Como voy a
los toros desde que tenía pantalón corto, he visto debutar a
muchos en Sevilla. A los que duraron cinco minutos en el toreo y a
los que aún permanecen en la delectación de sus fieles,
vencedores del tiempo, y no lo cito porque tendría que escribir
otras 400 páginas sobre esencia. He visto de debutar a Antonio
Gallardo, aquel que dormía el tiempo en el mejor capote que
nació tras el señor Cagancho y el señor Curro Puya. He visto
debutar, de novilleros, a aquella pareja que formaron Antonio
Ordóñez y el hermano de Pepe Luis Vázquez.
Por lo que
llevo visto, el debutante es un muchacho lleno de ilusiones, que
quiere triunfar en Sevilla, que reza a todos los Cristos y a todas
las Vírgenes extendidos en un bosque de estampas en la capillita
de la mesa de la fonda donde se viste. Un muchacho al que un
apoderado le llega después del apartado y sorteo y le dice cómo
son de bonitos y de cómodos los dos que lleva, aunque luego
salgan con los más descomunales pitacos. He visto la ilusión de
estos muchachos, siempre de primera comunión y oro. Todos sabían
que o triunfaban aquí o no eran nadie.
Por eso fui
el domingo a un debú sonado. Un muchacho nuevo en esta plaza, de
Arequipa, Perú, que venía con muy buen cartel. Me habían
hablado muy bien de él:
-- Por las
cosas que ha hecho en su país, no solamente tiene arte, sino
mucho valor. Allí en Lima se pegó un arrimón grande...
Desde
tiempos de Conchita Cintrón no venía nadie del Perú con tanto
cartel. Cuando lo vi coger los trastos y adelantarse a los medios,
temí lo de siempre: los vienen con tanta expectación son luego
los de la decepción, los que pegan el mitin. Pero en cuanto
comenzó la faena supe que era un artista, por cómo recordaba a
Manolete, a Belmonte. En los avíos que llevaba en sus manos,
aquel recuerdo mágico del reverencial, casi religioso capote de
paseo de Juan era una proclamación de honduras, de sentimientos.
Lo hizo todo arrebujao, como dicen que tienen que ser las buenas
faenas. Templando, despacito, con sabor. Paladeando. De orilla a
orilla, cuando lo que se hace en el debú es de verdad, ¿qué
más da que se haya nacido en Perú o en Triana?
Le di la
enhorabuena al final, y el debutante estaba que no cabía en sí
de gozo. Si habrá toreado en plazas por esos mundos, si habrá
cortado trofeos. Pero acababa de triunfar en Sevilla y la sonrisa
le devolvía la edad del debutante. Era el Manolete de Perú que
no pudo ser, el Chiquito de Arequipa que toreaba todas las sillas
y los escobones que se encontraba en la casa. Hablo, naturalmente,
de las dos orejas que cortó el debutante Mario Vargas Llosa el
otro día, cuando hizo la faena literaria perfecta del Pregón
Taurino de Sevilla.