El Recuadro

El Mundo de Andalucía,  lunes 13 de abril de 1998

Curro, en la plaza de Sevilla, tras cruzar la calle Iris
Curro Romero, en la plaza de Sevilla; detrás de su muleta, Gonzalito, el mozo de espadas (Foto Pozo Boje)

Calle Iris 

Escribo en este segundo Domingo de Ramos que tiene Sevilla, porque el calendario está empeñado en no estropearnos lo que solemos pensar de los duales de la ciudad, de los dobletes de la ciudad, de las colleras de la ciudad, de los enchampelamientos de la ciudad. El Domingo de Resurrección no quiere que dejemos de pensar que en esta ciudad tan luminosa todo tiene su sombra, su negativo, su contraste, su pareja. Como hemos quedado que esto es el paraíso, ocurre como en el terrenal, donde Dios pensó que no era bueno que el hombre estuviera solo, y creó a la mujer. Dioses del paraíso, todos creemos que no es bueno que nada esté solo, y por eso creamos inmediatamente la pareja, el contrario, la oposición. El barroco sevillano todo lo llena y maciza inmediatamente. Y del mismo modo que había pregón de la Semana Santa, tenía que haber pregón taurino, para que el pregón no esté solo en esta ciudad que tiene más pregones ya que azahar en los naranjos. Claro que como tampoco es bueno que el azahar esté solo en los árboles, la ciudad está bella en las blancas acacias en flor, en esas acacias nuevas de colores de capote de torero o de capa de canónigo que han plantado.

Escribo, pues, en este segundo Domingo de Ramos, en el Domingo de Ramos por lo civil que es el de Resurrección. Horas antes de que, en los dobletes, cambiemos las ramas de olivos por los ramitos de romero. A Sevilla no le entra el cuerpo en caja hasta que ve al primer nazareno ni acaba de entrarle la primavera en su sitio hasta que no ve por la Puerta Larená el primer coche de cuadrillas, camino de la calle Iris. Esta mañana la he visto, vacía, como el otro domingo, hace una semana, se veía temprano la rampla del Salvador esperando zapatos nuevos de los niños. El Domingo de Resurrección, por esta calle Iris, la ciudad escribe su dicho religioso al profano modo. Si el Domingo de Ramos el que no estrena, no tiene manos, el Domingo de Resurrección, el que no va a los toros no sabe lo que es la perfección. He visto esta mañana esa calle, breve donde las haya, que va de la calle Antonia Díaz a la calle Circo. Para que digan que la fiesta de los toros no tiene raíces romanas. A los tendidos de sol de la plaza de Sevilla se entra por las puertas que dan a una calle que se llama Adriano. La calle que le da la vuelta a la plaza de los toros de Sevilla se llama Circo. No hace falta añadir romano porque los sevillanos repiten los tiros de su cultura. Esa calle de donde arranca Iris, Antonia Díaz, se llamaba antes la calle del Ancora. Del ancla. Que es como ponerle en Sevilla una calle a los nazarenos de la Esperanza de Triana. Levan anclas de la primavera esta tarde las banderas de la plaza en la calle del Ancora, cuando llegan los coches de cuadrilla. También allí, como si fuera a salir, entrando en la plaza, una cofradía hay bulla. La bulla de la esquina de la calle Iris esperando a los toreros, las ramitas de romero en la mano, parece como la última bulla de la Semana Santa, una bulla que se hubiera desgajado de la salida de la Carretería, hace tan pocas horas...

Y todos esperan al mismo mito de la ciudad. Será quizá el primero en llegar. Con sus leales, representados en la guayabera blanca de Gonzalito. Cambian hasta las cuadrillas, pero él no cambia. Jubiló escalafones enteros de toreros, hasta los que fueron sus banderilleros cobran la pensión, y él, con el rito de cada Domingo de Resurrección, llega a esa esquina de la calle del Ancora y coge el túnel de las palmadas en el hombro y las palabras de ánimo, con los mismo apresurados, alados pies de Mercurio de la primavera. ¿Cuántas veces, cuántos Domingos de Resurrección, ha cruzado este hombre este calle? Nunca nadie cruzó tantas veces la misma calle con tanto rito y tanto mito... La ciudad lo quiere con predilección porque es el novio que todas las primaveras le ronda la certeza de la calle Iris. Dicen que esa calle debería llevar su nombre y yo también lo creo. Su calle ya no es una calle Iris cualquiera, es la calle que cada Domingo de Resurrección nos lleva a la certeza de la plenitud de la primavera.


 

Volver a la página principal de El RedCuadro Regresar a la pagina principal