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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, lunes 22 de mayo del 2000


La apuesta

 

La pregunta del millón de esta semana, el oscuro objeto del deseo de todas las apuestas de cenas, no es si la Championlí la ganará el Madrid o el Valencia, será una rosa, será un clavel, el 24 de mayo te lo diré. Va por los territorios de Javier González Ferrari, a quien curiosamente, como están tan ocupados en el ay de su guirigay, los felipistas no le han pegado ningún viaje importante en los últimos días, será por los cien días de gracias (de nada). La apuesta es si el partido de París va a tener más audiencia que El Gran Hermano o viceversa.

Mi apuesta de cena va por El Gran Hermano. Y que conste que soy de la parte rarita de los españoles. Los españoles, en esta hora, no nos dividimos entre los que estamos a favor del desfile en Barcelona y los que están en contra. Ni incluso entre los que creemos que Villalonga se va a pegar el pellejazo con Lycos y los de pista, que va el artista del ciberpelotazo. La división de las dos Españas se establece en esta hora entre los que están enganchados a El Gran Hermano y los que no hemos visto ni un solo programa. No he visto un solo programa porque no me hace falta. Miento. Me salió de refilón, a contraquerencia, haciendo zapeo. Y conocía a toda esa gente. Son los que dan las mayorías absolutas. El programa funciona porque la España abyecta de María José Galera existe. La España de las Vanesas y los Israeles. La que en estos días se gasta 50.000 millones en la primera comunión de los niños. La que pide un crédito para el convite, el vídeo, el vestido de la madre y el traje nuevo del padre, que si es de cinco botones, mejor que de cuatro. Es la España del pendiente en la oreja ellos, ellas con la falda larga con raja hasta la rodilla y los zapatos de tacón descubiertos por detrás, como las de Azúcar Moreno, mules que les llama Mienmana, la zapatera Pilar Burgos.

Era sábado por la mañana y estaba paseando por la Caleta gaditana, hermosa de nublados y marea vacía. De golpe, por la puerta de la escollera empezaron a entrar familias y familias con niños de marinero y niñas de novia, a hacerse la foto de recuerdo de la primera comunión. Padres, primos, tíos, abuelos: todos parecían salidos de El Gran Hermano.

Era el espejo de España que le llaman. Esa España, y es lo grave, que quince años de presunto socialismo no ha logrado cambiar. En la Caleta supe del éxito del programa: el arte televisivo imita a la realidad. Las Vanesas y los Israeles han ido a encerrarse en el programa a ver si ganan los veinte kilos, porque la hermana se ha entrampado hasta las cejas (teñidas de rubio, como el pelo) para la primera comunión de la sobrina.


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