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Cuando
don José Alvarez Allende viene en la delantera del paso del
Cristo de la Salud, sotana, bonete con la borla de doctor en
Teología y vara dorada, el tópico es decir que en Semana Santa
la ciudad se vuelve a inventar los barrios que ya no existen.
Queda muy cofradieramente correcto decir que San Bernardo vuelve
a cobrar vida con el sol temprano de la tarde del Miércoles
Santo, mientras Pepe Luis Vázquez y su hijo van subiendo el
puente con andares toreros, peones de confianza que hacen el
paseíllo con el Maestro de la Salud camino de un palco
presidencial en la sombra de La Campana. Pero no sólo San
Bernardo resucita. La Calzada vuelve a existir el Martes Santo.
La memoria de un barrio derribado es el eterno endecasílabo de
estas cofradías populares, cuando una cruz de guía se echa a
la calle entre olores de incienso y de almendras garrapiñadas.
La Calzada, como San Julián, fue un barrio borrado del mapa.
Por no quedar, ni quedan civiles en la Plaza del Sacrificio, la
de la Brigadilla de la Calzada del brigada Mancera en la Sevilla
del clarín del Brigada Rafael. La Calzada sacrificó sus viejas
calles. La calle Vía Crucis, los patios de vecinos, aquel
pilón de la calle Oriente que conservaba el recuerdo de las
mulas y las angarillas de blanca lona, el olor a mollete y a
repápalo de los panaderos de Alcalá.
Esta tarde dejo la calle Santiago, el apeadero versallesco de
mármoles de la casa de Villapanés, el zaguán donde se metió
el visueño Juan Santos para aprisionar entre las manos del
pentagrama el agua del río de inspiración de aquellos compases
creadores de "Encarnación de la Calzada". Esta tarde
me voy a ver salir San Benito. Sale San Benito y no solamente
salen los siete mil millones de nazarenos de la cofradía, el
Cristo crucificado en el que vuelve a vivir la sangre de Manolo
Ponce, el ángel de Manolo Hita en la delantera de la Virgen. Se
abre esa puerta y vuelve a salir ni más ni menos que la vida
del barrio de la Calzada, hasta oímos los refregadores en las
pilas de los corrales. Suena la Marcha Real en las cornetas y
tambores, sale ya el paso. La misma voz me dice lo de siempre:
-- Este Pilatos es más guapo que el de la Sentencia, dónde
va a parar...
Es que este Pilatos sabe tela, por eso tiene cara de listo.
Este Poncio es el que de verdad vive todo el año en la Casa de
Pilatos. Y como buen criado de casa grande, se le han pegado las
buenas maneras de los señores. Por eso, cada Martes Santo,
Pilatos le presenta el pueblo a Jesús. El programa está
equivocado, errados los santos titulares de la cofradía de La
Calzada. No es la Presentación de Jesús al Pueblo. Es la
presentación del Pueblo de Sevilla a Jesús, la presentación
del barrio de la Calzada al Cristo de San Benito. Sale el paso,
y como ya derribaron la casa de la esquina Pilatos no se mete en
la taberna, como antes, pero al ver allí a todo el barrio de la
Calzada, le dice siempre lo mismo a Jesús:
-- Maestro, mire usted qué pedazo de pueblo tenemos. Yo me
lavo las manos, pero donde esté Sevilla, que se quite
Jerusalén...
Y como Pilatos se la presenta cada año en La Calzada, por
eso Jesús conoce tan bien a Sevilla cuando en la Madrugada sale
de San Lorenzo con el Gran Poder, tan nuestro, del compás
abierto y la pierna adelante, o cuando, trianero, en el puente
expira el Viernes Santo por la tarde porque le falta el aire de
su barrio.
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