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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, miércoles 26 de abril del 2000


El debú de Vargas

 

Como voy a los toros desde que tenía pantalón corto, he visto debutar a muchos en Sevilla. A los que duraron cinco minutos en el toreo y a los que aún permanecen en la delectación de sus fieles, vencedores del tiempo, y no lo cito porque tendría que escribir otras 400 páginas sobre esencia. He visto de debutar a Antonio Gallardo, aquel que dormía el tiempo en el mejor capote que nació tras el señor Cagancho y el señor Curro Puya. He visto debutar, de novilleros, a aquella pareja que formaron Antonio Ordóñez y el hermano de Pepe Luis Vázquez.

Por lo que llevo visto, el debutante es un muchacho lleno de ilusiones, que quiere triunfar en Sevilla, que reza a todos los Cristos y a todas las Vírgenes extendidos en un bosque de estampas en la capillita de la mesa de la fonda donde se viste. Un muchacho al que un apoderado le llega después del apartado y sorteo y le dice cómo son de bonitos y de cómodos los dos que lleva, aunque luego salgan con los más descomunales pitacos. He visto la ilusión de estos muchachos, siempre de primera comunión y oro. Todos sabían que o triunfaban aquí o no eran nadie.

Por eso fui el domingo a un debú sonado. Un muchacho nuevo en esta plaza, de Arequipa, Perú, que venía con muy buen cartel. Me habían hablado muy bien de él:

-- Por las cosas que ha hecho en su país, no solamente tiene arte, sino mucho valor. Allí en Lima se pegó un arrimón grande...

Desde tiempos de Conchita Cintrón no venía nadie del Perú con tanto cartel. Cuando lo vi coger los trastos y adelantarse a los medios, temí lo de siempre: los vienen con tanta expectación son luego los de la decepción, los que pegan el mitin. Pero en cuanto comenzó la faena supe que era un artista, por cómo recordaba a Manolete, a Belmonte. En los avíos que llevaba en sus manos, aquel recuerdo mágico del reverencial, casi religioso capote de paseo de Juan era una proclamación de honduras, de sentimientos. Lo hizo todo arrebujao, como dicen que tienen que ser las buenas faenas. Templando, despacito, con sabor. Paladeando. De orilla a orilla, cuando lo que se hace en el debú es de verdad, ¿qué más da que se haya nacido en Perú o en Triana?

Le di la enhorabuena al final, y el debutante estaba que no cabía en sí de gozo. Si habrá toreado en plazas por esos mundos, si habrá cortado trofeos. Pero acababa de triunfar en Sevilla y la sonrisa le devolvía la edad del debutante. Era el Manolete de Perú que no pudo ser, el Chiquito de Arequipa que toreaba todas las sillas y los escobones que se encontraba en la casa. Hablo, naturalmente, de las dos orejas que cortó el debutante Mario Vargas Llosa el otro día, cuando hizo la faena literaria perfecta del Pregón Taurino de Sevilla.


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