se caracterizan porque a lo mejor hace tres o cuatro años que no los 
    ves y cuando nos volvemos a encontrar parece que hemos estado anoche mismo 
    hablando con ellos. No hay un hiato de distancia en el reencuentro, sino que 
    es simplemente otro acercamiento más de los muchos que se han tenido. Por 
    las cartas que he recibido, los correos electrónicos que me han puesto y las 
    llamadas de teléfono, veo que se trata de volver a hablar con unos amigos 
    con los que hace algún tiempo que no hablamos pero parece que hubiéramos 
    estado tomando café juntos ayer tarde. 
     
    -El hilo de comunicación de un periódico con sus lectores nunca se 
    interrumpe. 
     
    -El lector es más imaginativo de cuanto cree. El lector no solamente lee 
    aquello que hay en el periódico sino que a veces hasta lee lo que no hay en 
    el periódico. Para mí que los lectores de ABC han estado durante muchos años 
    leyendo artículos que no estaban en el periódico. Un compañero de curso de 
    los Jesuitas, Andrés Ollero, me ponía una nota en la que decía: «Aunque 
    debido a la inclemencia del tiempo hubo de refugiarse, el palio acabó 
    volviendo a su templo rodeado del calor popular». Pues algo de esto: cuando 
    una cofradía está refugiada, la gente sigue creyendo que está en la calle. 
    Por tomar el símil sevillano, aunque Santa Marta ha estado tantos años en 
    San Martín, para los sevillanos Santa Marta ha seguido estando en San 
    Andrés. Y cuando las Penas estaba en San Isidoro, seguía estando en San 
    Vicente. Quizá por la implicación con la ciudad, los lectores me otorgaron 
    el estatus de cofradía refugiada por obras. Esta entrevista forma parte de 
    la procesión extraordinaria del retorno. Solamente le falta, querido Ángel, 
    la banda de Pepín Tejera detrás. 
     
    -El carácter cíclico de la Historia parece haberse encarnado en Sevilla con 
    toda la fuerza del mito del eterno retorno. El suyo es un ritual muy 
    sevillano. 
     
    -Aquí se puede uno bañar dos veces en las aguas del mismo río. Yo veo todos 
    los viernes santos por la tarde bañarse al Cristo de la Expiración en las 
    aguas del mismo río. El mismo río el año pasado, hace dos años o el que yo 
    veía en el puente con Manolito Díaz Crespo y con Luis Arenas en aquello que 
    llamábamos la «universidad pontificia de Triana», la universidad del puente 
    de Triana donde íbamos a recibir clases de aquel trianero que dije yo una 
    vez que se llama Cristo de la Expiración porque es tan trianero que le falta 
    el aire en cuanto que deja el barrio. El retorno de lo vivido, que está 
    entre Neruda y Juan Ramón; por ahí queremos andar. Además, las grandes 
    fiestas de esta ciudad son el desafío contra el tiempo. Es ese sevillano que 
    al estrenar el Domingo de Ramos vuelve a tener los catorce años como cuando 
    se puso el primer traje o conoció a la novia que hoy es su mujer o la mañana 
    de la Virgen de los Reyes parece que los calentitos que está friendo la 
    sobrina de Juana son los mismos calentitos en el mismo aceite y el mismo 
    perol en que los freía Juana. Yo creo que esta ciudad es un continuo desafío 
    contra el tiempo. Ese lord inglés que está en la calle Sierpes vendiendo 
    relojes, que es el señor Sanchís, tiene cinco relojes puestos allí. Hay que 
    ver cinco veces la hora en Sevilla para ver el tiempo que estamos viviendo, 
    porque siempre o vivimos un tiempo de pasado o de futuro. Aquí siempre 
    estamos de cara a algo similar a la Expo, al metro, a la gran ilusión que 
    viene. Esta es siempre una ciudad entre la nostalgia y la ilusión que viene. 
    La noche de la ilusión no es sólo la del tópico de la cabalgata. Sevilla 
    siempre está viviendo una eterna noche de la ilusión de que le van a poner 
    algo en los zapatos. A veces se encuentra que el rey negro le ha traído 
    carbón. En este sentido entre el tiempo pasado y el que viene, el sevillano 
    anda por el tiempo y contra el tiempo como Pedro por su casa 
     
    -Esta vuelta al ABC puede tener también su peligro, que precisamente viene 
    de la mano del tiempo. El peligro, para mí, es pisar una mina de nostalgia 
    ilimitada, porque el Burgos de hace catorce años quiera imponerse al Burgos 
    de hoy. 
     
    -No, no. Burgos no ha escrito el artículo de las ministras del Gobierno 
    porque no está escribiendo este mes de agosto. Yo a veces me siento ante el 
    ordenador y tengo un cierto complejo de Enrique Ayarra ante los órganos de 
    la catedral. Los teclados del oficio son múltiples. Lo mismo se puede 
    escribir de que la pescadería del Arenal acaba de cumplir cien años que de 
    cómo nadie ha protestado del envío de tropas a Afganistán, cuando tanto se 
    protestó para que volvieran las que estaban en Irak. La guitarra del oficio 
    de escribir artículos en los periódicos tiene muchos trastes y cada día se 
    pone la cejilla en uno. Yo quizá haga artículos como del britapén, de amplio 
    espectro. Lo mismo me monto en el tranvía y le doy la vuelta «a la redonda», 
    como se llamaba a la Ronda cuando había el tranvía, que me monto en el AVE y 
    veo a las ministras haciendo el ridículo en la Moncloa. Yo creo que hay que 
    tocar la guitarra con la cejilla puesta en todos y cada uno de sus trastes, 
    y hay que tocar el órgano aprovechando todos los registros y teclados que 
    tiene. No hay nada peor para un escritor de periódicos que ser 
    unidimensional. Yo también tengo la servidumbre de que habrá artículos que 
    se publiquen en Sevilla sólo y otros que se publiquen simultáneamente en 
    Sevilla y en Madrid. A mí escribir de política, ciertamente, no me gusta. A 
    mí lo que me gusta es escribir de los cinco sentidos de esta ciudad, del 
    tacto de Sevilla, del olor de Sevilla... Pero hay que escribir de otros 
    temas porque los directores a veces te dicen «¿y no vas a escribir de lo que 
    está pasando con el «todos con papeles» para los emigrantes ahora y 
    convertir a los empresarios en cómplices?» A mí naturalmente me apetece más 
    escribir de los malvas del atardecer pero eso es un lujo que no se puede uno 
    permitir todos los días, aunque yo he publicado una antología de artículos 
    que se llama «Artículos de lujo». Y hay que dar gracia a Dios que haya 
    directores, como en este caso Álvaro Ybarra y José Antonio Zarzalejos, que 
    le permitan a uno hacer literatura, eso tan raro en los periódicos. 
     
    -Le doy la vuelta a la pregunta. ¿En qué ha cambiado Burgos, qué distingue 
    al Burgos que se van a encontrar ahora los lectores del de sus últimos 
    artículos en ABC? 
     
    -Yo creo que no ha cambiado en nada. La leche sigue siendo de la misma 
    marca: Pascual. La guasa es marca de la casa. El estilo es el hombre. Yo, 
    como escritor de periódicos, y no como hacedor de periódicos, no tengo esa 
    dictadura contemporánea que se llama el libro de estilo de cada periódico. 
    Uno puede mantener su propio estilo gracias a que no tiene libro de estilo. 
    Lo único que cambia es que antes escribía a máquina y ahora lo hago con 
    ordenador. Pero eso los lectores no lo van a notar. Y que antes las erratas 
    me las ponía un linotipista, y ahora si hay faltas de ortografía me las 
    habré puesto yo. 
     
    -Usted ha hecho de Sevilla un género periodístico. Ha venido a decir hace un 
    momento que lo que le pide la pluma es escribir de Sevilla, y nada más. Hay 
    algo en esta ciudad que capta a determinadas personalidades de los más 
    diversos campos y las atrapa, facilitándoles un veneno que debe de ser obra 
    de algún nigromante. Me estaba acordando de reyes como San Fernando, Alfonso 
    X, Don Pedro el Cruel, que se dedican a la guerra, a recorrer los campos de 
    Castilla y de Andalucía sin dormir dos noches en la misma cama, pero que 
    cuando llega el momento del testamento señalan sin vacilar a Sevilla para 
    descansar. Me imagino que se habrá preguntado muchas veces qué tiene 
    Sevilla. 
     
    -Cuando usted estaba empezando a explicar el concepto yo pensaba que quizá 
    la flor de Sevilla no sea ni el jazmín ni la dama de noche ni el naranjo en 
    flor del tiempo de tambores y de incienso. A lo mejor Sevilla es una flor 
    carnívora. Y me parece recordar que eso lo dice Joaquín Romero (ahora que 
    hay tantos partidarios y tantos exégetas suyos, cualquiera de ellos lo sabrá 
    decir mucho mejor que yo). San Fernando fue consumido por esa flor carnívora 
    entre los olores del alcázar de mayo en que murió. El rey sabio también. Y 
    hablando de reyes, otro gran enamorado de Sevilla fue Don Alfonso XIII, y 
    ahí está la magnífica anécdota de Fernando Real Balbuena, el guarda mayor 
    del parque que le puso una multa por cortar un rosa. Hay un tipo de 
    personaje -yo lo conozco de cerca porque tengo alguno en la familia- muy 
    interesante, que es el extranjero que llega a Sevilla cuando el 92, se 
    enamora de Sevilla, se queda en Sevilla o se casa con un sevillano. Por 
    decirlo en términos de Fernando Villalón, Sevilla es una inmensa isla del 
    Guadalquivir donde se han quedado los moros que no se quisieron ir. Moros 
    rebautizados, como ese que echa flores a los novios cuando se casan, o las 
    chinas de las flores de los veladores de las terrazas de la noche. Hablamos 
    siempre del rey sabio o de San Fernando, pero cuántos y cuántos tenemos en 
    Sevilla. Sevilla es flor carnívora que te acaba devorando. 
     
    -A usted hasta ahora le ha dado mucha tregua. 
     
    -En el fondo, todos tenemos una relación de amor-odio con la ciudad. Porque 
    uno con la mujer que quiere se está peleando continuamente. Todos los que 
    queremos a Sevilla nos estamos peleando continuamente con ella. Después 
    decimos que es la ciudad de nuestra vida, pero nos da muchos disgustos. 
     
    -En todas partes, pero en Sevilla quizá más, ¿el humor es la tabla de 
    salvación? 
     
    -El humor es la autodefensa. En Sevilla, en La Habana, en Cádiz, en ciudades 
    donde hay el arte de la guasa, que es el arte frente a la adversidad. Eso 
    dicen que es frivolidad, enfrentarse a la tragedia haciendo un chiste de 
    ella. Yo creo que es una resistencia del espíritu ejemplar. El humor es una 
    forma de resistencia. 
     
    -¿Cómo se conquista a España desde Sevilla? 
     
    -Me parece muy generoso por su parte decir eso. Yo simplemente he intentado 
    seguir el ejemplo de Delibes en Valladolid y de Pemán en Cádiz. Que creo que 
    no son malos ejemplos. Si tú tomas como universo a tu ciudad, y estás viendo 
    al mundo reflejado en tu ciudad, eso traducido a artículo de periódico tiene 
    el interés de que los que los escriben en Madrid todos son invitados a cenar 
    por los mismos ministros, todos son intoxicados en los mismos desayunos de 
    trabajo, a todos les cuenta el amigo el mismo rumor cuando están tomando la 
    copita. Si tú escribes desde la bendita y gloriosa periferia, tu voz es 
    distinta. Te podría citar también a Manolo Vázquez Montalbán en Barcelona. 
    En Madrid todos están tirando desde el punto de penalty. Tú, desde aquí 
    tienes que tirar a puerta haciendo una parábola desde el corner. Meter goles 
    en parábola desde el corner, que es lo que hacemos los que escribimos desde 
    fuera de Madrid cuando hay setenta tíos en el punto de penalty sólo lo hacía 
    Rogelio o tantos y tantos mitos de mi Beti gueno. 
      
        
          
            «Lo más interesante de la vuelta a 
            ABC son los tiempos verbales» 
         
        
     
    
    
    
    -¿Qué ha aprendido en la «ausencia»? 
     
    -Yo he estado escribiendo en Diario 16 y en El Mundo, y tengo mucho honor en 
    decirlo en esta entrevista, y de agradecer a Francisco Rossell que me 
    ofreció la oportunidad de que no perdiera los lectores. Pero quizá lo más 
    interesante de la vuelta a ABC son los tiempos verbales. Esto es una vacuna 
    contra la nostalgia y la bomba personal que citaba usted antes que lo puede 
    dejar a uno como el Cojo Huelva. Yo hasta ahora escuchaba mucho en los 
    lectores el pretérito perfecto y el indefinido. Me decían «yo le he leído 
    mucho a usted» y «yo le leía mucho a usted». Me parece que recupero el 
    presente y que ahora los lectores me volverán a decir «yo le leo a usted». 
     
    -Pero volver a ABC ¿no le obliga a cambiar la música? 
     
    -La Coca Cola siempre es Coca Cola ya esté la fábrica en Atlanta o al final 
    de la autopista de San Pablo. 
     
    -¿No hay que adaptar ninguna clavija? 
     
    -Las manzanillas ya viajan bien. No es como antes, que río arriba se 
    remontaban. 
     
    -Hablaba en la entrevista de «Sevilla entre dos voces» de ABC como el 
    periódico institución de Sevilla. Eso impone mucho respeto, ¿no? 
     
    -Se lo impondrá a otros. Pero como yo he estado tantos años en esa Casa, y 
    como ya dije al recibir el premio Romero Murube menos la primera comunión lo 
    he hecho todo allí, porque le tengo respeto al ABC no me impone respeto. Me 
    conozco a mis clásicos, que son los lectores de ABC. A algunos de ellos los 
    conozco como si los hubiera parío. 
     
    -¿Abrirá fuego con Sevilla o con otros temas? 
     
    -Abriré fuego el 5 de septiembre, con lo que me haga hervir el agua del 
    radiador el día 4 de septiembre. Usted habla de la nostalgia, pero hay veces 
    que mi mejor motor para hacer un artículo es el cabreo. A mí los artículos 
    que más redondos me salen son los que estoy muy cabreado por una cuestión. 
    Así que no sé si iré por la nostalgia o por el cabreo. Probablemente iré por 
    el cabreo. Porque asuntos para cabrearse en España no faltan. Sobre todo 
    ante el hecho de que ahora están en el poder unos señores que antes no 
    pasaban una y a los que ahora se pasa todo. Otros dicen que perplejidad. Yo 
    siento tanto cabreo que entonces sale la famosa leche. 
     
    -Pero además, en Sevilla se superponen los tres niveles de poder en las 
    mismas manos. 
     
    -Eso puede ser bueno o puede ser malo, pero desde luego es bastante 
    aburrido. Y sobre todo, que aquí tenemos todavía por hacer la prueba del 9 
    de la democracia, no ya en Sevilla sino en Andalucía. Y te habla quien le 
    enseñó una vez a Rojas Marcos cómo era la bandera de Andalucía o quien le 
    dio a leer el Ideal Andaluz o quien fundó aquello que se llamaba CPSA, que 
    después devino en el andalucismo. No sabemos si los males de nuestra patria 
    son los males de la autonomía, ante esta frustración general que hay de 
    aquello que fue el espíritu del 28 de febrero que ya está en el baúl de 
    Karina, o son los males del único proyecto político que ha llevado a la 
    realidad esa autonomía. Si la democracia es traspaso y alternacia en el 
    poder dentro de la normalidad sin que se hunda el mundo, aquí en Andalucía 
    no ha habido alternacia en el poder. No sabemos cómo sería la Junta de 
    Andalucía administrada por los andalucistas en exclusiva, o por el Partido 
    Popular o por Izquierda Unida. Eso es algo inédito. A mí me hace que pensar 
    mucho que yo cuando tenía 25 años no había conocido otra cosa que don 
    Francisco Franco en el poder. Ahora hay andaluces de veintitantos años que 
    no han conocido otra cosa que a don Manuel Chaves en el poder. Una 
    perpetuación del poder de esta naturaleza, yo, que soy un viejo liberal, 
    creo que para la democracia en sí no es precisamente bueno. La Diputación de 
    Sevilla, desde que se fue el último presidente franquista ha tenido siempre 
    uno socialista. Sevilla está falta de alternancia en el poder. En el 
    Ayuntamiento ha sido muy positiva esa alternancia. Por lo menos, podemos 
    comparar. Sevilla ha tenido grandes ex alcaldes. 
       
    
      
        
        
          
            
           
          Sábado, 
          4 de septiembre de 2004
            EL PALIMPSESTO DE BURGOS  
         
        
        
       
      
      
      No ha pasado el tiempo. Acabo de verle 
      salir de su despacho, frente a mi mesa de continuidad, a las dos y pico de 
      la tarde, con una chaqueta de cuadros añiles, unos papeles bajo el brazo y 
      el habitual «hasta luego» seguido del sonido de aquella puerta de muelle 
      de Cardenal Ilundáin. La Redacción quedó sumida en un extraño silencio. No 
      había nadie más. La puerta del subdirector, abierta, como casi siempre; la 
      luz encendida; cada cosa en su sitio. La Virgen de los Reyes presidiendo. 
      Los cuadros coloristas burgueses y finiseculares de un postcostumbrismo 
      impresionista con estampas de muchachas risueñas en flor, el muelle 
      trianero de Sanlúcar y alguna escena taurina parecían intuir el «adiós» 
      que aquel «hasta luego» llevaba encerrado. Acababa de salir por la puerta 
      grande de ABC de Sevilla el mejor periodista que ha tenido Andalucía. 
      Tardaría catorce años en cruzar ese mismo umbral, trasladado a la isla de 
      la Cartuja, donde Colón descubrió que tenía que descubrir América. 
       
      Lo estoy viendo liado con la única tarea que anteponía a todo en el 
      periódico: repasar y corregir las galeradas de sus artículos, pasando un 
      listón de plomo línea a línea. Los llevaba siempre escritos de casa, pero 
      sabía que la última palabra, sobre las letras de molde de la linotipia, la 
      debe tener el autor. Tenía el ABC en la cabeza, solito a solito, grabado a 
      grabado, corondel a corondel. Su portentosa memoria histórica —«Los 
      elefantes de África vienen a consultarme», comentaba de vez en cuando— le 
      autorizaba como azote de políticos y última esperanza de amantes de 
      Sevilla. Si alguna vez Andalucía fue algo más que una comunidad autónoma 
      se lo debe a este periscopio inquieto en el piélago proceloso comprendido 
      entre Ayamonte y Pulpí. 
       
      Enciclopédico, volteriano, sentimental, entrenado en un autodominio 
      mineral, señor de la pluma (y que no me malinterprete nadie, que estamos 
      en Sevilla), con algo de Visconti y otro algo de Woody Allen (nada de 
      Saura ni de Bergman, por supuesto), ¿qué les voy a contar a ustedes de 
      este escritor de periódicos que no ha querido privarse ni de la 
      experiencia de la parábola en el tiempo que ha sido esta eterna ausencia 
      con final feliz? Ha consagrado su vida a escribir el palimpsesto de 
      Sevilla hasta lograr dar su nombre a la piedra de Roseta que todos debemos 
      emplear si queremos desvelar algunos secretos del idioma que usa la ciudad 
      desde la noche de los tiempos para comunicar al Universo su clave del arco 
      de la arquitectura que Burgos siente como si formara parte del urbanismo 
      de su propia psicología. 
       
      Desde mañana, me sentiré como el discípulo que recupera a su maestro en 
      las mismas aulas donde escuchó, con veneración, su voz cuando era aprendiz 
      de este oficio. No quiero que se encuentre incómodo con esta hagiografía 
      de urgencia que escribo como si se tratara de aquellos textos impresos a 
      espaldas de la iconografía de los santos que nuestras abuelas ponían en 
      nuestras manos. Aquellos panegíricos apuntalaron nuestras clases de 
      lectura y los dictados de los que más tarde comeríamos algunos. Para que 
      no le abrumen los requiebros, le diré que no veo en él al ampuloso titular 
      de cátedra que alecciona cada día a su clientela universitaria, sino al 
      menestral (aprovecho las resonancias familiares) que tuvo a su cargo la 
      formación de unos artesanos confiados a él por el gremio, que bien podría 
      ser el de toneleros. Mañana me quitaré veinticinco años de encima, volveré 
      a abrir el trapo de las herramientas y los ojos con la avidez de quien 
      sólo tiene ilusión en las alforjas, y saludaré con respeto, admiración y 
      mucho afecto a quien me enseñara a vaciar cada mañana el bloque de mármol 
      en bruto que es un folio en blanco para darle con la lengua forma del 
      recreo artístico, como aquellos prismas a medio tallar por Miguel Ángel 
      que en Florencia nos muestra la Academia. Sal del aliño sevillano, aceite 
      del humo del Postigo, que despierta el apetito de vivir en Sevilla, 
      fritura de los soldaditos de Pavía que resucitaron a la otra zapatera de 
      Sevilla, que suene ya la marcha real porque, como tenía que ser, ha 
      entrado el último varal sin que toque una perilla, y ya podemos respirar 
      tranquilos, que otra vez le tenemos en casa. 
  
    
      
        
          
           
          Lunes,6 de septiembre de 2004
          EL REGRESO DEL COFRADE  
       
      
      
     
    
    
    MI cofrade Antonio Burgos, Hermano Celador de 
    Gozos y Festejos de la Cofradía de la Columna, de la que él me hizo 
    graciosamente Hermano Mayor sin otros méritos que el de la senectud 
    laboriosa, ha regresado al templo catedralicio del venerado CristoTitular. 
    Ojalá no se hubiera ido nunca de él, pero es larga la carrera de la 
    procesión y en ella siempre hay algún cofrade que da tumbos, atado a la 
    columna, y alguna vez recibe palos de ciego. 
     
    Recuerdo que cuando César González-Ruano regresó a esta Casa después de 
    engalanar otras, entre ellas aquella en la que yo aprendía esgrima de 
    estilográfica, escribió una «tercera» para celebrarlo donde contaba que 
    había parado un taxi (César era muy del taxi, tendrían que haberle hecho un 
    homenaje los taxistas), se subió y cuando el conductor le preguntó que a 
    dónde le llevaba, con la mayor naturalidad dijo: «Como siempre, al ABC». 
    Antonio Burgos, para volver, ha recordado el cuentecillo de la vieja señora 
    que en trance de muerte escucha las palabras consoladoras del confesor. El 
    buen cura le dice, más o menos, que se alegre, que como ella ha sido buena y 
    caritativa irá derecha al paraíso y allí disfrutará la felicidad de ver a 
    Dios y de escuchar el cántico de los ángeles y los arcángeles. Y la 
    viejecita comenta: «Sí, padre, pero como en casa de una...». 
     
    Se habrán alegrado, claro, los lectores del ABC, nos hemos alegrado los 
    ancianos del lugar y también los jóvenes, y habrán sonreído de contento las 
    Vírgenes de Andalucía y las del resto del Estado. «Ja soc aquí», le habrá 
    dicho a la de Monserrat. Me refiero a las Vírgenes que están en los altares, 
    que yo creo que de las otras no andamos demasiado sobrados desde hace ya 
    bastante tiempo, aunque no es cosa de lamentarlo porque llegó un momento en 
    que, según dicen, había once mil vírgenes, toma nísperos, y yo pienso, Dios 
    me perdone, que llevar la virginidad más allá de la desgana, o es virtud de 
    renunciación o es abrazar el martirio. 
     
    De la vuelta de Antonio Burgos a estas páginas se habrá alegrado también mi 
    hija Laura, la pequeña, la poetisa, la de Bruselas, la del mus y la de la 
    hija chinita, que tiene devoción por las letras de Antonio, sobre todo por 
    las del libro de los gatos, la historia del gato Remo («Gatos sin 
    fronteras»), porque ella tiene una gataza soberbia, presumida y sabia, que 
    se llama Holanda y que le hace regalos. Un día le dejó junto a la cama el 
    obsequio de un pajarillo muerto que había cazado en el jardín, y mi hija 
    escribió un poema emocionante que termina así: «Al verlo, me imagino que he 
    llorado, no por él, ni por mí, sino por miedo a aceptar cierta clase de 
    regalos». 
     
    Y ya que he hablado de vírgenes, contaré que a esta hija Laura, cuando 
    apenas tenía cinco años, que ya era repipi y soleta, tuve que explicarle en 
    versión infantil la circunstancia de la virginidad. «Entonces yo soy 
    virgen». Por la tarde, en el Hipódromo, su madre y yo la vimos correr 
    gritando: «Soy virgen, soy virgen», y miramos hacia otro lado. Un cura de 
    sotana, habitual de las carreras, que estaba junto a nosotros comentó: «Será 
    la única del Hipódromo, incluidas las yeguas». Ya sabes, Laura, dile a tu 
    gata, tal vez virgen, que ha vuelto Antonio. 
  
      
      
      
       
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