Está
usted entrando en un artículo nostálgico, que puede herir la
sensibilidad de los recuerdos. Así que si no quieren pasar un
mal trago, pueden pasar esta página, o al menos esta
esquinita de la Quinta de Andalucía y dedicar su tiempo a la
lectura de informaciones más útiles y Por ejemplo, el
número premiado ayer en el sorteo de la ONCE, que es una de
las pocas cosas de las que informan los periódicos y ante las
que está todo el mundo de acuerdo.
La
nostalgia viene porque ni la disciplina inglesa es ya lo que
era. La disciplina inglesa sólo va a quedar a este paso para
la publicidad de las estrictas gobernantas de traje de cuero y
látigo de película porno de viernes de Canal Sur en los
anuncios por palabras equívocos del putañeo consentido de
las casas de masaje. Los padres ingleses que, fieles a la
tradición de una sociedad basada en los azotes escolares, les
peguen a sus hijos con el cinturón o la zapatilla, pueden
acabar en la cárcel. El gobierno laborista quiere acabar con
los castigos corporales a los niños, que allí tiene que ser
tan revolucionario como si de golpe decidieran que los coches
se pusieran a circular por la derecha, como Dios manda, y
entraran en el euro, como todo hijo de vecino de una nación
de la Unión Europea.
Solemos
tener un complejo de inferioridad absurdo frente a los
ingleses, y que conste que no voy a pedir que nos devuelvan el
Peñón; por mí que se metan el Peñón por donde les quepa.
Digo que sentimos un complejo de inferioridad absurdo ante los
ingleses, porque nosotros tenemos tradiciones mucho más
antiguas que las suyas, lo que ocurre es que les damos menos
importancia, y somos menos catetos que ellos. La máxima
expresión del catetismo de los ingleses es el abriguito y el
bolsito de la Reina Isabel II, ¿a que parece una solterona
antigua de pueblo andaluz que va a la novena de la Patrona?
Los ingleses arman la revolución laborista porque acaban con
la cruel tradición del vejigazo con el cinturón del padre
autoritario al hijo díscolo, cuando aquí hace ya
generaciones que terminamos con nuestra barbaridad análoga:
la correa. Aquí el cinturón del padre dejaba de ser
cinturón para convertirse en correa para los hijos,
displinantes obligados en la estricta observancia de la
veneración al paterfamilias. Las madres, pobrecitas, temían
todavía más que los hijos el terrible cinturón convertido
en correa:
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Niños, no seáis malos, porque va a llegar vuestro padre, se
va a quitar la correa y...
La
correa del padre era la amenaza ante las malas notas del
colegio, ante la trastada del cristal de la ventana roto
jugando a la pelota en el patio. La autoridad del padre se
basaba en la correa, y así les fue a muchos padres y a muchos
hijos. Cuando se acabó la dictadura de la correa afloró todo
lo que tenía que aflorar. Hace décadas que no hay padre que
se quite la correa, sino que más bien tiene que aflojársela,
y bajarse los pantalones antes las horas de regreso en la
noche (el alba más bien) del fin de semana, la compra de la
moto, el noviazgo con esa niña y otras habituales tragedias
familiares de nuestro tiempo. España sí que ha avanzado, y
que no me vengan con cuentos de lo civilizados que son los
ingleses, que están todavía por el guantazo como forma de
educación y la bofetada como ejemplo familiar. Tanto hemos
avanzado, que antes los padres se quitaban la correa para
pegar a los hijos. Y anda que ahora no tienen que tener correa
ni nada los padres para consentir la dictadura de los hijos...