En los lustros finales
de este siglo XX que acaba ha habido tal abuso de la denominación de origen de "día
histórico" para tantos acontecimientos, que ni siquiera los historiadores
profesionales se acuerdan de estos mal llamados días históricos. Una prueba: ¿usted
recuerda qué "día histórico" se celebró el 6-D de 1978? Pues fue el que
llamaron entonces "día histórico" los editoriales de los periódicos y los
comentarios de la radio tras haberse celebrado el referéndum de la Constitución. ¿Y
usted sabe qué "día histórico" se celebró el 3-A de 1979, hace ya veinte
años? Aunque veinte años no es nada, que dice el tango, es menos todavía sin
consideramos el hecho de que nadie recuerda como "día histórico" el entonces
calificado de tal, al celebrarse en dicha fecha las primeras elecciones municipales
democráticas tras la victoriosa sublevación del (nada) Glorioso Movimiento Nacional
contra la II República. Ya teníamos una democracia, la del "Habla, pueblo,
habla", teníamos aún una sopa de letras de partidos, teníamos una Constitución,
teníamos unas segundas elecciones generales democráticas celebradas el 1 de marzo de
1979, que habían dado un segundo triunfo a la UCD, que seguía gobernando con Adolfo
Suárez, como la minoría más numerosa, lo que, en nuestra inexperiencia parlamentaria,
sonaba tan insólito como el más alto de Los Enanitos Toreros.
Las elecciones municipales se
presentaban en la democracia con un gran prestigio histórico. Nadie olvidaba, y entonces
menos, que unas simples elecciones municipales pusieron al Rey Don Alfonso XIII en
Cartagena y trajeron la II República. Esta vez no se trataba de cambiar el régimen por
medio de las municipales, pero sí de que la izquierda conquistara el poder.
-- ¿Te acuerdas cuando todos
éramos de izquierda?
Sí, qué tiempos aquellos.
Todos los que ahora están en el centro, centro socialdemócrata, centro reformista,
centro multiusos, estaban entonces en la izquierda. En el centro estaba la derecha, los
recuelos del franquismo. La UCD.
-- Uy, qué antigüedad, la
UCD...
Más antigua que el corte de
pelo a navaja de Adolfo Suárez, más antigua que nombres de los que ya nadie se acuerda
como Fernando Abril Martorell... Y como todos éramos de izquierdas, que el que no era
comunista es porque era maoísta, había que votar a la izquierda para que ya que no el
gobierno de Madrid, el ayuntamiento de la ciudad fuera tomado por los nuestros. La
conquista de los ayuntamientos se planteó como la toma del Palacio de Invierno de una
revolución a la portuguesa, con ruptura y con claveles, que aquí nunca se produjo.
Franco había muerto en la cama, las huelgas generales revolucionarias convocadas por el
PCE no habían servido de nada, Comisiones Obreras no tenía tanta fuerza como decían en
Radio Pirenaica, y el desfile de la Victoria de la Democracia lo encabezaban los que no
habían hecho la guerra contra la dictadura de Franco: la UCD y el PSOE. Pero quedaba algo
del espíritu combativo de aquellos años del trenka, de "Triunfo" bajo el
brazo", de la lámina del "Guernica" en la salita del primer piso de
casados o del último cuarto de estudiantes. Quedaba el Espíritu de la Izquierda, cuando
la izquierda aún era una ilusión y no una idea pasada de moda por el desfile de modelos
de Derribo del Muro de Berlín. El PSOE era marxista de pata negra, y el PSP era
socialista y encima autogestionario, y el PCE era carrillista y defendía el centralismo
democrático, y aún estaban alzadas las rojas banderas de Bandera Roja, del Partido de
los Trabajadores de España, del Movimiento Comunista, que hacía unos carteles preciosos
para perder con mucho espíritu revolucionario las elecciones burguesas que el modelo
reformista habían traído.
Así pudo darse aquello que
hoy sería impensable: el Pacto de la Izquierda. Las primeras elecciones municipales, en
la aritmética de la democracia burguesa, las había ganado la UCD. Pero como eso era el
reformismo de la democracia formal, y entonces todos estaban con los recuerdos de aquel
Chile de Allende o de aquel Portugal de Salazar que nunca fuimos, sobre la mala conciencia
de las autoproclamadas fuerzas progresistas se firmó el pacto de la izquierda municipal.
Y el que apenas sabía de las obras de Marx se encontró con la Policía Municipal
cuadrándose a sus órdenes, léase Julio Anguita en Córdoba. Y el que apenas sabía del
convenio colectivo del sector de la Vid se encontró de alcalde de Jerez, léase Pedro
Pacheco. Y el que los ayuntamientos se los conocía como profesor de Derecho
Administrativo, se encontró sentado en el sillón de alcalde, léase Luis Uruñuela en
Sevilla.
Claro que de aquellos
ayuntamientos democráticos salió lo que nadie pensaba. Los ayuntamientos, para el PCE,
eran una oportunidad de hacer la soñada política de masas y capas populares. Para el
PSOE eran algo más efectivo. En la pizarra de Suresnes estaba escrito que con Narcís
Serra de alcalde en Barcelona y con Enrique Tierno de alcalde en Madrid le sería más
fácil a Felipe González llegar a presidente en la Moncloa. Lo que inevitablemente
ocurrió apenas tres años más tarde.
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