Los nada
gloriosos misterios de la Madrugá han servido para muchas cosas.
A mí de momento me eximen de tener que escribir del malasangre de
Arzalluz, en su charlotada del Aberri Eguna. Al habla andaluza le
han dado esplendor en el Día de Cervantes. Antes escribías
Madrugá, y el editor de textos te lo ponía en la cuarentena de
unas cursivas o en el lazareto de unas comillas. Con la estampida
de la Madrugá, las cursivas y las comillas también salieron
corriendo por Sierpes, calle de la Estafeta sin miuras y a lo
divino. Los sevillanos presumíamos hasta ahora de tener una
cultura de la bulla, y decíamos orgullosos: "Una
concentración humana como ésta, en el Carnaval de Río son 300
muertos". Esto no es el Carnaval de Río, pero lleva camino
de serlo. De momento vamos por 50 heridos. Convirtieron la Semana
Santa en un espectáculo, en una fuente de ingresos para el
turismo, y pasó lo que tenía que pasar. El sevillano se ha
llevado siglos sabiendo andar por la bulla... hasta que llegó el
Ave en doble composición, trayendo 600.000 personas a una sola
noche y a un pañuelo de calles medievales. Si tú metes a 600.000
personas en veinte calles de una ciudad, lo lógico es lo que ha
pasado. Para mí que todo ha sido porque como el Gran Poder está
echando horas extras para salvar al Betis, la Macarena se ha
hartado de hacer milagros Ella sola:
-- Hijos
míos, aviaos como podáis, que no tapo ni un minuto más a esos
dos calzonazos que tenéis de delegado del Gobierno y de
alcalde...
Vino
entonces el cuchillo. Desde el puñal de Guzmán el Bueno no ha
habido cuchillo más famoso que el cuchillo de la Madrugá. Fue un
homenaje tardío del Año Lorca: señores guardias civiles, aquí
pasó lo de siempre, navajas de Albacete y voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir... Ahora, que a la que no perdono es a
Centuria Macarena. Hasta ahora los armaos llevaban en su cartilla
militar eso de "el valor se le supone". Errónea
suposición. Los que más corrían eran los hasta ahora invictos
soldados de Roma. Mílite de César hubo que, como italiano en
Guadalajara, espantado, se metió bajo el paso del Cristo de los
Gitanos. La Roma Imperial se escondió en la Saeta de
Serrat. Lo que no lograron ni Vercingetorix ni Pompeyo lo
consiguió, a saber, un tío con un cuchillo o unos niñatos
jugando al rol: poner en estampida a la Legio Tercia Baetica.
Tenía entendido que la Centuria Macarena daba escolta al Señor
de la Sentencia. Ante los judíos, claro. De la bulla aterrorizada
no decían ni palabra los evangelios apócrifos de Sevilla.
Insisto en que cuando fueron escritos esos evangelios no existía
el Ave y la Madrugá no había sido lamentablemente convertida en
una fiesta como la Cremá, la Mascletá, la Erizá, o la
Caracolá.