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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, lunes  24 de abril del 2000


La Madrugá

 

Los nada gloriosos misterios de la Madrugá han servido para muchas cosas. A mí de momento me eximen de tener que escribir del malasangre de Arzalluz, en su charlotada del Aberri Eguna. Al habla andaluza le han dado esplendor en el Día de Cervantes. Antes escribías Madrugá, y el editor de textos te lo ponía en la cuarentena de unas cursivas o en el lazareto de unas comillas. Con la estampida de la Madrugá, las cursivas y las comillas también salieron corriendo por Sierpes, calle de la Estafeta sin miuras y a lo divino. Los sevillanos presumíamos hasta ahora de tener una cultura de la bulla, y decíamos orgullosos: "Una concentración humana como ésta, en el Carnaval de Río son 300 muertos". Esto no es el Carnaval de Río, pero lleva camino de serlo. De momento vamos por 50 heridos. Convirtieron la Semana Santa en un espectáculo, en una fuente de ingresos para el turismo, y pasó lo que tenía que pasar. El sevillano se ha llevado siglos sabiendo andar por la bulla... hasta que llegó el Ave en doble composición, trayendo 600.000 personas a una sola noche y a un pañuelo de calles medievales. Si tú metes a 600.000 personas en veinte calles de una ciudad, lo lógico es lo que ha pasado. Para mí que todo ha sido porque como el Gran Poder está echando horas extras para salvar al Betis, la Macarena se ha hartado de hacer milagros Ella sola:

-- Hijos míos, aviaos como podáis, que no tapo ni un minuto más a esos dos calzonazos que tenéis de delegado del Gobierno y de alcalde...

Vino entonces el cuchillo. Desde el puñal de Guzmán el Bueno no ha habido cuchillo más famoso que el cuchillo de la Madrugá. Fue un homenaje tardío del Año Lorca: señores guardias civiles, aquí pasó lo de siempre, navajas de Albacete y voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir... Ahora, que a la que no perdono es a Centuria Macarena. Hasta ahora los armaos llevaban en su cartilla militar eso de "el valor se le supone". Errónea suposición. Los que más corrían eran los hasta ahora invictos soldados de Roma. Mílite de César hubo que, como italiano en Guadalajara, espantado, se metió bajo el paso del Cristo de los Gitanos. La Roma Imperial se escondió en la Saeta de Serrat. Lo que no lograron ni Vercingetorix ni Pompeyo lo consiguió, a saber, un tío con un cuchillo o unos niñatos jugando al rol: poner en estampida a la Legio Tercia Baetica. Tenía entendido que la Centuria Macarena daba escolta al Señor de la Sentencia. Ante los judíos, claro. De la bulla aterrorizada no decían ni palabra los evangelios apócrifos de Sevilla. Insisto en que cuando fueron escritos esos evangelios no existía el Ave y la Madrugá no había sido lamentablemente convertida en una fiesta como la Cremá, la Mascletá, la Erizá, o la Caracolá.

 


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