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El Mundo de Andalucía, sábado 10 de mayo de 1997

Antonio Burgos

Con Alfonso Grosso en el Rocío  Ir a la página principal  Más temas del Rocío en El RedCuadro 

                              Leyenda rocianera sobre la cámara de fotos que Grosso perdió en el Rocío

Alfonso Grosso se había metido una vez en la jaula de los leones. Fue en la feria de Sevilla y en el circo del padre de Angel Cristo. Grosso, en la moda del realismo social y sus libros de viajes, paseaba a lo largo del camino andaluz su novela y sus narraciones breves, que ya habían salido reunidas en Seix Barral con el título de "Germinal y otros cuentos", donde venía aquel "Carboneo" con el que ganó el premio Sésamo y, con el Sésamo, la admiración y envidia de todos los que por aquí abajo escribíamos, que veíamos en Alfonso y en su piso de persianas verdes de la calle Marqués de Paradas algo así como un hermano mayor en saber y gobierno de la literatura. Alfonso había ido con su bloc de notas río abajo, aunque tardaría mucho tiempo en publicar "A Poniente del Estrecho". Y aunque tardaría mucho tiempo en publicar "El circo", se había metido junto con Manuel Barrios en la jaula de los leones, que hasta vino la fotografía en la "Hoja del Lunes" y todo.

Bueno, pues yo le eché más valor que Grosso. Porque si Grosso se había metido con Barrios en la jaula de los leones, yo me metí con Grosso en el Rocío. Había que echarle valor, conociendo a Alfonso. Alfonso estaba reinando en la que habría que ser su novela "Con flores a María" y tomaba notas para una especie de "El capirote" con sombrero alancha. Como mi madre ponía casa en el Rocío, junto a la hermandad de Dos Hermanas, lo invité a que viniera. No quiso hacer el viaje con nosotros, que íbamos en autobús de Los Amarillos, por todo lo alto, puesto que la casa la alquilaba mi madre a medias con doña Dolores, la dueña de esa empresa. A mi madre le gustaba llegar al Rocío pronto y venirse de las últimas, de jueves a martes. Así que el jueves ya estábamos allí, con más luz que nadie. En la casa teníamos todas las baterías de los coches de Los Amarillos. Por eso pude contemplar el aterrizaje de Grosso en el Rocío. Llegó el viernes por la tarde,en un autobús que organizaban en un corral de la calle Lanza, donde era muy superior a la media la cantidad de maricones de pamela que iban. El bicho más raro era Alfonso, que iba de escritor itinerante del realismo social, con atuendo de "Memorias de Africa".

Grosso estuvo todo el Rocío como siempre anduvo por la vida, por libre. Estaba en casa, pero no estaba. Dormía allí, y aparecía y desaparecía, siempre con su "chico" por delante: "Chico, voy a ver si encuentro a unos negros que me han dicho que vienen con Gibraleón"... "Chico, te dejo porque me parece que en el cuartelillo de la Guardia Civil saben que estoy en el Rocío y no conviene que te vean conmigo..." Grosso puro de oliva. Como una regadera a veces, genial siempre. Vimos juntos la llegada de las hermandades pobres de los pueblos,con sus blancos cajones del Simpecado, de los que nunca olvidaré la capacidad de imagen de Grosso: "Chico, son como coches fúnebres de niños..." Muy rocieros, lo que se dice muy rocieros, no éramos ninguno de los dos. Estábamos de curiosos impertinentes por los arenales, en el Eucaliptal, por la calle Moguer, a la puerta de la antigua ermita, que aún no habían derribado. Grosso se hacía íntimo amigo de los boyeros, de los que tiraban los cohetes, de los tamborileros. A Grosso le encantaba el personal subalterno del Rocío, y estaba encantado con Antonio "La Coral", el planchista trianero del taller de sastre de mi padre, que en aquellos gloriosos día era capitán general de la casa, organizándolo todo y sacando lo mismo unos tazas de caldo que los palillos para acompañar a las niñas a bailar las sevillanas.

En aquel Rocío sin coches y sin luz, sin teléfono y sin agua, la dueña de la casa que alquilaba mi madre junto a la hermandad de Dos Hermanas y los dominios de los Muñiz Orellana tenía un borrico. Caballeros en ese borrico nos fuimos Grosso y servidor hasta el puente del Ajolí a esperar las carretas de Triana. Debo de tener por alguna carpeta una fotografía de leiquero de pueblo en la que estamos Grosso y este guardia, caballeros los dos sobre aquel borrico, con dos grandes sombreros de palmas, como acemileros de una imposible revolución mexicana, y es cuando hicimos lo que nadie había hecho: ir en burro al Ajolí. Entre los romeros de Triana llegaba el muy rociero José Luis de la Rosa, que nos daba Religión en la Universidad y quien al verme, en aquellos días de final de curso, me dijo con guasa rociera: "Te iba a poner notable, pero con un sobresaliente vas en burro..."

Pero no llegué a ver la procesión de la Blanca Paloma con Grosso, precesión que entonces era el lunes por la mañana y no como ahora, que la Virgen sale en "prime time" de Canal Sur. En una de aquellas tempestades de vino rociero, Grosso perdió una cámara de fotos malísima que llevaba, marca Lowel, que le había prestado su sobrina. Salió de la casa con la máquina y llegó descompuesto sin ella, a buscarla en el cuarto comunal donde dormíamos y donde nos gastaban las bromas propias de la romería, que si pintarnos la cara con un corcho quemado y esas cosas. Cuando Grosso no encentró la máquina que con el vino perdido había sabe Dios por qué autobuses de maricones de la calle Lanza acampados más para allá del Eucaliptal, cogió la perra de que yo le había robado aquella "valiosísima" cámara como de niños. Sin que nadie se lo quitara de la cabeza, desapareció muy enfadado de la casa y ya nunca supimos cómo echó el resto del Rocío. Luego supe que andaba por Sevilla contando que yo le había robado la máquina de su borrachera, máquina que pintaba de Voiglander para arriba. Nos retiramos el saludo y sólo andando los años, los muchos años, nos volvimos a encontrar y me reconoció que la borrachera era tan gorda que no sabía donde había dejado la máquina, pero que algo tenía que decirle a su sobrina. Y es lo que dije al principio. Lo de Barrios metiéndose con él en la jaula de los leones no fue nada. El que le echó valor fue menda, que me fui con Alfonsito Grosso al Rocío.- ANTONIO BURGOS

Leyenda rocianera sobre la cámara de fotos que Grosso perdió en el Rocío

Le agradezco muy sinceramente el interés que ha mostrado por la página que coordino ( http://www.diphuelva.es ) . Es una satisfacción sentirse recomendado por el REDCUADRO. En señal de agradecimiento y a título personal, estoy dispuesto a declarar, si fuera menester, que fui testigo hace unos años de la anécdota que contó el cohetero de la Hermandad del Rocío de Rociana del Condado. Se llamaba Juan del Socorro y, cuando no ejercía estos menesteres pirotécnicos con el Ayuntamiento o las hermandades del pueblo, cuidaba tanto los jardines del Cementerio como los bocoyes de una vecina bodega -cuando hacía frío, por el frío; y, cuando desde mayo apretaban las calores, por el refresco que necesitan todos los hombres del Condado, según su sabio parecer-. Pues bien, el bueno de Juan del Socorro repetía a todo forastero con que se topaba por Rociana si acaso venía buscando una maldita máquina de retratos que un señor que se decía escritor pero que, por sus modos y usanza más parecía escanciador de mollate, se había dejado en el corralón de una casa junto a la Hermandad de Dos Hermanas, en el Rocío de hacía ya un tiempo. Del tal escritor o escanciador, que le importaba un pito su verdadera profesión, no recordaba ni cara ni tipo, tan sólo creía recordar, sin demasiada seguridad, que le llamaban don Alfonso y siempre perdía el compás con las palmas y hasta con una caña que él mismo le prestó, momento en el que el susodicho dejó caer el maldito aparato en la bolsa de tela donde Juan del Socorro llevaba los pertrechos de la cohetería y unas sardinas arenques. Ignoro si los herederos del cohetero seguirán conservando la "Lowel" de Alfonso Grosso. La verdad es que no he vuelto a oir la historia las últimas veces que he estado en Rociana. Un cordial saludo, José Luis Gozálvez gozares@terra.es

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