...Y por la radio, antes de la novela de las
ocho, Ama Rosa, La segunda esposa, seguía sonando Juanito Valderrama con la
dedicatoria de su copla a los marineritos de las dotaciones de la Armada celestial de la
primera comunión, con su pescadora de cordoncillos como la que se ponía Araujo el del
Sevilla solemnemente condecorada con una mancha de chocolate. Pero la copla de Valderrama
era tremendamente feminista. Tanto hablar ahora del machismo de nuestra infancia, pero,
quizá por influencia de la Sección Femenina de Falange, aquellas monjas alféreces como
Pilar Primo de Rivera, con las niñas tenían muchas más consideraciones que con nosotros
los niños. Los juguetes de la niñas no se podían ni comparar con los nuestros. Mientras
nosotros andábamos por los coches de lata con cuerda que se saltaba siempre (¿por qué
se saltaba tanto la cuerda de los coches de lata?), a las niñas les echaban los Reyes
unas cocinitas preciosas para jugar a las casitas y hacernos comiditas, con sus ollas de
porcelana colorada en miniatura. Y nada digo de las muñecas, aquella Mariquita Pérez que
tenía de todo, como la mujer de un estraperlista, o la Gisela que tenía mi hermana, que
venía dentro de un baúl mundo, donde estaban sus perchitas con sus abriguitos, y hasta
su impermeable de plexiglás, qué mágica palabra, plexiglás. Dónde se iba a comprar lo
que cuidaban a las niñas. Además, nunca las enviaban a hacer mandados, como a nosotros:
--Niño, coge el canasto y
llégate a por una botella de cerveza para tu padre...
Y en la primera comunión,
igual. Hasta el mismo Juanito Valderrama, haciendo caso omiso a los batallones de
marinería de comulgantes y a los escuadrones de desembarco con el lazo de motivos
eucarísticos puesto en el brazo como unos galones de cabo, le dedicaba su copla a las
niñas y no a los niños: ": Mi niña ya está tomando la primera
comunión..." Y decía una verdad como el mismo templo donde había
empezado el día más feliz de mi vida. Decía que su niña iba lo mismito que una
novia. Qué España más castrense, con el espíritu militar más dentro de los
tuétanos... A las niñas las vestían de novias y a nosotros nos estampillaban de
marineros, hala, movilizados todos para la mitología falangista del hundimiento del Baleares
mientras sonaba en la cubierta que se iba hundiendo, Titanic imperial, la pegajosa
melodía del Cara al Sol. Al que no era movilizado para la Armada a lo Divino, lo
vestían de caballero de Santiago, con su pedazo de cruz roja al pecho, y no por nada,
sino porque la de Santiago era una orden militar.
Las niñas iban por lo civil,
de novias en pequeñito, y siempre envidiábamos de ellas la limosnera. La limosnera era
tan importante o más que el velo de tul, o que el rosario de doradas cuentas, o que el
libro de pastas de nácar, con dos broches que eran como los aldabones almohades de la
Puerta del Perdón de la Catedral. No sabíamos por qué con las niñas, cuando las
vestían de tiros largos, siempre tenían tan en cuenta el dinero. Cuando se vestían de
gitanas, debajo de la de la falda de lunares del traje y encima de la enagua de tarlatana
llevaban una faltriquera para guardar el dinero. La faltriquera donde se guardaban el
dinero para montarse en los cochecitos locos de la calle del Infierno y para entrar en el
laberinto de los espejos, y para ver a los catetos dar vueltas en el tubo de la risa no se
les veía debajo del traje de gitana. Pero de primera comunión, bien visible y de encajes
y encañonados que llevaban la limosnera, ay, estas mujeres siempre pidiendo, desde
chiquetitas. Pero lo pasaban peor que nosotros, porque las niñas pedían más que los
niños en la Primera Comunión. A nosotros nos dejaban luego corretear. jugar con el
balón de badana que nos habían regalado, estrenar el tren de cuerda. Pero a ellas, las
pobres, cuando terminaba el desayuno, en el que no sé por qué ellas nunca se
condecoraban de chocolate, claro, como eran civiles y no marineras... Cuando terminaba el
desayuno, a las niñas me las cogían a las pobres y me las llevaban de visita de casa en
casa de todos los parientes lejanos, vecinos y conocidos. Decían que era para repartir
estampas, aquellas estampas de El Rosario de Oro, de Pascual Lázaro, con el San Juanito o
con unos ángeles de Murillo. En verdad era porque había que llenar la limosnera. Las
niñas, vestiditas de novia, tenían aquella luna de miel con las pesetas rubias; el real
del escudo de la Falange y el agujerito enmedio; los dos reales con el agujerito, pero ya
sin escudo de Falange; los diez reales que les decían Puchades, el del Valencia, porque
eran un medio duro; quizá un billete de cinco pesetas con el retrato del Séneca o
con Colón y los Reyes Católicos, hay que ver lo que salían los Reyes Católicos en los
billetes, y la Reina Isabel siempre se parecía a Ana Mariscal... Las niñas, con la
limosnera llena, acababan muertas. Y como en un día no daba tiempo recorrer todo el
pueblo, a las pobres me las vestían otra vez al domingo siguiente, entre llantos:
--- Pues por mucho que llores,
tenemos que ir a ver a Jesusita la del Colorao, y a Josefita Gómez, y a tu tío Norberto,
que como no vayamos a verlo a darle la estampa se va a enfadar con nosotros y va a decir
lo de siempre, que hay que ver, que somos unos descastados...
Por eso la niña finalmente
descansaba cuando un día, decía la madre:
-- Niña, recuérdame que el
jueves, cuando venga la costurera, te corte el traje de primera comunión para que te
quede de vestido de los domingos.
Y como había entrado
gozosamente el verano de albercas y películas de Silvana Mangano, ya iban siempre los
domingos a misa de diez con aquellos vestidos blancos de organdí que nos hacían recordar
lo negro que se le puso el limosnero a Maruja, de meter tantas pesetas rubias, porque los
tíos de Maruja eran todos riquísimos...