Un
fiel lector, que suele mandarme matitas de romero por algunos
artículos y me tira almohadillas por otros, lo que suelo
agradecerle más que los elogios, me envía de aguilando desde
la Costa del Sol la quinta edición del ya clásico
"Vocabulario popular malagueño" de Juan Cepas. El
generoso envío me da hecho el artículo del día de los
Inocentes, con lo cual me libra de tener que cumplir con el rito
de la vieja costumbre de la prensa andaluza en el 28 de
diciembre, entre otras cosas porque del mismo modo que todo el
año es Carnaval, todo el año es Día de los Inocentes, hay
noticias durante todo el año que parecen inocentadas
periodísticas antiguas. Verbigracia: el peaje de la autopista
de Cádiz. Todos los días quitan el peaje de la autopista de
Cádiz en las declaraciones de los políticos a los periódicos,
pero cuando llega uno con el coche al Cerro del Fantasma o al
cruce de La Cartuja de Jerez, allá que sigue la maquinita. Y
quien dice el peaje de la autopista dice la presa de Melonares.
Tantas veces hemos leído que la presa de Melonares está al
caer, que parece que en otro lugar del periódico hasta
pudiéramos leer por qué porcentaje anda el nivel de sus
reservas con vistas a la próxima sequía. Y quien dice el peaje
de la autopista o la presa de Melonares, dice el Ave a Málaga,
que es la inocentada que se tiran de vez en cuando, sea 28 de
diciembre o no, entre Celia Villalobos, Manuel Chaves y el
ministro Arias Salgado.
Me
libro de la inocentada ritual gracias al libro de Juan Cepas,
que me llega justo el día en que sale la noticia de que ha
aparecido otro estudio del habla "jaenesa" (¿jaenesa
o jaenera?), escrito por el profesor Ignacio Ahumada. Viene la
noticia del libro de Ahumada precisamente en este periódico,
que trae encartado el fascículo coleccionable del
"Vocabulario andaluz", el clásico de Antonio Alcalá
Venceslada. Y viene el libro de Ahumada cuando "El habla de
Cádiz" de Pedro Payán Sotomayor tiene ya casi tantas
ediciones como años la ciudad cuyas expresiones y voces
refleja. Navegando por el trasmallo de la bahía andaluza de
Internet me he encontrado repertorios de hablas locales tan
interesantes como estos libros. He encontrado, por ejemplo, el
habla de Cabra, o incluso la curiosa habla de La Línea de la
Concepción, que castellaniza tantas voces inglesas del otro
lado de la verja del Peñón.
Saco
en conclusión que hay una saludable floración de estudios
sobre las hablas locales, en los que, a diferencia de lo que
ocurría en otro tiempo, no son ajenas las Universidades
andaluzas. En las Universidades andaluzas, antes, se podía
estudiar, ¿qué digo yo?, sánscrito, mientras se despreciaba
tan científica como olímpicamente el tesoro de la lengua viva
que se hablaba en las calles donde estaba esa Universidad. Como
siempre, en el orgullo por la reivindicación de nuestras señas
de identidad expresiva, los intelectuales o el pueblo van por
delante de las instituciones políticas. En el Estatuto Andaluz
hay un mandato sobre las hablas andaluzas que ojalá se
cumpliera con la devoción con que estos estudios locales sacan
las recopilaciones lexicográficas de sus ciudades o de sus
pueblos.
Porque
a veces el desprecio por nuestra habla es tal en los medios
públicos de radiodifusión y televisión andaluces, que si
oyéramos a alguien en el telediario de Canal Sur hablando en
andaluz con el orgullo de Antonio García Barbeito nos
creeríamos que era una inocentada.