Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, sábado 8 de noviembre de 1997

Antonio Burgos

El Cuarteto Yungay debuta en el Florida

 

En nuestra tierra pasan las cosas más raras del mundo. Igual que la feria de Sevilla la inventaron un vasco y un catalán, y hay cuarteteros de Cádiz que se llaman Scapachini, como si fueran tenores de la Scala de Milán en lugar de comparsistas del teatro Falla, el rock andaluz lo inventó un capillita. Tan capillita que hasta dio el pregón de la Semana Santa. Todo fue gracias a los programas cara al público, ¿puedo saludar?, pues saludo a mis padres, que me estarán escuchando... Los programas cara al público eran patrimonio de los anchos dominios de la copla, de las imitadoras de estrellas, de las que cantaban "Madrina" por Marifé y "Cinco farolas" por Juanita, de las que emulaban los quiebros de la voz de Gracia Montes... Todo era dominio de la copla, que entonces no era la copla, sino que se le llamaba "el cuplé", hasta que en los estudios de zócalos de corcho de la vieja Radio Nacional de España de la calle San Pedro Mártir empezó a hacer esos programas un joven locutorcito, inquieto como si en lugar de allí en RNE estuviera en Radio Vida, que era el lugar donde iban todos los inquietos de la época, de Alfonso Eduardo Pérez Orozco a Manuel del Valle, de Claudio Guerin Hill a Manuel Alonso Vicedo, de Lorenzo Ortiz a Maite Burgos, de Romualdo Molina a Eduardo Benítez, progresismo de cine-club a la sombra ignaciana del Padre Linares y al lado de las congregaciones marianas y de la Ciudad de los Muchachos del Padre Trenas, el tío de Pilar Trenas, el jesuita que tenía los pies más grandes del mundo, casi tan grandes como los zapatones de bronce del cercano Daoiz del monumento de la plaza de la Gavidia, donde estaban los calabozos donde tantos inquietos habríamos de acabar por nuestra mala cabeza diez, quince años más tarde, obligados visitantes de Martín el de la Social y de Antonio Juan Creix el jefe superior de Policía.

Aquel joven locutor que llegó a Radio Nacional con inquietudes era José Luis Bustamante. Con su programa "Caravana del disco" empezaría a poner en RNE algo que no fuera diario hablado de las dos y media de la tarde o aquellas increíbles "Piruetas" de Manuel Barrios y Rafael Belmonte, con un humor crítico, como una "Codorniz" andaluza y radiada, que aún no sabemos explicar cómo dejaba pasar la censura. Bustamante, primero con "Caravana del disco" y luego con "Pequeña fiesta" se ganó la audiencia de los que sintonizábamos Radio Vida como la emisora en la onda de nuestras inquietudes, vísperas del Concilio Vaticano II, lecturas de "Literatura siglo XX y Cristianismo", Semanas Sociales en el colegio donde los jesuitas nos explicaban la política social de la Iglesia y la encíclica "Quadragesimo Anno". Bustamante nos atrajo mucho a todos los del colegio. A los inquietorros por la música. Como Jesús Domínguez y Domínguez-Adame tenía una familia muy dada a las moderneces, con un padre que las fomentaba, y absortos íbamos a su casa de la calle Fernán Caballero a contemplar aquella biblioteca con la colección Austral enterita, qué maravilla, pues fue el primero que le compraron una guitarra eléctrica, como fue el primero que dispuso de un tomavistas de 8 milímetros para que hiciéramos, estética Cine Club Vida total, una película con argumento, cuyos rollos pagamos a escote actores, guionistas y encargados de producción, comprándolos en Casa Pinto de La Campana y cuyo montaje fue casi tan desastroso como su rodaje en casa de Carlos Rivera, en la calle Cristóbal de Morales, que era donde aparecía asesinado el sabio de la bata blanca que estaba investigando la bomba atómica, no a modernos, no había quien nos ganara...

Una vez que Jesús Domínguez, que era un artista, que dibujaba magníficamente, tuvo una guitarra eléctrica, lo demás vino rodado. Con Marino Marini en los discos del guateque, había que crear un conjunto. Conectó al punto con Diego Limón de la Oliva, que desde entonces ya estaba organizando negocios, y yo creo que el Cuarteto Yungay, que tal fue el nombre que se le puso, fue el primer conjunto juvenil que tuvo mánayer antes que integrantes. Integrantes que fueron todos del curso: Josele Rojas Marcos, a la batería; Carlos Olmos, al contrabajo, Manolo Fombuena, cantor melódico... Debutó el Yungay en el cine Florida, por todo lo alto. Tras muchos ensayos en casa de Josele, en la calle Conde de Ybarra, el Yungay aspiraba a llevarse el concurso que se había convocado, a ver qué conjunto cantaba mejor "Muchacho", esto es "Guaglione", lo de "anda chiquillo, deja el cigarrillo", que silbábamos mientras esperábamos a la novia en el Santo Angel, en la otra acera siempre que El Feo Maravilloso. El cine Florida estaba de bote en bote, con todos los del curso. Y, lo más valioso, con las niñas más importantes del Valle, de las Irlandesas, de las Esclavas. Las Galnares. en pleno. Y porque eran ya mayores, que, si no, allí que habrían estado Luchi Contreras y hasta La Niña Bombón de Heliópolis...

Ganó, naturalmente, el Yungay, porque a Manolo Fombuena, el que luego fue senador de la UCD, no había quien lo aventajara a cantor melódico, qué voz, cómo prendaba a las niñas... Ni a Carlos Olmos le ganaba nadie con el contrabajo, dum, dum. Ni a Jesús Domínguez Adame, un artista, con el punteo de su guitarra eléctrica. Ni a Josele con la batería, en la que nunca comprendí por qué sobre el platillo ponía una llave de su casa amarrada con una guita, si era un amuleto o un recurso para darle más sonoridad... El Yungay estaba lanzado a la fama, y todo era por obra de José Luis Bustamante. Aquel José Luis Bustamante luego, como José Luis Garrido Bustamante, fue pregonero de la Semana Santa. Aquel Josele Rojas Marcos, como José Luis Rojas Marcos, fue luego el jefe de los loqueros en la ciudad de los locos. El único que no ha cambiado de nombre ha sido Burgos, uno del curso que le ha escrito al Yungay una canción, "Hastío", y que sigue escribiendo canciones, y que seguirá contando cómo sonaba aquello, tan francés, junto a "Blue Moon"...


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