El Recuadro

El Mundo de Andalucía, lunes  2 de febrero de 1998

A Soledad Becerril, con orgullo 

 

Junto a la iglesia del Sagrario, el técnico de televisión guardaba en un maletón su cámara y sus archiperres, y otro venía, como en maniobras del Regimiento de Ingenieros número 2, el que mandó como coronel el padre de Luis Cernuda, enrollando los hilos del cableado que en un dos por tres habían hecho de toda la avenida, de la Catedral, de la Plaza Nueva, de la Puerta Jerez. Era el sábado, hacia las diez de la noche, y por los arbotantes de la Catedral aún resonaban las palabras de Soledad Becerril que los altavoces trajeron desde la "Plaza Nueva, Plaza Nueva, plaza vieja para mí"... Cómo ha estado Soledad en estos días... Ayer por la mañana marqué el teléfono de su casa, pero me salió un fax; qué ordinariez, Rafael Atienza, tener un fax enchufado en la casa, no me esperaba esto de ti. Así que le diré con recado de escribir y aquí delante de la parroquia lo que iba a decirle en privado, tu fax tiene la culpa, Rafael Atienza:

--- Soledad, hija, te llamo para dos cosas. Una, para darte el pésame por el asesinato de Alberto y de Asen, que con todo lo que has tenido en estos días no me parecía bien importunarte con algo que ya sabías. Lo segundo, para decirte lo que querrán expresarte muchos sevillanos, Sole: que estoy muy orgulloso de tener una alcaldesa como tú y que, aunque haya sido doloroso el trance, España entera se haya enterado por fin de la alcaldesa que los sevillanos nos hemos dado. Nunca hemos podido estar mejor representados. Hacías en cada momento justamente lo que los sevillanos queríamos que hicieras. Ni más ni menos, como la filacteria de Valdés Leal que descubrimos en el Rafael Alberti de A la pintura. No está mal traído esto de Valdés Leal, porque tú nos has ayudado a los sevillanos a que pintemos colectivamente este terrible cuadro de las postrimerías, donde no ha habido un arzobispo muerto, sino un Carlos Amigo Vallejo que nos ha demostrado que hay una Iglesia de esperanzas que, gracias a ese Dios en el que Setién no cree, es otra cosa que la complicidad con los asesinos de Alberto.

Antes de que nos echáramos a los silencios de la calle San Fernando, a los silencios de la Puerta Jerez, a los silencios impresionantes de la Avenida ( aquella avenida del Silencio Verde de la Macarena cuando los veinticinco años de la Coronación); antes de tus palabras desde el balcón con los versos de Juan Sierra que recitara Alberto, me sorprendió tu temple. Al que, en su momento justo, has puesto lágrimas. Perteneces, Sole, a una clase social que ha sido educada para contener sus sentimientos, para no expresarlos en público. Para no llorar. Pero tú has llorado cuando el corazón te dijo que lloraras. No llorabas por ti solamente. Tus lágrimas eran las de toda la ciudad. Si siempre democráticamente nos representas a todos los sevillanos, te hayan votado o no, con tus lágrimas te has ganado la representación de los sentimientos de todos los sevillanos. Hayamos llorado o no.

Has sabido estar a la altura de Sevilla, eso que no se aprende en los libros, eso que no viene en los tratados de ciencia política. ¿Quién le ha dado al sevillano ese manual de perfecciones que es su profundo y espontáneo sentido del saber estar? ¿Te has fijado, Soledad, cómo la gente ha sabido estar en estas difíciles horas? Nadie convocó en la Plaza Nueva, tu bando vino mucho después; nadie dijo que le diéramos a Alberto y a Asen el homenaje de aquel silencio como de estar viendo pasar el Silencio... Y al par de esta aflicción, lo que no se ha dicho: la perfecta improvisación de la logística del dolor. Hasta cada silla del crucero de la Catedral tenía una cédula con el nombre de quién debía sentarse en ella. Todo organizado al detalle, y como aquí hacemos las cosas, sin que se note que las estamos haciendo. En nuestro tradicional arte de las improvisaciones, ha sido impresionante esta arquitectura efímera del dolor de Sevilla. (Y dile a Rafael que quite esa ordinariez del fax, Sole. Perdón si te he puesto colorada en público; el fax de Atienza ha tenido la culpa...)


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