Esto, en realidad,
no es un artículo. Esto es, en verdad, una reconciliación
con un artista andaluz. Un pintor. Un pintor del que muchas
cosas de las que vi no me gustaron absolutamente nada. Hasta
el punto de que, cuando pintó los frescos de la Cámara de
Comercio de Sevilla, dije que sus representaciones de los
dioses de nuestra mitología grecolatina me parecían figuras
de la pintura de las barracas de feria. Monigotes del tren de
los escobazos, concretamente. Y más de un escobazo fue lo que
me llevé de los villaltistas de la parte del Estrecho y de la
Cuna de la Libertad, por haberme atrevido a decir tal de una
gloria andaluza como Guillermo Pérez Villalta.
Es más: creo que
nunca haya llegado nadie hasta el recuadro tan recomendado
como ahora viene Pérez Villalta. Durante meses y meses ha
sido su valedor ante estas lineas un amigo común, un
filósofo del viento, un genial narrador popular, un andaluz
que sabe latín: Juan Luis Muñoz, "Juan Luis el de
Tarifa" por antonomasia, lanzado por Jesús Quintero a la
inmarcesible gloria de la galería de personajes populares
andaluces ante cuyo ingenio hay que ir a Padilla Crespo
urgentemente a comprarse un sombrero, para descubrirse ante
ellos. Muchas veces, en su restaurante de la calle San
Francisco de Tarifa, me ha dicho Juan Luis:
-- Mira, te voy a
sentar en la mesa que siempre le tengo reservada a Guillermo
Pérez Villalta, para ver si no te metes más con él, hombre,
que es un grandísimo artista y que él nunca te dice que tú
tienes nombre de queso, Burgos...
La otra mañana de
luto, en el Ave, cuando íbamos para los funerales de Reino
por Doña María en El Escorial, me encontré con el Conde de
Luna (que se escribe Conde de Luna y se pronuncia Manolo
Roca), el teniente de hermano mayor de la Real Maestranza, y
me dijo:
-- Tengo miedo de
lo que digas del cartel de la feria, que este año se lo hemos
encargado a Pérez Villalta...
Pues no tenga
vuecencia miedo, señor teniente que gobierna la Maestranza en
nombre de Su Majestad, y tranquilo, oh genial Juan Luis de
Tarifa, porque la contemplación de ese cartel para anunciar
la feria taurina de Sevilla me ha reconciliado con la pintura
de Pérez Villalta. Me ha convencido más que ese anuncio
contra la anorexia que fue e cartel del picador gordo de
Botero. Mucho más que el de Eduardo Arroyo. Los aficionados a
la fiesta no le pondrán un pero, como aquella vez que
largaron (y con razón) porque los carteles de Sevilla se
anunciaban con un toro que echaba las manos por delante. Del
cartel de Pérez Villalta me convencido lo que tiene de
ejercicio de humildad en el oficio sobrado del artista.
¿Podría haber pintado Pérez Villalta un Pérez Villalta
autentico y legítimo como cartel taurino de Sevilla? Era lo
fácil. A lo que no renunció Botero, que pintó un Botero.
Pérez Villalta sabe que Sevilla es una escuela de silencios y
se ha aprendido bien esa lección. Ha servido al cartel y no
se ha servido del cartel. ¿Qué es lo importante, la plaza de
los toros? Pues eso es el cartel de Pérez Villalta: la plaza
de los toros. Y que conste, Guillermo, que lo digo de
corazón, no de recomendado de Juan Luis, no de mimado del
teniente... Esta vez, Pérez Villalta, le has (nos has) pegado
un escobazo a los que creían (creíamos) que ibas a pegar el
petardo con el cartel taurino...