No tengo el gusto de conocer al fiscal del
Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, pero con todo respeto le informo que le debo
una convidá, por cuanto me da ganado el jornal de hoy con su valiente postura sobre El
Cobrador del Frac, El Monasterio del Cobro, El Cobrador de Blanco, La Cruz del Moroso, El
Cobrador de Guantes Blancos y quienes se dedican a presentar la dolorosa por métodos
coactivos a quienes deben hasta de callarse. La Fiscalía del TSJA quiere ilegalizar estas
empresas como autoras de delitos continuados, cual el escándalo que le dan al pobre
hombre que las está pasando moradas y no puede pagar las letras del coche, y que vaya
donde vaya se ve seguido por un señor vestido de frac con un maletín en la mano. O la
coacción que ejerce un fraile apostado, noche y día, a la puerta de la viuda que no
acabó de pagar la amotillo que le regaló a su nieto. No lo digo por nada, sino por la
fama de ligera de cascos que la honorable viuda puede coger entre la vecindad, pues
creerán que está liada con un fraile que le ronda la calle.
Aunque sea como llevar polvorones a Estepa, me apresuro a ofrecer, ya que aún no la
convidada prometida, sí al menos argumentos al ilustrísimo señor fiscal. Yo, señor
fiscal, prohibiría los Cobradores del Frac, pero no por el lado que dice esa asociación
de afectados que no pagan ni quemados. Los prohibiría porque cuando veo a un Cobrador del
Frac apostado en una casa, no pienso en lo tieso que está quien allí vive, sino en lo
desesperado que tiene que estar el pobre hombre que para buscarse las habichuelas se tiene
que dedicar a ser cobrador del frac, vestido de mamarracho todo el día y expuesto a que
un gracioso le parta la cara. En esta Andalucía donde los cocheros de punto no se quieren
poner el uniforme que les regaló el Ayuntamiento, donde los curas van sin sotana y los
militares acuden al cuartel vestidos de paisano, los únicos de uniforme son ya los
cobradores del frac y los monjes del cobro. Por la dignidad del trabajo de estos hombres
había que ilegalizar esa actividad, señor fiscal. No piense sólo en los derechos del
mal pagador: defienda los del buen cobrador.
Y luego, el aspecto cultural del asunto. No pagar forma parte de la cultura andaluza.
De nuestras raíces romanas. ¿Ha visto usía ilustrísima cómo llaman a la pizarra de
las deudas en los bares? La lápida. ¿Habrá algo más clásico y más romano que una
lápida? En otros lugares dedican lápidas a los hombres ilustres, a los acontecimientos
históricos. Aquí en las lápidas figuran con todos los honores los caídos en los
combates de los mostradores, en batallas de blanco peleón o de tinto con agua. Eso, en
las clases populares. Que en cuanto a las dominantes, el señorito andaluz tenía a gala
no pagar hasta que recogiera el trigo o cortara el corcho. En la cultura señorial, era de
mal gusto pagar. Hasta el punto que el arquetipo del señorito, Miguel de Mañara, cuando
decidió acabar su vida de crápula, sentar cabeza y hacerse santo, pagó todas sus
deudas. El insólito gesto está recogido ahora como virtud heroica en su proceso de
beatificación.
Y finalmente, por el honor de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Que
salían sus ilustrísimos académicos de una junta pública y solemne vestidos de frac y
alguien que los vio dijo:
-- Ojú, lo que tiene que deber este tío... Fíjate la cantidad de cobradores del frac
que salen de esa casa...