Acabo de
llegar del siglo XIX. Acabo de llegar de un Cádiz antiguo y
hermoso, bastante parecido al que sus novios soñamos: la bahía
llena de goletas y bergantines. Si a Lope de Vega le parecía bien
el río de Sevilla lleno de velas blancas y juncias verdes, a
algunos nos parece una utopía la mar de Cádiz llena de velas
blancas y olas más blancas todavía, de las murallas de San
Carlos a las araucarias de la Alameda. Acabo de llegar de un
sueño tan insólito en España como un homenaje a la mar, la gran
señora de la nuestra Historia. Será que como las señoras no
tienen espalda, por eso vivimos de espaldas a la mar. A esta mar
que ayer en Cádiz se llenó de goletas y bergantines. Se repite
el viejo sueño siempre que un barco surca la mar gaditana, del
humilde Vaporcito del Puerto a ese novio que tiene Cádiz, que se
llama Juan Sebastián Elcano y que, año tras año, se le
va el muy tunantón a visitar a otras viejas novias en cada puerto
de la Carrera de Indias, la novia del Morro de San Juan, la novia
de la Giraldilla de La Habana, la novia de Veracruz.
Parecía que
todavía no habíamos perdido las colonias, que un Cervera estaba
en Santiago con la flota surta en puerto y que de Puerto Rico
seguían llegando sacos de sisal con la roja estrella del café de
caracolillo para el mármol de todos los veladores de la
Restauración. Esta mar de chubascos y entoldados de nubes, con
borregaje de olas, la mar que gracias a Dios no gusta a los
veraneantes, cuando en Cádiz se llena de veleros y bergantines
nos hace pensar cómo España le da la espalda con ahínco a esta
grandeza. Cierto que estamos en la sociedad globalizada: la Unión
Europea nos ha adjudicado el bonoloto del turismo y de las
industrias del ocio, sol y hoteles con encanto, paella y sangría,
campos de golf y tres días y dos noches en Madrid, Escorial y
Valle de los Caídos, con excursión facultativa a Toledo. ¿Y la
mar? ¿Y estos 3.904 kilómetros de costa de la península, pan
nuestro de cada día de los pescadores, por qué nos olvidamos de
la mar? No era la escuadra de Topete proclamando la Gloriosa
Septembrina la que estaba ayer fondeada en la bahía de Cádiz, no
había fanfarrones que tiraran bombas desde el Trocadero ni
gaditanas que cambiaran las palmas con ellos y se hicieran
tirabuzones, sino que estaba, velero y bergantín, tintorera del
Náutico y barquilla caletera, esta gloria española de la mar, en
la que si un día fuimos potencia Invencible, ahora podíamos
volver a ser puerto deportivo de Europa, ya que pintan copas de
industria del ocio. Pasada la boya del Fraile, la boya de la
Monja, como en una habanera imposible, largaban el trapo goletas y
bergantines. Era el Día de la Madre. De la olvidada madre de
España. La mar.