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Llega
el verano y con el verano llegan las colonias infantiles. Los
periódicos se llenan de noticias donde se dice que tal ONG o
familias particulares acogen en sus casas por quince días a
niños de Bosnia, del Sáhara, de Marruecos, de Bielorrusia o de
cualquier otra zona de las que salen en el telediario con el
galope de los cuatro jinetes de la Apocalipsis. Esto está muy
bien. Coger a los pobrecitos niños, traerlos, y llevarlos a la
playa, a que coman como Dios manda, a que jueguen sin temor a la
guerra o a la miseria, a que conozcan El Cortinglés o las
excelencias del bocadillo de chopepor y de los paquetes de papas
fritas.
Siempre me ha impresionado la contradictoria buena voluntad
de las almas caritativas que se traen este trasiego de niños
del Tercer Mundo por estas fechas. Especialmente con los niños
del Sáhara. Se le parte a uno el alma oyendo que los niños del
Sáhara se quedan impresionados cuando ven una piscina,
comprueban que abren un grifo y sale agua, o que le dan a la
llave de otro grifo y se pueden duchar. Conocen el paraíso, sin
necesidad de llagar a tener la edad de entrar en quintas de
pateras.
Pero luego han de volverse, y eso es lo terrible. ¿Se
imaginan la frustración de los niños saharauis cuando vuelvan
a su campamento del refugio argelino, y recuerden la piscina que
ya no ven, los grifos que ya no tienen, la ducha que ya no hay,
los bocadillos de choper que ya no existen, los dibujos animados
de la tele que ya no pueden ver? Seguramente estaré más
equivocado que la Jacalalgaba, pero creo que a estos niños se
les creará luego una frustración terrible en sus casas, viendo
que han vuelto al infierno tras conocer el paraíso.
Por eso he pensado siempre por qué no lo hacen al revés,
por qué a estos niños no los traen aquí nueve meses y los
tres meses de verano los mandan a sus casas. Y también he
pensado que por qué buscar estos niños tan lejos, en Bosnia
Herzegovina o en Ucrania. Tenemos mucho Tercer Mundo andaluz
aquí cerca, en las barriadas marginales, en los núcleos de
chabolas, como para que tengamos que hacer leva de pobrecitos
niños tan lejos. Si es por paisaje ONG, todas nuestras ciudades
están desgraciadamente rodeadas por un paisaje ONG de miseria.
Insisto en lo que el otro día decía nuestro maestro Abel
Infanzón: es más fácil pedir la salvación de la selva del
Amazonas que luchar contra la tala de los árboles en la Alameda
de Hércules de Sevilla.
Por eso tengo que lanzar un ole de salve rociera, un olé,
olé, olé y olé, a la hermandad del Rocío de Triana, que ha
entendido que tenemos una Bosnia interior en Las Tres Mil
Viviendas, un Sáhara de uso interno en Las Vegas. La Hermandad
del Rocío de Triana ha cogido a 131 chavales marginados y con
problemas de los barrios más pobres de Sevilla y se los ha
llevado a veranear por todo lo alto a su casa de hermandad en la
aldea del Rocío, para que disfruten las criaturas sin estar
entre los estercoleros urbanos de las jeringuillas, los coches
desvalijados, el navajeo y el trapicheo de papelinas. La junta
de la Hermandad del Rocío de Triana, claro, no puede hacerse
una foto en el aeropuerto recibiendo a los niños saharauis. Por
eso la saco en esta foto sepia, que es el color antiguo de la
caridad, desplazada por la moda de la solidaridad, que es más
políticamente correcta y maquea más.
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