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Cuando
muere alguien querido y cercano siempre hay quien, como no lo
siente ni lo padece, nos quiere animar:
-- ¡ Venga, que la vida sigue...!
Y tanto que la vida sigue. En la fría mañana de Granada
enterramos a Carlos Cano como en el universo de sus poemas, con
el blanco verso de Sierra Nevada al fondo. Lo trajeron por su
Plaza Nueva, donde los niños cantarán para siempre a la rueda,
rueda en sus coplas, haciendo creer que nació en El Realejo. Lo
subieron por un poema de Rafael de León: "Por la Cuesta de
Gomérez el río encendido baja, luz y gala de donceles..."
Al inerte doncel de Granada lo pasaron junto a los muros de su
Alhambra, Generalife de sus noches de qasidas y discos en
directo. Llegó al cementerio entre cuatro guardias que no eran
de la Social en el homenaje a Federico el 5 a las 5, sino de la
Policía Municipal de gala, como en un Corpus por lo civil con
la Tarasca vestida con esta horrible moda de la muerte. Allí
esperaban a Carlos sus amigos, los camisas viejas de la utopía,
Diego, Alejandro, Paco, José María, Ignacio, Salvador. Hasta
los que ya no están, como Diamantino. Por si faltaban sueños,
Enrique Iniesta le dijo una misa funeral por el rito infantiano.
¿No hay un rito de San Isidoro? Pues Iniesta se ha inventado en
honor de Carlos el rito de Don Blas. Punto en el cual pensé lo
peligroso que es un cura dentro de un nacionalismo. Pasajes de
la misa hubo que me hicieron suspirar de alivio al comprobar que
el fundamentalismo andalucista no tiró por los derroteros que
otros nacionalismos, que aun en su parte más integrista y menos
integradora se quedó en la orilla de la paz y la esperanza.
Y cuando habíamos dejado con tanto dolor a Carlos Cano allá
arriba, en su verdadera y definitiva Ciudad de la Utopía, y
solas a Alicia, y a Amaranta, y a Paloma, la vuelta a la
realidad fue el regreso a Sevilla por la Autovía del 92. Qué
horror. Tantos sueños, tanta utopía, para que la Andalucía de
Carlos Cano se nos haya quedado en esta Andalucía
administrativa que dice que de los baches de la A-92 tiene la
culpa Madrid. El sueño de una generación es ya balduque
burocrático, bache y casilla de peón caminero. O algo peor.
Por la A-92, aún en obras desde mucho antes del 92, pongo la
radio. Sale Chaves pidiendo que el Ejército intervenga para dar
posada a los emigrantes. ¿Para esto ha servido que Carlos
cantara "La Blanca y Verde", para que el presidente de
la autonomía que tantas fatiguitas nos costó salga diciendo
que el problema de los moros nos lo tiene que seguir arreglando
Queipo de Llano? Claro, Chaves es hijo de militar, hijo de
artillero, y se le llena la boca de ardor guerrero vibra en
nuestras voces. La Habana es Cádiz con más negritos y Tarifa
es Kosovo con pateras. Almería es Bosnia con quince mil en la
cola. "A mí la Legión", dice Chaves, con razón o
sin ella, como en el credo legionario. Y Teófila Martínez,
como es de Cai, pregunta con guasa que por qué la Junta tiene
medios para organizar hospitales de campaña para los rocieros y
no puede atender a estos rocieros por el mundo subsahariano.
Además, que no sé por qué Chaves quiere que intervenga el
Ejército. ¿Otro? ¿No tiene ya un ejército de consejeros, un
ejército de directores generales, un ejército de asesores, un
ejército de jefes de protocolo, a quienes la verde y blanca de
la que viven les quitó absolutamente todas las penas y todas
las hambres, mientras que a Carlos lo enterramos ayer en su
Granada?
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