El Recuadro

El Mundo de Andalucía, Miércoles  Santo,  8 de abril de 1998

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Cruz de guía y estandarte de la Hermandad de San Pedro

La vida en un crespón negro

 Otro nazareno con los catorce años recién cumplidos irá en el primer tramo de Cristo donde saliste por vez primera con un cirio, una túnica, un antifaz y un cinturón de esparto amarillo. Otro nazareno con novia llevará una vara junto al pendón del Cristo, ahora una vara plateada y con contera de goma para que no suene, no como aquellas nuestras humildes varas de cofradía de barrio, un palo barnizado y la galleta de metal, y el remate metálico que nos gustaba hacer sonar sobre los adoquines de la calle Imagen cuando acabábamos de salir, como marcando un paso de horquilla de cargadores gaditanos. Otro nazareno, sin macho en el antifaz, irá con sus guantes negros cogiendo la manigueta del Cristo, tu misma manigueta, en un canasto que ensancharon para que armonizara mejor con el Crucificado más antiguo de la Semana Santa de Sevilla.

Y pasará, seria y triste, la hermandad, con su estilo de siempre, que el corto cuerpo de nazarenos, a Dios gracias, parece que mantiene más vivos todavía tantos y tantos recuerdos. Pasará aquel estandarte que aún tiene prendida la medalla de cuando las cofradías de Sevilla, el Año Santo de 1950, fueron a Roma ver a Pío XII, y hasta el paso de la Amargura quiso llevar Luis Ortiz Muñoz, para que entrara por esa plaza de San Pedro la gracia sevillana de un palio. Ese estandarte era el que sacábamos el Sábado Santo, en la representación del Santo Entierro, Angel, Manolo y yo, solamente tres íbamos, y como la iglesia estaba muy lejos, lo guardábamos en el soberado de casa hasta el día del Corpus, que venía un mandadero de la hermandad a recogerlo para la procesión cuando ya estaba el romero echado por la cale...

Pasará la hermandad, pasará un trozo de tu vida. Conoces la mirada de la Virgen porque tu madre la tenía debajo del cristal en la mesilla de noche, bajo el plato de jazmines del verano, Conoces el perfil del Cristo porque cuando te casaste la hermandad te regaló un cuadro que aún conservas, con la firma del secretario y el visto bueno del hermano mayor. Y quieras que no quieras, pensarás en el hermano que este año, por vez primera, no irá en la presidencia de la Virgen, el que lo fue todo en la hermandad, el que cogió una humilde cofradía de barrio y entre las principales que la puso. Su nombre te sonará en el recuerdo cuando veas ahora el guión de la juventud, y te acuerdes que él fue quien buscó el dinero para pagarlo y hacer otro tramo más, que la cofradía iba creciendo, Te acordarás de su nombre, de su energía en los cabildos generales, de sus horas de trabajo limpiando la plata en aquel cuartito del hueco de la escalera de la torre, cuando pase ese juego de varas de insignia, la pértiga, los ciriales, esos acólitos que van delante del Cristo y que él empezó a sacar, a la usanza del Gran Poder, con una chorte de sobrinillos. Como los servidores de librea, tan solemnes, como todo cuanto ahora empezará a pasar en el cuerpo de nazarenos del paso de Virgen, él era de la Virgen y se le notaba, todo se le iba en cuidar las insignias y el paso de la Madre de Dios, para tristeza de nosotros, los cristeros. Y cuando llegue el palio, de tu nombre te irás acordando cuando veas esos candelabros de cola único, el manto de cuyos bordados viste la primera puntada aquella mañana en que la mujer del hermano mayor se sentó en la silla de enea, e iluminó el taller el flash que hizo aquella fotografía donde estás junto a tu padre, con un abriguito gris y las primeras gafas colegiales.

Y todo será lo mismo. Y, acordándote de su nombre, viendo tu cofradía, tendrás la exacta visión de la grandeza que encierra el paso de una hermandad. Cuando él llegó, otros ya se habían ido, como él ahora se fue, y la cofradía siguió saliendo cada Miércoles Santo. El ya se ha ido, y la cofradía sigue, porque sigue esta vida de Sevilla que hemos dado en llamar Semana Santa. Y en ese crespón negro por Eulogio Castañeda en los varales de la Madre de Dios de la Palma verás que va prendida este año la eterna metáfora cofradiera de la vida.


 

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