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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, miércoles 29 de marzo del 2000


Herreriana

Yo me llevaba muy malamente, pero tela de malamente, con Carlos Herrera. Nos pegábamos unos Viajes Marsans despellejadores de columna a columna que temblaba el misterio de Elche. Hasta que el Herrera, más inteligente que servidor, me mandó un propio para decirme que, total, si los dos pagamos el IVA (Impuesto por Vecindad en Andalucía) y ejercemos en la Corte sin movernos de la tierra, y tenemos amores comunes como Sevilla, su Semana Santa, la copla y el Carnaval de Cádiz, ¿por qué no hacemos las paces, picha, en esta guerra que nunca nos declaramos oficialmente y vamos a llevarnos bien? Así hice, en plan paz y esperanza bajo el sol de nuestra tierra, y de hecho Herrera y yo estamos ahora convertidos en pareja de desecho en este rompeolas andaluz de todas las Españas.

Este Herrera está sobrado. Cumbre. El Herrera se lo monta tan bien en la radio porque tiene el juanramoniano concepto del trabajo gustoso y se lo pasa pipa (de girasol de cine de verano) con los madrugones y con el maratón mañanero ante el micrófono y el distinguido público de la sala. Pero observaba una cosa en Herrera que me inquietaba, y mira que somos amiguitos. Cada vez que me llamaba por teléfono o lo llamaba yo, esto es, cada lunes, cada martes y cada miércoles, me decía al final ese remoquete que repite ahora mucho la gente y que me inquieta:

-- Cuídate...

Hasta que le pregunté un día, en el entusiasmo de conversos de la amistad como somos:

-- Oye, niño: ¿me encuentras mala cara, que esté más delgado, que se me esté afilando la nariz?

-- No, te encuentro enorme... ¿Por qué lo preguntas?

-- Hombre, porque como cada vez que nos despedimos me dices eso de "cuídate", me tienes mosqueado...

Me dijo entonces Carlos que en Radio Nacional había uno aún peor, que al despedirse te soltaba: "Ea, ¡a mejorarse!". Los hechos, ay, me han demostrado que lo de Herrera en sus despedidas no era guasa de que me quisiera meter el miedo en el cuerpo, sino simple información. Cuando le mandé mi esencial libro último, tardó un par de días en darme acuse de recibo, porque andaba pasando por el escáner hasta al romero. Y hacía bien. Cuando ahora he visto que lo querían quitar del tabaco con el señuelo del mangazo de una caja de Montecristos, he comprobado que Herrera tenía toda la razón del mundo con el "cuídate" de sus despedidas.

Así que, Carlos, como aquí va la despedida, te repito lo del "cuídate". Cuídate, y fúmate un Montecristo del número 5, sin mangazo, a mi salud. Porque todos debemos cuidarnos, compay. Lo peor de todo es que lo tuyo, niño, ha demostrado que los tenemos otra vez aquí abajo. Como cuando Alberto y Ascen.

 

 


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