La pregunta
del millón de esta semana, el oscuro objeto del deseo de todas
las apuestas de cenas, no es si la Championlí la ganará el
Madrid o el Valencia, será una rosa, será un clavel, el 24 de
mayo te lo diré. Va por los territorios de Javier González
Ferrari, a quien curiosamente, como están tan ocupados en el ay
de su guirigay, los felipistas no le han pegado ningún viaje
importante en los últimos días, será por los cien días de
gracias (de nada). La apuesta es si el partido de París va a
tener más audiencia que El Gran Hermano o viceversa.
Mi apuesta
de cena va por El Gran Hermano. Y que conste que soy de la
parte rarita de los españoles. Los españoles, en esta hora, no
nos dividimos entre los que estamos a favor del desfile en
Barcelona y los que están en contra. Ni incluso entre los que
creemos que Villalonga se va a pegar el pellejazo con Lycos y los
de pista, que va el artista del ciberpelotazo. La división de las
dos Españas se establece en esta hora entre los que están
enganchados a El Gran Hermano y los que no hemos visto ni
un solo programa. No he visto un solo programa porque no me hace
falta. Miento. Me salió de refilón, a contraquerencia, haciendo
zapeo. Y conocía a toda esa gente. Son los que dan las mayorías
absolutas. El programa funciona porque la España abyecta de
María José Galera existe. La España de las Vanesas y los
Israeles. La que en estos días se gasta 50.000 millones en la
primera comunión de los niños. La que pide un crédito para el
convite, el vídeo, el vestido de la madre y el traje nuevo del
padre, que si es de cinco botones, mejor que de cuatro. Es la
España del pendiente en la oreja ellos, ellas con la falda larga
con raja hasta la rodilla y los zapatos de tacón descubiertos por
detrás, como las de Azúcar Moreno, mules que les llama
Mienmana, la zapatera Pilar Burgos.
Era sábado
por la mañana y estaba paseando por la Caleta gaditana, hermosa
de nublados y marea vacía. De golpe, por la puerta de la
escollera empezaron a entrar familias y familias con niños de
marinero y niñas de novia, a hacerse la foto de recuerdo de la
primera comunión. Padres, primos, tíos, abuelos: todos parecían
salidos de El Gran Hermano.
Era el
espejo de España que le llaman. Esa España, y es lo grave, que
quince años de presunto socialismo no ha logrado cambiar. En la
Caleta supe del éxito del programa: el arte televisivo imita a la
realidad. Las Vanesas y los Israeles han ido a encerrarse en el
programa a ver si ganan los veinte kilos, porque la hermana se ha
entrampado hasta las cejas (teñidas de rubio, como el pelo) para
la primera comunión de la sobrina.